La brecha digital: fractura de la globalización

MUNDO: Las nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) han abierto todo un universo de oportunidades para la consolidación de una sociedad civil más informada, democrática e interconectada a nivel mundial, pero también han originado una nueva fractura social entre los conectados y los no conectados, aumentando las diferencias de clase ya existentes entre el mundo desarrollado del Norte y el mundo subdesarrollado del Sur, ya grandes de por si a raíz de la globalización.

Miguel Candelas Candelas 

Hablamos de globalización siempre, pero debemos preguntarnos si en realidad estamos todos conectados. Fuente: Centronetsys.
Hablamos de globalización siempre, pero debemos preguntarnos si en realidad estamos todos conectados. Fuente: Centronetsys.

Los apologistas de la globalización suelen señalar que la irrupción de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) han contribuido a que el mundo sea cada vez más global y las coordenadas de espacio y tiempo se vean superadas al fin, lo que da lugar a la creación de una nueva sociedad mundial más interconectada y homogénea. Sin embargo, este tipo de argumentaciones suelen partir de la consideración de que la totalidad de la población (o al menos su mayoría) posee la denominada competencia informática, es decir, la posesión de herramientas teórico-prácticas para la utilización de las TIC, y la adquisición de esta competencia está sujeta a diversos factores, tales como la alfabetización digital, los niveles de cobertura local, el poder adquisitivo o el conocimiento  de idiomas. No es difícil constatar que dichos factores no son inherentes al 100% de los ciudadanos (ya sea a nivel global, continental, estatal, regional o municipal), por lo que nos encontramos, paradójicamente a la supuesta homogeneización que provocan las nuevas tecnologías en la era de la globalización, con que son precisamente dichas herramientas digitales y su consolidación en las múltiples esferas de la sociedad lo que está provocando que surja un nuevo cleavage: la brecha digital, término acuñado por Herbert Schiller y opuesto al de inclusión digital.

¿Pero qué es un cleavage? Los politólogos Rokkan y Lipset introdujeron en 1967 este concepto con el objetivo de interpretar el comportamiento electoral en las democracias liberales siguiendo un enfoque sociológico. El cleavage es, en breves palabras, un conflicto, una fractura social, que da lugar a distintas clases sociales o denominaciones ideológicas (o a un incremento de las ya existentes) que se sitúan a ambos lados del conflicto. Conflictos sociales evidentemente han existido desde los albores de la humanidad, y a lo largo de la historia han ido surgiendo y desapareciendo diferentes clases y grupos sociales, según el periodo histórico en el que nos encontremos: en la Edad Antigua confluyeron libertos y esclavos, en el Medievo fueron señores feudales y vasallos, durante el absolutismo encontrábamos a nobles y burgueses, y ya en los siglos contemporáneos a empresarios y trabajadores. Pues bien, Rokkan y Lipset establecían en la década de los 60 cuatro grandes cleavages existentes en la sociedad occidental, generados desde el surgimiento del Estado moderno: capital-trabajo, confesionalidad-laicismo, centro-periferia y campo-ciudad. Dichas fracturas sociales siguieron marcando los sistemas de partidos europeos durante las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, pero a comienzos de los años 70 la consolidación del Estado de bienestar y el inicio de la globalización dieron lugar al surgimiento de dos nuevas fracturas sociales: sector público-sector privado y capacidad de procesar conocimiento-no capacidad de procesar conocimiento. La primera de ellas divide a los trabajadores que dependen esencialmente del Estado y aquellos que no, mientras que la segunda señala una nueva sociedad del conocimiento en la que los ciudadanos se dividirían en aquellos capacitados para procesar la información y aquellos que no lo están.

En este sentido, tal vez este último cleavage correspondiente al nuevo paradigma posmoderno podría corresponderse con la fractura entre aquellos capacitados para utilizar las nuevas tecnologías y aquellos no capacitados, es decir, la brecha digital; una brecha cuya importancia política, e incluso geopolítica, es mayor que cualquiera de las anteriormente conocidas, ya que está separando a aquellos capacitados para acortar y superar las limitaciones espacio-temporales y aquellos que aún no lo están, aumentando más si cabe las diferencias de clase. Durante el Gobierno de Clinton (1992-2000), época en la que floreció en Estados Unidos el fenómeno cibernético, se comenzó a utilizar la distinción entre conectados y no conectados, llegando a denominar a este segundo grupo como el eslabón perdido, aludiendo a que quedarán estancados y no podrán proseguir con la evolución del resto de la humanidad.

Para analizar las claves esenciales de esta brecha digital, tomaremos la clasificación de Pippa Norris, que distingue entre tres subtipos de brechas: la brecha global (correspondiente a las diferencias regionales a nivel mundial), la brecha social (relacionada con los contrastes dentro del interior de un mismo Estado) y la brecha democrática (que presenta la dicotomía entre aquellos sectores de la sociedad que utilizan la administración digital y aquellos que no). Esta última es la que está relacionada con el Open Government.

