MUNDO: No es ninguna novedad que el racismo haya tomado asiento entre los aficionados de determinados estadios de fútbol, sin embargo, el problema más grave de la xenofobia en la grada es que una vez que sale del estadio, sigue amenazando allá donde vaya.
Tamara Fariñas R.

La entrada del jugador Mario Balotelli en el A. C. Milan el pasado enero levantó una polémica que, aunque siempre está presente, no recibe quizás la importancia que se merece. Los cánticos racistas en las gradas de los estadios de fútbol son prácticas habituales, a las que ni se les está prestando la atención que precisan, ni se está luchando contra ellas de forma efectiva. Existen numerosas organizaciones cuya finalidad es, precisamente, la de evitar este tipo de actos y en su caso, de castigarlos, pero las sanciones económicas no surten el efecto que deberían.
El caso de Balotelli no es único ni en el fútbol italiano, ni siquiera en su propio equipo. El 3 de enero de 2013, hace poco más de dos meses, su compañero Kevin-Prince Boateng, nacido en Alemania de madre alemana y padre ghanés, tuvo que abandonar un partido amistoso contra el Pro Patria a la media hora de comenzar, tras haber sido objeto de insultos por parte de los tifossi del equipo lombardo. Aunque Italia se ha convertido en uno de los países de Europa con más muestras de racismo en los estadios de fútbol, no es el único: Bulgaria y Hungría incluso han tenido que ser amonestadas por la FIFA, y España no se queda atrás.
Hace ya siete años de aquel partido en que Samuel Eto’o, jugador camerunés del Barcelona, quiso abandonar el campo de La Romareda (Zaragoza) después de que parte de la grada local le profiriese insultos racistas. «No puedo más» fueron sus palabras antes de que el árbitro, Esquinas Torres, le convenciera de que siguiera jugando el partido. Sin que nos quede tan lejos, el Barcelona y el Real Madrid actuales también están dentro de esta espiral de violencia verbal. El pasado 2012 Busquets aprovechó una falta –fingida– para disimuladamente y tapándose la cara, insultar al madridista Marcelo llamándole «mono». Dani Alves es, quizás, uno de los jugadores que reciben mayor número de insultos. El clásico de la Copa el pasado mes de enero fue uno de los casos más recientes; al acabar el partido, el barcelonista se lamentó públicamente de la situación en las gradas del Santiago Bernabéu, y concluyó que la lucha contra el racismo en el fútbol español era «una guerra perdida».
Este tipo de sucesos son importantes sobre todo en la medida en que dejan de ser esporádicos comentarios que hacen su aparición sin pensar, en momentos de máxima tensión, como son los partidos de fútbol. Esteban Ibarra, director de Movimiento contra la Intolerancia, habla de los sucesos de las gradas como la «punta de un iceberg» en el que se encuentran «numerosos grupos neonazis» que convierten las gradas de los estadios en «auténticos viveros racistas». Ibarra trata así este aspecto desde la problemática generada por la connivencia de los clubes: «El desafío racista es una realidad durante los encuentros de fútbol, sus pancartas y banderas franquistas, símbolos nazis y gritos obscenos están al alcance de ser observados por todos, también desde los palcos que acogen a autoridades y directivos; y se les deja hacer [y] se reserva grada a los ultras». De esta manera, el acceso al deporte mayoritario en Europa, y probablemente en el mundo entero, se ha convertido en caldo de cultivo de actuaciones violentas. ¿Por qué? El ser humano ha aprendido a lo largo de la evolución a desarrollar límites a una agresividad innata que le acompaña desde siempre; esto no significa que las actitudes agresivas hayan desaparecido de la psique humana, sino que hemos sabido controlarlas y mantenerlas dentro de unas limitaciones impuestas por la convivencia en sociedades comunitarias. La misma competencia que acompaña a los deportes, según explica el argentino Jorge G. Garzarelli, doctor en Psicología, y en especial a los deportes profesionalizados, entre los que se encuentra el fútbol, incrementa la actitud agresiva.
Independientemente de que haya muchos más factores agravantes de las actitudes violentas, y en particular de las agresiones racistas en las gradas de los estadios de fútbol, como pueden ser el consumo de drogas o la manipulación por parte de los sectores ultra del sentimiento de la afición, quizás una de las más interesantes es la percepción del aficionado ultra sobre la relación entre su club y el adversario. Al igual que en la democracia, los modos de explicar la percepción que se tiene de unos y de otros en el fútbol son diferentes. Así pues, se hace casi necesario abordar las teorías de Carl Schmitt y de Chantal Mouffe en relación, precisamente, a esta percepción del nosotros y el ellos. En teoría democrática, Mouffe soluciona la problemática de la relación antagónica amigo-enemigo de Schmitt con una nueva forma de expresar la relación entre los unos y los otros, que es lo que llama agonismo, una forma distinta de tratar esa tensión que se basa, no en la polaridad antagónica provocada por el intento de consenso, sino en el reconocimiento del disenso. En este sentido, tanto en teoría democrática en general, como aplicado al deporte –a modo de reconversión en fútbol democrático– lo que Mouffe considera correcto es que tanto el nosotros como el ellos dejen de ser enemigos y pasen a formar parte de una misma realidad, reconociendo el uno la existencia del otro, y convirtiéndose en adversarios.
¿Quién lucha contra el racismo en el fútbol?
La FIFA (Fédération Internationale de Football Assotiation) es, en teoría, la máxima responsable en cuanto a la abolición de toda forma de discriminación en los campos de fútbol; tan así es que en el artículo 3 de sus estatutos se estipula que «está prohibida la discriminación de cualquier país, individuo o grupo de personas por su origen étnico, sexo, lenguaje, religión, política o por cualquier otra razón, y es punible con suspensión o exclusión». Incluso, desde hace 11 años, organiza cada año lo que se conoce como Jornadas FIFA Contra la Discriminación, durante diferentes competiciones que celebra la organización. El año pasado se celebró en la Copa Mundial de Futsal de Tailandia, en 2011 durante la Copa Mundial Femenina en Alemania, y el año anterior, durante los cuartos de final del Mundial de Sudáfrica. Independientemente de que la celebración de actos que avalen la lucha contra el racismo en el fútbol sea algo imprescindible, lo realmente importante es la lucha diaria contra cualquier tipo de discriminación. Así pues, la FIFA no decepcionó en su última actuación: la sanción que impuso a los estadios de Hungría y Bulgaria por permitir cánticos antisemitas por parte de sus aficionados.

