La política y el gato de Schrödinger

En 1935, el físico de partículas Erwin Schrödinger planteó un experimento imaginario relacionado con la naturaleza probabilística de la mecánica cuántica. Consistía en una caja cerrada y opaca, en cuyo interior se encontraría un gato vivo, un frasco de veneno y un dispositivo para romperlo. El dispositivo tendría una partícula radiactiva con un 50% de posibilidades de desintegrarse y, de hacerlo, éste rompería el frasco y el gato moriría. La mecánica cuántica es tan extraña y compleja a nivel subatómico que es posible para una misma partícula estar en dos estados físicos a la vez –e, incluso, en dos lugares a la vez–, por lo que la partícula del dispositivo se habría desintegrado y al mismo tiempo no lo habría hecho. El dispositivo, por tanto, se habría roto y a la vez no, y el gato estaría muerto y al mismo tiempo seguiría vivo. La particularidad de la física cuántica es que, si bien son reales todos esos estados, en el momento en que un observador ejerce como tal y observa la partícula, ésta se concreta en un único estado desechando todas las demás realidades. Es decir, no es el que el gato tenga un 50% de posibilidades de vivir o morir, sino que el gato está vivo y muerto a la vez, y sólo al abrir la caja cerrada veremos qué gato permanece en nuestra realidad. Aunque esto suene a cuento, la naturaleza del comportamiento cuántico es un hecho estudiado en profundidad y con gran precisión, y se ha demostrado empíricamente por medio de numerosos experimentos demostrables.

Pero, ¿qué tiene que ver la naturaleza increíblemente rara de las partículas subatómicas con los acontecimientos sociales y políticos que nos afectan a todos cada día? El gato de Schrödinger nos enseña que otras circunstancias no son imaginaciones o imposibles, sino realidades perfectamente factibles que sólo se materializan o se descartan por la acción de quien las observa. Su importancia radica en que lo que pasa a un nivel imperceptible –el subatómico– puede afectar a situaciones que se desarrollan a una escala increíblemente mayor. No necesitamos una partícula con un 50% de posibilidades de desintegración dentro de una caja, porque nosotros y todo lo que existe estamos compuestos por partículas, las cuales tienen esa misma capacidad de estar en varias formas y varios lugares a la vez. Somos nosotros, mediante nuestra observación y acción sobre lo real, quienes concretamos qué realidad estamos viviendo.

En política solemos hablar de progresismo y conservadurismo, conceptos que no necesariamente son sinónimos de las ideologías de izquierda y derecha, respectivamente. Ambas son lo que en biología se conoce como la transistasis y la homeostasis; la primera es la fuerza que impulsa cambios y evoluciones, mientras que la segunda es la fuerza que mantiene las condiciones presentes a fin de garantizar la estabilidad. Es la lucha entre el progreso y la conservación la que da lugar a un avance controlado, lento pero seguro, de las condiciones sociales y políticas.

Sin embargo, este equilibrio está desvirtuado en muchas sociedades alrededor del mundo; los cambios que se dan hoy día son, precisamente, para garantizar que nada cambie. Este conservadurismo progresista fomenta la desigualdad, desarticula y recorta derechos sociales, y se limita a dar una imagen de virtud en lugar de ser virtuoso. Ante las demandas de cambio de millones de personas descontentas alrededor del mundo, las autoridades económicas y políticas suelen responder con la misma idea: «Cualquier alternativa a la situación que vivimos es un peligro al poder llevarnos a todos al caos y la anarquía». Es, de este modo, como miles de ciudadanos descontentos caen en el conformismo, la apatía y la inacción, perpetuando mediante su consentimiento resignado una situación de creciente injusticia.

Es aquí donde un simple gato puede cambiar las cosas, porque si es cierto –y lo es– que el gato está vivo y muerto dentro de la caja y somos nosotros quienes concretamos si vive o muere al abrirla, lo mismo sucede con la cosa pública en la que todos vivimos. Observamos una situación sociopolítica concreta –ya sea local, regional, nacional o global–, pero otras versiones de la misma sociedad son reales aunque no las percibamos. Algunas versiones son mejores y algunas son peores, y el conservadurismo progresista nos cuenta sólo la mitad de la historia. Nos toca a nosotros ser conscientes de que el cambio a mejor está ahí, en el rabillo de nuestro ojo. Realidades sociales y políticas más justas y virtuosas están al alcance de nuestra mano, y si constantemente nos repiten desde arriba que las alternativas son siempre a peor es porque saben que hay alternativas a lo que hoy vivimos pero no quieren que las busquemos.

Del mismo modo que Schrödinger debe abrir la caja para concretar si el gato está vivo o muerto en el experimento, nos toca a nosotros abrir la caja y comprobar qué posibilidades tenemos más allá de lo que aquí y ahora vivimos. ¿Y cómo se abre la caja? Luchando por el cambio, un cambio de verdad, porque hacer exactamente lo mismo que llevamos haciendo hasta ahora y esperar un resultado distinto al que ya vivimos tiene un nombre: locura. El cambio no sólo es necesario, sino que es posible. Ya es real en otra versión de nosotros mismos; sólo tenemos que luchar por traerlo al aquí y al ahora. Desde luego, merece la pena abrir la caja.

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