La violencia en América Latina: desaprender para construir

CONFLICTO Y PAZ: Cada vez que se escucha hablar de la ‘violencia’, se asocia este término a la sangre, a las armas y a la guerra, pero este fenómeno va más allá: trasciende del mundo material al mundo de las ideas, por lo que es necesario acabar con el mito de esa unidimensionalidad intencionada con la que los Gobiernos pretenden combatir la violencia.

Ariel E. Díaz*
El lector escribe

"Ejercito de colombia" by Mrnico1092 - Own work. Licensed under CC BY-SA 3.0 via Commons - https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Ejercito_de_colombia.jpg#/media/File:Ejercito_de_colombia.jpg
Ejército de Colombia, por Mrnico1092 bajo licencia CC BY-SA 3.0 via Commons.

La violencia nos acompaña a lo largo de la historia de la Humanidad, pero el ser humano posee capacidad de Paz, como precisa Johan Galtung en su texto Sobre la paz. Todos tenemos un imaginario individual o colectivo de violencia. Cada vez que escuchamos la palabra violencia, imaginamos sangre, armas y guerras. Pero este fenómeno no se reduce a estas expresiones, sino que trasciende del mundo material al mundo de las ideas, por lo que tenemos que buscar las causas de la violencia en Latinoamérica y desmitificar la unidimensionalidad intencionada con la que los gobiernos han pretendido combatir la violencia. Es por ello que generalmente vinculamos la violencia con expresiones físicas y buscamos combatirla en lugar de desaprenderla.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la violencia es «el uso deliberado de la fuerza física o el poder, ya sea en grado de amenaza o efectivo». En las sociedades contemporáneas, con mayor connotación en América Latina, la violencia es un fenómeno de macro impacto. Aunque a menudo se vincula la violencia únicamente con muertes o lesiones humanas por causas externas, a partir de Galtung logramos supeditar una relación causal intencionada de esta violencia con estructuras abstractas y comprendimos que las causas no se concentran en la violencia en singular, suponiendo exclusivamente la presencia de la violencia directa, sino que son las violencias en plural —admitiendo la presencia de símbolos, actitudes y estructuras institucionales que forjan la violencia directa—, elevando el fenómeno a mayor escala. Galtung presume una interacción bidimensional de la violencia entre visible invisible, bajo un modelo triangular: violencia cultural, estructural y directa: la primera se expresa a través de símbolos, actitudes aprendidas, compartidas y dialécticas, la segunda es comprendida como una «organización político-económica de la sociedad que impone condiciones emocionales y físicas adversas en las personas» (Bourgois, 2001), es decir, esta dimensión de la violencia aduce la existencia de estructuras institucionalizadas que no permiten la satisfacción de las necesidades humanas. Estas dos además de reproducirse a sí mismas constituyen la base de la violencia directa y esta última se expresa a través de comportamientos que implica el uso deliberado de la fuerza y es lo que vemos a diario: en Colombia, con el conflicto armado y grupos paramilitares; en Honduras y El Salvador con la acelerada propagación de maras y pandillas; en México con una franca amenaza de proliferación de un Estado paralelo; en Venezuela con represiones policiales cotidianas en protestas ciudadanas.

Sobre las consideraciones anteriores es válido aseverar que Latinoamérica se enfrenta a graves conflictos de violencias, lo que constituye un enorme desafío para quienes creemos que es posible restaurar el tejido social para lograr un equilibrio dinámico, en base a la justicia social. Si observamos rasgos comunes de la violencia en Latinoamérica encontraremos los siguientes factores que tienen mayor influencia en tal fenómeno:

