El papel del Partido Republicano en el sistema político estadounidense es tan relevante que la degradación del primero implica un serio peligro para el segundo. La preocupante deriva del conservadurismo norteamericano –originada por la influencia de su sector más ultra— supone un riesgo para la estabilidad política del primer país del mundo.

Tras la derrota de John McCain frente a Barack Obama en las elecciones de noviembre de 2008, el Partido Republicano se encontraba destrozado, desorientado y desmoralizado. No sólo es que hubiera vencido el carisma y el espíritu del discurso del nuevo presidente, encarnado en el ya histórico “Yes, we can”; los republicanos se habían sembrado ellos mismos el camino a la derrota al acompañar al expresidente George Bush en su huida hacia adelante al final de su segundo mandato. El handicap era demasiado grande: el hastío de la opinión pública frente a las guerras de Irak y Afganistán, los escándalos de torturas y la vulneración de los derechos humanos personificados en la prisión de Guantánamo, el colapso financiero de Wall Street que dio inicio a la aún hoy latente crisis económica internacional. Tal vez fue por esa complicidad de los republicanos en su propia caída que no acabaron de asimilar que perdieron legítimamente las elecciones presidenciales.
La estrategia de oposición del Partido Republicano se basó, durante el primer mandato de Obama, en el obstruccionismo parlamentario puro. El cambio que Obama prometió a Estados Unidos se quedó, en su mayor parte, en los pasillos del Capitolio. La aprobación de Medicare —llamado despectivamente por los republicanos como Obamacare— se cobró su precio en la retirada de las medidas más “radicales” del plan de Obama de hacer una sanidad accesible a todos los ciudadanos norteamericanos y, aún así, ésta política fue llevada ante el tribunal supremo de los Estados Unidos para que fuera rechazada por “inconstitucional”. Si bien la reforma sanitaria fue declarada constitucional finalmente[1], hay una diferencia notable entre el plan inicial y el plan resultante, y de esta diferencia —que ha pesado en la pérdida de imagen de Obama— tiene buena parte de responsabilidad el Partido Republicano. En el mismo papel obstruccionista se encontraban los republicanos cada vez que surgía cualquier iniciativa legislativa a favor de incrementar los impuestos a las grandes fortunas millonarias de Estados Unidos. No es descabellado pensar, en absoluto, que esta defensa férrea de los intereses de las grandes fortunas no es del todo coherente con la imagen que tradicionalmente presenta el partido de defensor de la clase media norteamericana.
Es con este clima de oposición total, más que frontal, de la derecha norteamericana, donde el Tea Party adquiere un papel protagónico. En sus inicios fue un movimiento de protesta frente al plan de “estabilización de emergencia”, como se denominaba al plan de la administración Bush de inyectar 800 mil millones de dólares al sector bancario de Wall Street. En sus inicios era un movimiento de las que se consideran las bases republicanas —la derecha de clase media estadounidense— pero progresivamente se fue convirtiendo en un movimiento radical de ultraderecha, financiado por las grandes fortunas conservadoras, que abrazaba los principios del anarco-capitalismo, el cristianismo fundamentalista y el individualismo extremo. En este sentido, el movimiento gasta un intenso nacionalismo estadounidense que en la concepción norteamericana de nación no resulta incompatible con una feroz animadversión al Gobierno, tanto en su tamaño como en su color político.
¿Cómo es posible que un movimiento de protesta conservador y opuesto a ayudar a Wall Street se convierta de la noche a la mañana en el máximo defensor del libre mercado y en el enemigo más acérrimo a la presencia del Estado en el ámbito socioeconómico? En el plano ideológico, los partidarios del Tea Party postulan que siempre fueron coherentes al defender el individualismo frente al papel del Estado —tanto para la caída de las grandes firmas de Wall Street como en el momento posterior—, pero en términos materiales no deja de ser cierto que el Tea Party, en base a su sorprendente capacidad de movilización política, comenzó a recibir generosas donaciones para su financiación de las grandes fortunas del país, precisamente de aquellos contra quienes arrancó el movimiento[2]. De este modo, el Tea Party evolucionó de un fenómeno de clase media a un movimiento ejecutado por la clase media-baja, pero diseñado por la élite económica y financiera estadounidense.

