Club VIP nuclear: reservado el derecho de admisión

MUNDO: Las principales potencias del mundo, con Estados Unidos a la cabeza, señalan constantemente la amenaza que supone para la seguridad global el desarrollo de armas nucleares por parte de Estados periféricos como Irán o Corea del Norte. Sin embargo, irónicamente, son esas mismas grandes potencias centrales las que llevan más de medio siglo dotándose de dicho arsenal con total impunidad, lo que obliga a realizarse la siguiente pregunta: ¿Son de verdad paladines del ecopacifismo o hipócritas ejecutores del poder hegemónico?

Miguel Candelas Candelas

La movilización mediática contra los programas nucleares de Irán y de Corea del Norte no es una cuestión de ecopacifismo, sino de geopolítica. Fuente: Corresponsaldepaz.
La movilización mediática contra los programas nucleares de Irán y de Corea del Norte no es una cuestión de ecopacifismo, sino de geopolítica. Fuente: Corresponsaldepaz.

Supongamos que un sábado por la noche dos amigos salen de fiesta y se disponen a entrar en una discoteca de la ciudad. Justo en el momento de cruzar la puerta, el portero del local impide la entrada a los dos muchachos, aludiendo a razones de estética debido al mal estado en el que, a su juicio, se encuentra el calzado de ambos. En ese momento, uno de los amigos se percata de que el portero también tiene sus zapatos en un estado deplorable, lo que provoca la indignación y la insistencia en querer pasar. El portero entonces, para zanjar el asunto, señala con su mirada hacia un letrero donde puede leerse “este local se reserva el derecho de admisión” al tiempo que con sus brazos empuja a los dos chicos, alejándolos de la entrada.

Esta situación, que resultará familiar a muchos de los lectores, es una buena extrapolación a grosso modo de lo que sucede en el seno de la política internacional con respecto  al contencioso de las armas nucleares. Un grupo de Estados (cuyos miembros más poderosos son curiosamente los 5 miembros del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas), denominado popularmente como el club nuclear, han podido desarrollar y desplegar durante más de cinco décadas todo el arsenal nuclear que han estimado conveniente, y al alcanzar su cénit, llegaron a la conclusión de que era necesario evitar que ciertos Estados pudiesen hacerse con la bomba, cometido en el que el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) ha sido su mejor herramienta jurídica, y no la quintaesencia del pacifismo internacional como proclaman los adalides de la gobernanza global. Como bien señala Gómez Barata[1], no se trata de una cuestión de seguridad, sino de geopolítica.

Y en esta lucha geopolítica, Estados Unidos es la superpotencia que ha iniciado, liderado y dirigido este proceso. Siguiendo con la metáfora del principio, podríamos decir que ha sido y sigue tratando de ser ese portero de discoteca, con autoridad y potestad para decidir quién entra y quién no en el selecto grupo de Estados con armamento nuclear. No en vano, Paul Kennedy lo define como el Estado Policía[2]. Imagen1Así, del mismo modo que Estados Unidos iniciaba su ciclo hegemónico a partir de 1945, la carrera armamentística caminaba en paralelo como una poderosa herramienta del subsistema militar para reforzar dicha hegemonía, ya que fue precisamente en esta fecha en la que lanzó las dos primeras bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, causando un verdadero holocausto en el pueblo nipón. En cualquier caso, y sin entrar en consideraciones sobre si el Estado Mayor estadounidense debería haber sido juzgado por crímenes de guerra del mismo modo que lo fueron los genocidas nazis y japoneses en los juicios de Núremberg y Tokyo, no deja de ser paradójico que el país que con más beligerancia defiende la imposición de sanciones a Irán y Corea del Norte por desarrollar pruebas nucleares, sea precisamente el único que en toda la historia de la humanidad ha utilizado dicho armamento de destrucción masiva contra una población.