  1. Un acelerado y desorganizado crecimiento demográfico, sin que los Estados pudieran garantizar de manera análoga todos los servicios necesarios a la población, además profundiza los problemas de pobreza y extrema pobreza, agrandando la brecha de desigualdad entre los más pobres y los más ricos.
  2. Las instituciones Estatales no lograron adaptarse a las nuevas dinámicas políticas, sociales y culturales, lo que obstruyó los procesos de justicia social y vimos como resultado aumento a los índices de impunidad.
  3. Encontramos un incremento de la población de jóvenes ni-nis, jóvenes que ni estudian ni trabajan, porque sus estudios se vieron interrumpidos por la violencia estructural ya que la educación es inaccesible para aquellos que viven en entornos empobrecidos. Esta condición propició la organización de redes para la comisión de actividades criminales que se realizan con mayor facilidad que las actividades lícitas que implican el sometimiento a una excesiva «burocracia latina»; entendiendo esta como esas técnicas y procesos particulares en Latinoamérica de carácter administrativos institucionalizados que retrasan los cambios, evolución y adaptación de viejos procesos a nuevas circunstancias, además de ser excluyentes ya que pretende racionalizar la realidad exterior de forma estandarizada sin reconocer realidades particulares.
  4. Las condiciones de vulnerabilidad anteriormente enumeradas dieron vida a la presencia del crimen organizado y el tráfico de drogas, mientras que las estructuras que deben funcionar como espacios de rehabilitación para delincuentes terminaron fortaleciendo tales redes criminales, ya que generaron más condiciones para que estos jóvenes rechazaran con mayor fuerza la sociedad que los expulsó primero, a causa de la reproducción de la «cultura de castigo», tal y como lo postula Michael Foucault en Vigilar y castigar.
  5. Y la concentración de poder económico y monopolización del poder político instituyen cada vez más, entornos de exclusión social, marginación, desigualdad y capital social negativo que favorecen la proliferación de nuevas macroestructuras de violencia directa.

Ante estos patrones debemos preguntarnos: ¿Es posible transformar estos conflictos de violencia tan graves de forma pacífica en Latinoamérica? En este sentido es importante reconocer las acciones emprendidas por los gobiernos para combatir la violencia visible, esfuerzos que han fracasado debido a que dichas acciones son diseñadas unidimensionalmente, inhibiendo el tratamiento dual de «las violencias». En respuesta los Estados deben apostar por la construcción de una ciudadanía social, que implica toda una estrategia estructural que tiene como centro el derecho a un mínimo de bienestar económico, a compartir plenamente la herencia social (PNUD, 2013- 2014).

Latinoamérica ha experimentado diversos cambios sociales, políticos y económicos: los índices de desempleo han descendido, la pobreza ha disminuido y, según predicción de varias teorías criminológicas (Robert K. Merton, 1938) todo ello apuntaría hacia una disminución de la violencia (directa) en América Latina; Sin embargo, ha ocurrido lo contrario, al grado que miles de personas se han visto forzadas a desplazarse de su lugar de origen y correr tras el errado “sueño Americano”, según lo cuentan personas entrevistadas por la Comisiona interamericana de Derechos Humanos en EEUU (CIDH, 2015), pero ¿Qué produce estos niveles de violencia en América latina?

La pregunta fue contestada con anterioridad y es que los intentos gubernamentales de combatir la violencia han sido aislados y sin responder a las dinámicas dimensionales de la violencia, pues se ejecutan políticas públicas que lejos de transformar los conflictos, los profundizan. En primer término dichas políticas no persiguen una paz trasformadora (Muñoz, 2002) como proceso participativo indiscriminado y preventivo sino que acuden a la represión y uso de los cuerpos de seguridad y un absoluto control social en razón de Estado a través de violencia simbólica al punto que los y las ciudadanas han normalizado la presencia militar en áreas de vocación residencial. Las disposiciones estatales se enmarcan dentro de un enfoque de paz negativa (Muñoz, 2002). Figurando claramente políticas reactivas de combate a la violencia centralizada en la seguridad ciudadana, pero no abarcan la dimensión más amplia que es la seguridad humana, siendo estas acciones reproductoras de violencia, porque no responden a la verdadera necesidad.