La capacidad de movilización y la nueva financiación otorgó tal influencia al Tea Party que consiguió sustituir a varios líderes históricos del partido por miembros del movimiento en el proceso de selección de candidatos para las elecciones estatales y legislativas de 2010[3]. De este modo, la mayoría de líderes republicanos acabó mostrando cierta deferencia al movimiento. El estancamiento del Partido Republicano dejó paso, finalmente, a la radicalización del partido y la política de oposición pasó a ser la política del obstruccionismo y el ataque directo. El discurso utilizado por actores ultraconservadores del espectro político —cuyos referentes bien pueden ser el locutor de radio Rush Limbaugh o el multimillonario Donald Trump— fue adoptado por la mayoría de líderes del partido y, de este modo, el debate público degeneró. El mayor ejemplo fue el cuestionamiento público de la misma nacionalidad y de las creencias religiosas del presidente Obama, en una campaña de desprestigio personal al más puro estilo de Karl Rove, el estratega electoral más relevante en el Partido Republicano en las últimas dos décadas[4].
La radicalización de los republicanos quedó en evidencia en el proceso de primarias del partido. En la carrera por la nominación republicana, el candidato Mitt Romney —considerado en el seno del partido como un político moderado— alcanzó una notable ventaja sobre sus competidores. La reacción de los elementos más polarizados del partido fue el apoyo explícito a un candidato más afín al Tea Party como Rick Santorum. La necesidad de satisfacer a la facción radical para consolidar las posibilidades de nominación se hizo patente en el cambio de discurso que el propio Romney marcó entre el momento de la carrera por la nominación republicana y, después, en la campaña electoral por la presidencia. Si bien Romney era considerado moderado dentro de las filas republicanas, el discurso empleado por él durante la carrera por la nominación siguió una línea más conservadora que el empleado para disputar con Obama la presidencia. Temas como el aborto o el matrimonio homosexual fueron ejemplos claros del cambio dialéctico del candidato republicano, cambio que acabó jugando en su contra al presentarse éste como un candidato sin criterio definido[5].

Finalmente, la derrota republicana en las elecciones de noviembre del pasado 2012 se debió a varios factores, entre los que cabe destacar el factor étnico del electorado americano, el carisma personal aún latente de Obama, la defensa de ciertos derechos sociales en su programa y la gestión del presidente en la catástrofe del huracán Sandy en la Costa Este. Estos factores, si bien tuvieron su grado de complicidad en el resultado electoral, no eclipsan el hecho de que el Partido Republicano volvió a entorpecerse a sí mismo. Esta torpeza no fue ni puntual en el tiempo ni aislada en la estructura del partido. El mismo Romney tuvo un incidente al difundirse un video suyo tildando al 47% de los americanos —refiriéndose a los votantes del Partido Demócrata— de dependientes que viven de las ayudas del Estado[6]. Del mismo modo, y posiblemente con consecuencias peores, varios líderes republicanos hicieron unas polémicas declaraciones en cuanto a la violación[7] o el aborto, provocando el desplome del apoyo femenino al partido. Fue la necesidad de satisfacer el ala más radical del partido la que lastró las opciones de victoria al cerrarse la posibilidad real de concebir al candidato y el partido republicanos como actores moderados de la política estadounidense.
En este nuevo tiempo para Estados Unidos muchas cosas están por decir, pero ya podemos vislumbrar un patrón. Después de la victoria demócrata, el líder republicano en el Congreso, John Boehner, declaró que la ciudadanía norteamericana había hablado y que las urnas habían dejado claro que querían un nuevo tiempo en Estados Unidos[8]. Se entendía este mensaje de conciliación como la señal de que el Partido Republicano había entendido finalmente que la senda hacia el poder pasaba por una moderación de su discurso y un distanciamiento con respecto a los sectores más conservadores, amén de ajustar su programa electoral a la nueva realidad de Estados Unidos. Sin embargo, aun obviando la fortísima resistencia de los republicanos por aceptar ciertas designaciones del nuevo Gobierno —como la del republicano Chuck Hagel para hacerse cargo de la Secretaría de Defensa—, el primer desafío al acuerdo político en esta nueva legislatura dejó en evidencia que todavía se mantiene la estrategia de obstruccionismo republicano. El llamado “abismo fiscal”, que consistía en un recorte inmediato y enorme de prestaciones sociales al tiempo que un aumento inmediato y considerable de los impuestos a partir del 1 de Enero de 2013 para reducir considerablemente el déficit —impuesta por los republicanos en la negociación in extremis del techo de deuda en 2011— fue una realidad durante el primer día del año. De haber llegado más lejos de ese día —festivo, por lo que no se percibieron los efectos en la economía— Estados Unidos habría sufrido un traumático recorte fiscal que hubiera puesto en peligro la senda de la recuperación económica. Finalmente, el acuerdo llegó ese 1 de Enero y la situación fiscal se salvó por el momento, pero quedó patente la nula voluntad del Partido Republicano —que ostenta la mayoría del Congreso— por llegar a acuerdos en beneficio del país.