Una vez iniciada la carrera armamentística, Estados Unidos ha tratado de controlar el proceso todo lo que ha podido para que los Estados que adquiriesen el estatus de potencias nucleares fuesen únicamente sus más estrechos aliados, hecho que solamente logró a medias, ya que ayudó a nuclearizarse a potenciales aliados suyos como Reino Unido (1952), Israel (1986) y Pakistán (1998), pero no pudo evitar que la URSS (1949) o India (1974) hiciesen lo propio, mientras que Francia (1960) y China (1965) suponen dos casos singulares que es conveniente analizar. Francia, inició su programa nuclear en 1960, denominado la forcé de frappe, debido al empeño del General De Gaulle de liberar a Francia del dominio estadounidense (recordemos que Reino Unido había obtenido ya la bomba en 1952 gracias al apoyo de los científicos estadounidenses, y constituía una avanzadilla militar anglosajona frente a la Europa continental, lo que según De Gaulle era inadmisible), y a pesar de que el Pentágono estaba obviamente en contra, no pudo oponerse a las pretensiones del viejo general debido a que, dentro de lo malo, el gaullismo era más aliado estadounidense que el comunismo, oposición francesa en aquellos años y única alternativa posible a De Gaulle. Por su parte China, inició su carrera nuclear en 1965, aprovechando su distanciamiento del bloque soviético y la tripolaridad reinante en Asia, lo que provocó que  Estados Unidos, especialmente desde la llegada de Kissinger al Departamento de Estado (1968), no viese del todo mal el rearme chino, al considerarlo como un modo de frenar el poder de la URSS.

Desde entonces, y particularmente a partir de la caída del Muro de Berlín y del final de la Guerra Fría, Estados Unidos y las demás potencias nucleares han tratado de construir un hipócrita discurso antinuclear, en buena medida beneficiado por el auge de los movimientos ecologistas a partir de la década de los 70, según el cual no debe permitirse que surja ninguna nueva potencia nuclear, ya que eso supondría una amenaza para la paz mundial, mientras que respecto a todo su arsenal nuclear acumulado, únicamente se han comprometido a reducirlas en un pequeño porcentaje, como parte de una cesión política meramente testimonial. Agnew[3], llevando la teoría gramsciana al terreno de la geografía, señala como la hegemonía geopolítica se construye ideológicamente por parte de las potencias dominantes haciendo pasar en el imaginario colectivo la idea de que lo que es bueno para Estados Unidos es bueno para la totalidad del planeta. En este sentido, toda la retórica diplomática referente a la contención nuclear llevada a cabo bajo el instrumento de la Organización Internacional para la Energía Atómica (OIEA) ha sido un instrumento tan o más efectivo que la amenaza explícita a los Estados contestatarios con la hegemonía militar estadounidense, como son Irán o Corea del Norte.

Estos dos Estados se han convertido en el blanco de casi todas las dianas internacionales y la mayoría de las agencias informativas han contribuido a la imagen peyorativa hacia ambos, transmitiendo en buena medida la doctrina nacional de seguridad estadounidense y convirtiéndola en doctrina de seguridad global, construyendo, de este modo, el imaginario geopolítico dominante. En líneas generales, la crítica que se realiza a estos Estados es que suponen una amenaza a la paz mundial debido a la combinación de su ideología opuesta al pensamiento único (islamismo o comunismo) y de su pretensión de dotarse de tecnología y armamento nuclear. Lo cierto es que, lejos de consideraciones éticas sobre la mucha o poca calidad democrática de ambos Estados, lo cierto es que si procedemos a un análisis más minucioso de la política exterior estadounidense desde los últimos años de la administración Reagan hasta la actualidad, observamos cómo ha sido la propia agresividad del Pentágono (plasmado tanto en la doctrina del realismo ofensivo como en la doctrina del neoconservadurismo) la que ha provocado en buena medida que estos dos Estados decidan armarse nuclearmente para garantizar su propia independencia. Efectivamente, durante la era bipolar de la Guerra Fría existió un equilibrio de poder que permitió a diversas potencias acceder al club nuclear gracias al apoyo o simple consentimiento de una de las dos superpotencias enfrentadas, aprovechando el equilibrado tablero de juego de la contienda ideológica, pero a partir de la desintegración de la URSS, Estados Unidos emergió como única potencia global y trató de ir marginando y eliminando a los frágiles Estados (generalmente aliados del antiguo bloque comunista que habían logrado sobrevivir al ocaso de Moscú). Para esta misión, entre 1985 y 1992, las administraciones republicanas de Reagan y Bush (padre) agruparon a estos Estados (Libia, Siria, Irak, Irán y Corea del Norte) en el grupo de los Rogue States (Estados gamberros), regímenes considerados absolutamente perniciosos para la seguridad internacional, y que por ende, debían de ser eliminados. Imagen2Siguiendo esta doctrina, Libia fue bombardeada sin declaración de guerra previa en 1986 y en 1991, Irak fue atacada por una coalición liderada por Washington, aniquilando a la práctica totalidad del ejército iraquí de Saddam Husein, un antiguo aliado que ahora se consideraba peligroso debido a que había logrado resurgir el socialismo árabe  y amenazaba la supremacía regional de Israel y de las petromonarquías del Golfo Pérsico. Unos años más tarde, Bush (hijo) readaptó el imaginario de los Estados gamberros al denominado Axis of Evil (Eje del Mal), realizando un símil semántico con el Eje fascista de la II Guerra Mundial, para agrupar a los Estados que el Pentágono percibía como una amenaza. En este Eje quedaron encuadrados Irak, Irán y Corea del Norte (al que se sumó Afganistán tras los atentados del 11-S) y mientras durante la doctrina de los Estados gamberros únicamente se hostigó a dichos países, ahora se trataba de buscar su completa aniquilación. De esta forma, mediante dos guerras relámpago, Estados Unidos y sus aliados acabaron con los regímenes de Afganistán (2001) y de Irak (2003), utilizando el argumento de la nueva amenaza terrorista y de las armas de destrucción masiva. Evidentemente, ni Afganistán ni Irak constituían una amenaza alguna para Washington, pero esta política agresiva e imperialista y de inspiración neoconservadora, denominada por Verstrynge[4] como política de la democracia balística (vas a tener una democracia liberal a golpe de cañonazo, tanto si te gusta como si no), cargada de un fuerte milenarismo protestante, provocó que los Estados catalogados como gamberros o malignos por Estados Unidos, que habían sobrevivido a esta primera oleada de democracia balística (Irán y Corea del Norte), activasen sendos programas de enriquecimiento de uranio en aras de buscar el arma nuclear, ya que ante la nueva política imperialista y hegemónica estadounidense suponía bajo su juicio la única opción para un pequeño o mediano Estado de resistir la más que probable invasión de los marines, resignificando a la bomba nuclear no ya como un arma ofensiva, sino esencialmente defensiva y disuasoria.

