DEMOCRACIA: No resulta exagerado decir que corren buenos tiempos para el radicalismo reaccionario. En diversas partes del mundo podemos observar el auge de movimientos, partidos y candidatos que se cortan por el mismo patrón: nacionalismo excluyente, elogio del autoritarismo, discurso xenófobo-antifeminista-homófobo, recurso a las mal llamadas “noticias falsas”. Podemos ver ejemplos en cada continente, desde la Filipinas de Duterte a la Italia de Salvini, los EEUU de Trump, la Rusia de Putin y, en este mismo momento, el Brasil de Bolsonaro.
Álvaro M. Barea Ripoll / @AlvaroMBarea
¿Cuáles son los motivos de este auge reaccionario? Por un lado, la izquierda ha fracasado; tanto para generar propuestas de cambio exitosas como por cambiar exitosamente de rol, de motor de cambio a válvula de escape para gestionar –y neutralizar— la frustración del descontento social. Por otro lardo, es más que sabido el papel de las redes sociales en el desprecio de la información y la realidad a favor de la desinformación que reafirma las ideas preconcebidas, dando paso a las mal llamadas “noticias falsas” y al refuerzo ideológico, que no es otra cosa que la radicalización.
También es destacable el papel de los medios de comunicación tradicionales –tanto audiovisuales como escritos— que se dejan llevar por el morbo mediático, la novedad del fenómeno y la viralidad de las propias redes sociales para contribuir, con o sin intención, a la sobreexposición de personajes, movimientos y discursos esperpénticos que deriva en su normalización y aceptación. Un ejemplo más que ilustrativo fue la transformación de Donald Trump en figura omnipresente de todos los informativos –tanto afines como detractores— durante dos años de carrera presidencial, con mucha más atención mediática que todos sus rivales juntos. Tras dos años de omnipresencia, los escándalos y exabruptos de Trump se normalizaron, se aceptaron y se acabó considerando a un personaje de reality show en la mejor opción para liderar a la primera potencia mundial.

Ha ocurrido en Filipinas, en EEUU, en Italia, en Austria, en Hungría, en Colombia, en Reino Unido, y está ocurriendo en Brasil, en Francia, en Alemania y en Suecia, entre otros. ¿Qué pasa con España?
Hasta ahora, la frustración social originada durante la crisis financiera de la última década se canalizó mediante la ruptura del bipartidismo y el auge de nuevos partidos donde destacó Podemos como cauce del descontento. Es decir, la frustración social en España se condujo a través de la renovación del escenario político español. No obstante, tras la moción de censura de la pasada primavera, el cambio de color en el gobierno ha conllevado un cambio también en la dinámica de la frustración social: el descontento pivota hacia la derecha –donde se ha disparado— a medida que abandona la izquierda.
Por esa razón los partidos mayoritarios de derecha –PP y Ciudadanos— mantienen desde hace meses una carrera hacia la polarización ideológica, con las cuestiones migratoria y catalana como principales circuitos, mientras que una formación minoritaria y situada en la derecha más radical –VOX— aparece en el horizonte político como sombras de tormenta.
Es la manifestación de que el auge reaccionario en España no es una realidad, pero sí es una posibilidad que no se puede descartar.
Y es que España no es diferente al resto del mundo en lo que se refiere a la proliferación de “noticias falsas” –que nunca fueron noticias y siempre han sido falsedades— y a la polarización del refuerzo ideológico de la posverdad. Y, si bien el papel de la izquierda en España no es comparable al derrotismo de otros países al haber llegado aquí al gobierno, lo cierto es que la limitadísima capacidad de acción por su minoría parlamentaria absoluta –al punto que necesita de fuerzas nacionalistas periféricas de derecha para sostenerse—, junto a su pretensión de agotar la legislatura, terminará generando desencanto en el electorado de izquierda. Dos años en el gobierno sin llevar adelante una agenda de cambio real, visto desde un electorado considerablemente menos fiel en términos electorales que su contrapartida en la derecha, llevarán irremediablemente a un desgaste que quizá sea superior al impulso que suele dar el hecho de “tocar poder”.

Como esa posibilidad es incierta –al menos hasta las elecciones generales— es posible que la verificación del auge reaccionario dependa entonces del papel de los medios de comunicación, lo cual no parece a priori alentador.
Como ocurre en muchos otros países, la oferta mediática en España da lugar a que haya medios de comunicación –tanto audiovisuales como escritos— que son afines ideológicamente al reaccionarismo. Son diarios digitales, canales de televisión, emisoras de radio patrios que recuerdan mucho a FOX News, a la Breitbart News de Steve Bannon –casualmente, asesor de VOX— o al programa radiofónico de Rush Limbaugh, caldos de cultivo y adalides del trumpismo estadounidense.
Si bien este paralelismo resulta algo preocupante, es algo previsible y normal dentro del pluralismo mediático de una democracia. La verdadera preocupación, la que puede llevar la posibilidad al mundo de lo real, surge de los medios de comunicación que no son radicales, incluso de aquellos que pueden considerarse detractores de esta corriente reaccionaria en auge. Es el espacio mediático que se dedica a este supuesto crecimiento de la extrema derecha el que realmente puede darle alas al exagerarlo y normalizarlo por sobreexposición.
Habrá quien considere una demostración de fuerza que VOX reúna a 10.000 personas en Vistalegre, pero la realidad es que este partido obtuvo el 0,2% de los votos en las últimas generales y que los sondeos –realizados este mismo mes de octubre— lo sitúan rozando el 1%. Sólo con ayuda mediática –voluntaria e involuntaria— puede convertirse ese 1% en una representación considerable. Sólo en las mentes calenturientas una subida 0,8 puntos en dos años significa una ola reaccionaria imparable.
Por supuesto, la solución no pasa por menospreciar la amenaza ni por enterrarla debajo de la alfombra pero, desde luego, tampoco pasa por dar un protagonismo y altavoz inmerecidos a movimientos absolutamente minoritarios. Tan peligroso es subestimar como exagerar; tan peligroso es ignorar como prestar demasiada atención.
Es muy sencillo: no demos alas a quien no queremos que alce el vuelo. Depende de nosotros.
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