Partiendo de la tipología de Norris, si analizamos la brecha digital global, observamos cómo este grupo de no conectados apenas llegaba en 2006 a un 41,4% en los países desarrollados, y en cambio, en las zonas del Tercer Mundo ascendía hasta un 89,8%, según datos de la International Telecommiunications Union (ITU), si bien es cierto que en los últimos años se ha producido una nueva oleada de masificación de las nuevas tecnologías ante la llegada de la Web 2.0, en la que las redes sociales y las aplicaciones de telefonía móvil han jugado un papel fundamental. Sin embargo, aún sigue existiendo un significante grupo de no conectados, y mientras que en Occidente se ve reducido a sectores de la tercera edad (nacidos antes de 1960) en otras regiones del mundo se distribuye de un modo más equilibrado, puesto que intervienen otros factores: pobreza, ausencia de satélites de comunicación, bajos niveles educativos, etc. De nuevo, los datos de la ITU (correspondientes al uso de Internet durante el intervalo 2006-2011) nos demuestran que aún existe una brecha global importante, y que continúa siendo mayor la población a nivel mundial que no está conectada de la que sí lo está, si bien es cierto que las diferencias se han reducido. En 2006 un 82% de la población mundial no estaba conectada, mientras que en 2011 la cifra había descendido hasta el 65%. Sin embargo, este aumento de los conectados se concentra en los BRICS (China, India y otros países emergentes).

Según los datos del ITU (Unión Internacional de Telecomunicaciones) la brecha digital aún afecta a prácticamente dos tercios de la población mundial. Fuente: Colombiadigital.com 

De este modo, nos encontraríamos ante un panorama pesimista de cara a los objetivos del milenio fijados por Naciones Unidas, ya que paradójicamente, la era de las TIC  no estaría contribuyendo a la globalización del planeta, sino al aumento de la desigualdad entre las regiones más y menos desarrolladas.

Con respecto a la segunda de las brechas señaladas por Norris (la brecha social), utilizaremos el ejemplo de España, debido a que se trata de un país del mundo desarrollado y con unos niveles de accesibilidad supuestamente bien implantados; sin embargo, nos encontramos aún con unas enormes fracturas analógico-digitales. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), el acceso a Internet en España se sitúa en torno al 68% de la población, con respecto al 76% de la media europea (UE), es decir, que aún el 32% de la población española se encuentra al otro lado de la brecha, una cifra que aumenta exponencialmente en el sector de la población mayor de 60 años. El mejor nivel social que sin duda ejemplifica esta brecha económica y generacional es el del sector educativo, en el que nos encontramos en muchos casos con una escuela que sigue imponiendo un orden analógico (clases magistrales, apuntes dictados, uso de la pizarra tradicional, bolígrafos de tinta…) cuando los alumnos a los que supuestamente deben instruir se encuentran en su inmensa mayoría ya insertados en un orden digital, por lo que el aula les supone un regreso al pasado, con la consiguiente disminución de la motivación, déficit de atención y deterioro de la comunicación entre alumnos y profesores.

Finalmente, en referencia a la brecha democrática, el número de ciudadanos (siguiendo con el caso español) que utiliza los mecanismos de administración electrónica aún constituye un porcentaje bajo. Por ejemplo, según datos del Observatorio Nacional de las Telecomunicaciones y de la Sociedad de la Información (dependiente del Ministerio de Industria, Turismo y Comercio), solamente un 25,5 de la población mayor de edad había utilizado la administración electrónica para el envío de formularios administrativos cumplimentados, descendiendo a un 12,4% a efectos de declaración de impuestos.

En resumen, tanto a nivel global como nacional, la brecha digital es una fractura inherente al proceso de globalización, que lejos de homogeneizar ha aumentado aún más las diferencias de clase y de generación, separándolas más aún unas de otras también en el aspecto de la comunicación y la información, debido a que la interacción entre personas, el acceso a la actualidad o el intercambio de conocimientos y experiencias se efectúa de más en más de forma cibernética. Dicha fractura se traslada también al mundo de la comunicación política, al posibilitar nuevos instrumentos de movilización para los conectados pero también nuevas posibilidades de manipulación hacia los no conectados. La imagen de una cena de Navidad en la que los distintos comensales chatean desde sus smartphones u ordenadores portátiles instantáneamente con sus amigos de Brasil, Italia y Corea, mientras al unísono buscan información internacional sobre la Primavera Árabe o el proceso electoral en Islandia en las aplicaciones instaladas de la BBC o Al-Jazeera ante la atónita y perdida mirada del abuelo de la familia o del niño etíope recién apadrinado, es sin duda el mejor ejemplo de la realidad de la brecha digital, y de las consecuencias sociales y derivaciones políticas que tiene en la actualidad y que tendrá aún con más profundidad en un futuro muy próximo.

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–          SCHILLER, H. 1996: Information Inequity. Routledge, Nueva York.

–          ROKKAN, S y LIPSET, M. Party systems and voter alignments. Cross-national perspectives, The free press, Toronto.

–          NORRIS, P. 2001: Digital divides: civil engagement, information poverty and the Internet world wide. Cambridge University Press.

–          International Telecommunications Union (ITU). 2006: Internet used per 100 inhabitants (1994-2006). ITU World Telecommunications. http://www.itu.int/ITU-D/ict/statistics/ict/graphs/internet.jpg

–          International Telecommunications Union (ITU). 2011: indicators database (2006-2011). ITU World Telecommunications.  http://www.itu.int/ITU-D/ict/facts/2011/material/ICTFactsFigures2011.pdf

–          Instituto Nacional de Estadística (INE). 2012: Encuesta sobre equipamiento y uso de las TIC. Publicaciones INEbase.http://www.ine.es/jaxi/menu.do?type=pcaxis&path=%2Ft25%2Fp450&file=inebase&L=0

–          Observatorio Nacional de las Telecomunicaciones y de la Sociedad de la Información (MITC). 2011: Principales indicadores relacionados con la Administración Electrónica en España. Datos octubre 2011. http://www.red.es/media/registrados/2011-11/1320395916217.pdf?aceptacion=8fbad687b5f87d53e527ef32a7952889

 

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