A menos de cuarenta días de la muerte del expresidente Hugo Chávez, Venezuela eligió a Nicolás Maduro como nuevo presidente de la República. El anhelo del fallecido comandante se transformó en realidad y la revolución bolivariana continuará su curso a pesar de las diferencias que existen entre ambos gobernantes.
Sebastián Anich Jadue

Los 30,36 millones de venezolanos serán gobernados durante los próximos seis años, si algo extraordinario no ocurre, por Nicolás Maduro Moros. Este sindicalista de 51 años presidirá Venezuela tras efectuar una campaña atípica y muy corta, marcada por el deceso de su inspirador Hugo Chávez Frías. La victoria obtenida este 14 de abril, puede decirse, tiene un valor diferente a todas las conseguidas anteriormente por el Partido Socialista Unido de Venezuela, pues a pesar de que sigue las consigas de la Revolución Bolivariana, significa la reelección de las ideas chavistas, sin Chávez. A pesar de que Maduro explotó el valor carismático y mesiánico que encarnaba Chávez, el pueblo venezolano esta vez eligió sin el temor tácito de ir contra el Gobierno representado por la imponente figura de Hugo Chávez.
Entre los analistas políticos existen discrepancias sobre si el carisma es hereditario. Sin embargo, es claro que en este caso la ciudadanía obedeció fielmente la voluntad de su difunto gobernante. En una especie de testamento, o de monarquía que entrega el poder a sus allegados, Chávez ordenó a sus partidarios brindarle un total apoyo a Nicolás Maduro. Y así fue. La sociedad venezolana, a través del voto popular y con más de 18,5 millones de electores habilitados, privilegió el legado del exmandatario.
Era previsible un resultado de estas características, ya que el respaldo ciudadano aún le pertenece al movimiento chavista, a pesar de la muerte de su máximo exponente. Recordemos también que la campaña presidencial duró oficialmente diez días, una situación compleja para la oposición y su candidato.
La «lucha espiritual», como catalogó Henrique Capriles Radonski su periplo para llegar al Palacio de Miraflores, no fue suficiente para derrotar el alma viva de Chávez que aún se aloja en las mentes de sus seguidores. Además, estaba el precedente de que en octubre de 2012 los votantes habían dado el triunfo al extinto militar con el 55,26% de las preferencias, contra un 44,13% obtenido por el abogado opositor. Pero el final de esta historia aún está lejos de conocerse. Muy por el contrario, una nueva novela comienza a escribirse hoy en tierras venezolanas.
Permanece la senda del chavismo
La campaña presidencial del oficialismo se centró en transportar a la memoria colectiva la imagen de Chávez, invocando su nombre hasta el extremo. Un fervor «cuasi religioso», destinado a habitar en el imaginario popular. El propio Maduro llegó a expresar que Chávez había convencido a Dios para que designara un «Papa latinoamericano», mientras los trabajadores ambulantes vendían llaveros con la fotografía del expresidente por un lado y la imagen de Jesús por el otro.
La extravagancia para atribuir a un pajarito el espíritu de Chávez, es solo un ejemplo de la dimensión mística dada a los comicios. El histrionismo y la dramaturgia desplegada por Maduro fueron insospechados. Diversas maniobras electorales que no escatimaron, por cierto, en descalificaciones cruzadas, pero que resultaron en favor del continuismo revolucionario.
El camino que viene se prevé complejo para el Gobierno. El país mantiene una profunda crisis económica, con una inflación superior al 33% que se arrastra desde hace años. Los niveles de criminalización continúan siendo desfavorables para la paz social y la corrupción es un flagelo permanente que habita en el interior de las instituciones.
Nicolás Maduro deberá utilizar toda su capacidad y experiencia política para mantener unido a un pueblo completamente ideologizado, sumido en una profunda bipolaridad partidista, que lejos de desaparecer tras la muerte de Chávez, resurgió con fuerza alentado por sectores contrapuestos.
El nuevo líder chavista deberá rendirle honores a su apellido y afrontar con madurez el destino de un pueblo que necesita una autoridad con visión de Estado y al servicio de todos, sin excepción.