La Unión de Asociacións de Fútbol Europeas (UEFA) por su parte, tiene todo un protocolo de actuación ante situaciones discriminatorias en los estadios. Entre ellas, cuentan con una guía de simbologías que se deben erradicar de las gradas de los estadios, y cuya presencia puede dar lugar a la suspensión del encuentro. Cruces célticas, esvásticas, soles negros o águilas pueden servir al árbitro de motivación para dar por conluido un partido, al igual que en el caso de observar actitudes racistas, tanto dentro como fuera del campo. Sin embargo, en muchas ocasiones, la realidad no se ve avalada por estas instrucciones.
Independientemente de que sean las altas organizaciones de fútbol las que deban mover ficha cada vez que ocurra un suceso como lo que ocurrió con Balotelli o Boateng, las sanciones económicas no son suficientes; mucho menos cuando son cantidades tan ridículas para los clubes como los 50.000 euros que tuvo que pagar el Inter, un equipo cuyo presupuesto ronda los 100 millones. Por eso son necesarias iniciativas más activas que las meras instrucciones federativas.

El mayor organismo activo a nivel europeo cuya única finalidad es la erradicación de este tipo de actuaciones radicales es la FARE (Football Against Racism in Europe), una red creada en 1999 por iniciativa de grupos de aficionados de toda Europa, que abordan una estrategia y una política común contra la discriminación en el deporte más importante del globo. Red Deporte y Cooperación (RDC) es una de las asociaciones que, desde España, colaboran con la FARE para erradicar la ideología racista de los asientos de los campos. La promoción de la integración y la interculturalidad en el deporte es uno de sus objetivos, y lo llevan a cabo no sólo con palabras sino con actividades como jornadas contra el racismo, Olimpiadas Interculturales y cursos y congresos para concienciar a la sociedad acerca de la importancia de la erradicación del racismo a través del deporte.
Las consecuencias de la actitud racista en las gradas de los estadios tienen un problema más grave, y es que aunque también ahí hay que tratar de eliminarlas, no son prácticas que se queden de puertas del estadio para adentro. Va más allá: son el germen de una ideología que se impone en los hooligans de determinados equipos, pero que les acompaña también cuando salen por la puerta del estadio.
Más información:
DURÁN GONZÁLEZ, Javier y JIMÉNEZ MARTÍN, Pedro Jesús. «Fútbol y racismo: un problema científico y social» en Revista Internacional de Ciencias del Deporte, n.º 3, vol. II, año II, abril de 2006; pp. 68-94.
G. GARZARELLI, Jorge. «La violencia en el fútbol» en Psicología del deporte. Argentina, 2012.
GÓMEZ FUENTES, Ángel. «Denuncia de L’Osservatore: demasiado racismo en Italia» en Diario de un corresponsal, publicado el 11 de enero de 2010.
IBARRA, Esteban. “Editorial” en Contra el Racismo y la Intolerancia en el Fútbol. Recomendaciones Internacionales y Legislación, nº 6. Movimiento contra la Intolerancia.
MOUFFE, Chantal. La paradoja democrática. Barcelona, editorial Gedisa, 2003.