Transformando la violencia

Somos conscientes que los conflictos de violencia en América Latina se transformaran de un día a otro pues la indisposición gubernamental de reconocer y deconstruír las violencias dificulta el diseño e implementación de políticas eficaces. La solución reside en articular esfuerzos por deconstruír las raíces del problema de violencia (raíz: las violencias), construyendo estructuras económicas para la efectiva ejecución de políticas de seguridad humana que logren mantener a las y los individuos al margen de la necesidad de recurrir a acciones de violencia para satisfacer las carencias y que transformen las conductas violentas, construyendo una cultura de paz, reduciendo progresivamente la brecha entre los más pobres y los más ricos. Latinoamérica es una región con más inequidad social, exclusión, privación del acceso a la educación, al agua, a participar de procesos de participación política etc. Por lo que es importante que los gobiernos latinoamericanos inicien a reconocer la existencia de estructuras Estatales que obstaculizan o no permiten a los ciudadanos el acceso a satisfacer las mínimas necesidades Humanas y que esta es la fuente que reproduce la violencia directa que quieren combatir, pero la solución no se debe reducir en el reconocimiento, sino que debe avanzar a las buenas practicas deconstructoras, constructoras, restauradoras y transformadoras que cristalicen los procesos de desarrollo humano que permitan la consolidación institucional que responda por los intereses generales y prevenga la violencia directa como una responsabilidad social y no individual. Pero si la violencia directa que es el problema visible de AL es cultural (aprendido, compartido y dinámico) ¿Cómo desaprender la violencia?, esto se logra cuando los Estados se disponen a deconstruír las violencias a fin de desmovilizar las estructuras que impiden al individuo la capacidad de ser y hacer así este no necesitará reaccionar bajo el instinto de supervivencia y se adaptara a un hábitat de Paz.

Concluimos entonces que el problema de violencia en América Latina reside en las violencias que naturalmente emergen con mayor fuerza en los Estados (modelo político con más inequidad y coerción), pero atribuimos una gran responsabilidad de tal fenómeno a la clase política tomadora de decisiones en la región, que aparentemente no cuenta con la suficiente voluntad política para reconocer que AL amerita una completa refundación estructural para garantizar inclusión y construcción de un Estado donde encajemos todos y todas indiscriminadamente de cualquier condición.

Los y las jóvenes somos la diana de la violencia en esta región, pero también somos la esperanza de desconstrucción de nuestros Estados que promueven el ejercicio de las violencias y la conservación de las estructuras de poder que monopolizan el acceso y movilidad de capital social, la educación, y la herencia social en pocas manos. Somos el futuro prometedor de Latinoamérica y debemos iniciar los procesos de transformación ¡ya!, desde nuestro metro cuadrado, desde nuestros espacios académicos, sociales, familiares deconstruyendo paradigmas e ideales clasistas, excluyentes e intolerantes, eliminando categorías generalistas e iniciando en construir procesos incluyentes, participativos, que restauren los daños causados por la violencias y retribuyan a quien corresponda la herencia social y que distribuyan el capital social de forma equitativa y justa a fin de reconciliar la hermandad ciudadana y sobre todo humana.

MÁS INFORMACIÓN:

Bourgois, P. (2001). The power of violence in war an peace. (El poder de la violencia en la guerra una paz). Sanl Salvador: Post- Cold war lessons from El Salvador, in Ethnography.

CIDH, C. I. (2015). Informe: Refugiados y migrantes en EEUU: familias y niños no acompañados. Washington: CIDH.

Galtung, J. (1985). Sobre la paz. Barcelona: Fontamara.

Michael Foucault (Aurelio Garzón del Camino, Trad.)Mexico DF: Siglo Veintiuno Editores, Obra original publicada en . (1975). Vigilar y castigar. París: Éditions Gallimard.

Muñoz, F. (2002). Manual de paz y conflictos. In F. Muñoz, Manual de paz y conflictos (p. 29). Granada: Universidad de Granada.

Organizacion Mundial de la Salud. (2002). Informe mundial sobre la violencia y salud. Ginebra: OMS.

Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. (2013- 2014). Informe regional de Desarrollo Humano. Panama: PNUD.

Robert K. Merton, (. (1938). Social structure and anomie (estrucura Social y Anomia). Cambridge, Massachusetts : American Sociological Review/ Harvard University .

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