La explicación puede radicar en que el Partido Republicano aglutina factores que a priori son como agua y aceite. Por un lado, es obvio que la estrategia electoral de los republicanos es la de un partido atrápalo-todo, buscando un electorado indeciso y moderado —razón por la que Mitt Romney parecía no tener criterio en la campaña presidencial de 2012— pero, por otro lado, el gran peso del Tea Party dentro del partido ha llevado a este a servirse del voto ideológico para mantener y captar al votante ideológicamente conservador. Finalmente, la consecución de políticas de obstrucción de los republicanos ante cualquier intento de incrementar impuestos a clases altas o a ampliar prestaciones sociales da a entender que, en el Partido Republicano, la rendición de cuentas —elemento estructural de todo partido político representativo[9]— se dirige realmente a las clases altas de Estados Unidos y no a la clase media y transversal que en teoría constituye el partido. El Tea Party extiende, de este modo, su propia incoherencia existencial sobre el cuerpo mayor que es el Partido Republicano. Es así que unas pocas pero grandes fortunas secuestraron el Tea Party y éste, una vez tomado, secuestró al propio Partido Republicano, acaparando el 50% de la voz norteamericana —el conservadurismo republicano— en la ultra-derecha.
En suma, encontramos que en la naturaleza del Partido Republicano se dan elementos contradictorios. Es muy difícil atraer al electorado moderado —como hace un partido catch-all— mientras se endurece el discurso para fidelizar el voto ideológico conservador, y más difícil aún, cuando se pretende lograr el apoyo del 50,1% de la población defendiendo los intereses del llamado popularmente 1%. Ese es el gran problema del Partido Republicano: desde el auge de un Tea Party ya desvirtuado ha perdido su propia identidad, la identidad de un partido que, para bien o para mal, ha dado líderes nacionales relevantes como Dwight Eisenhower, Richard Nixon, Ronald Reagan o los dos presidentes Bush. El mayor problema del conservadurismo norteamericano es, y va a seguir siendo en el futuro a corto plazo, precisamente quien se autoproclama su mayor defensor: el Tea Party de hoy.
[1] SUPREME COURT OF THE UNITED STATES (28/06/2012), National Federation of Independent Business et al. v. Sebelius, Secretary of Health and Human Services et al.
[2] THE NEW YORK TIMES (28/10/2010), The billionaires bankrolling the Tea Party.
[3] THE HUFFINGTON POST (15/09/2010), 2010 Primary results: Tea Party versus The GOP Establishment.
[4]RTVE (07/11/2005), El arquitecto de Bush. Documentos TV.
[5] EL PAÍS (05/11/2012), La última pirueta política de Romney le lleva al centro político.
http://internacional.elpais.com/internacional/2012/11/05/actualidad/1352150507_719580.html
[6] THE NEW YORK TIMES (17/09/2012), In video clip, Romney calls 47% “Dependent” and Feeling Entitled.
http://thecaucus.blogs.nytimes.com/2012/09/17/romney-faults-those-dependent-on-government/
[7] THE NEW YORK TIMES (19/08/2012). Senate candidate provokes ire with “Legitimate rape” comment.
http://www.nytimes.com/2012/08/20/us/politics/todd-akin-provokes-ire-with-legitimate-rape-comment.html?_r=0
[8] THE NEW YORK TIMES (07/11/2012). Boehner strikes conciliatory tone on “Fiscal Cliff”.
http://thecaucus.blogs.nytimes.com/2012/11/07/boehner-strikes-conciliatory-tone-on-fiscal-cliff/
[9] SÁNCHEZ DE DIOS, MANUEL (2006), Nueva perspectiva de la responsabilidad política: la teoría de la Agencia. Revista de las Cortes Generales, nº 67. (139–181)
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