Irán fue un estratégico aliado de Estados Unidos durante buena parte de la Guerra Fría, mientras el país era regido por la férrea dictadura del Shá de Persia, pero tras la revolución de Jomeini en 1979, Irán se convirtió en una República Islámica frontalmente opuesta a Estados Unidos, lo que ha provocado que a lo largo de estas décadas la inteligencia estadounidense tratase de desestabilizar el país y derrocar al gobierno islámico, cuya cabeza de puente es Israel, Estado que también especula en diversas ocasiones con bombardear el territorio persa. Irán, ante este hostigamiento internacional por parte de Estados Unidos e Israel, ambos países poseedores de armamento nuclear, unido al temor de seguir la misma suerte que otros Estados gamberros como Irak (ser invadido), ha tratado de nivelar la balanza a través de un programa de enriquecimiento de uranio (en la versión oficial destinado únicamente a uso civil), especialmente a raíz de la llegada al poder del ultraconservador Mahmud Ahmadineyad en 2005. Un año más tarde, dicho Presidente anunció públicamente que los científicos persas habían logrado enriquecer uranio con éxito, a niveles para poder ser utilizado en reactores, como señala Taubmann en una de sus biografías[5]. Estados Unidos y Reino Unido reaccionaron imponiendo sanciones al régimen de los ayatollah, mientras que Israel ha intensificado sus amenazas al régimen de Teherán, si bien es cierto que éste ha hecho lo mismo hacia Tel Aviv, con un discurso cargado de antisionismo.

Con respecto a Corea del Norte, se trata de un régimen que lleva viéndose rodeado desde el final de la Guerra Fría, al constituirse como uno de los pocos Estados comunistas en sobrevivir a la caída de la URSS, gracias, en buena medida eso sí, a la ayuda suministrada por China. Sin embargo, en 2002 la administración Bush (hijo) incluyó a Pyongyang en el ya citado Eje del Mal, y tan solo un año más tarde, se produjo la invasión de Irak, apoyada por países limítrofes como Corea del Sur o Japón. Ante esta situación, Corea del Norte reactivó su programa nuclear en el reactor de Yongbyon (ya lo había iniciado durante el mandato de Kim Il Sung en la década de los 90) y se retiró del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) en 2003, señala Rozman[6]. Tres años más tarde, el régimen comunista realizaba su primer ensayo nuclear, aparentemente con éxito. Ante este acontecimiento, gran parte de la comunidad internacional alertó sobre las intenciones agresivas y belicistas de la cúpula militar norcoreana, iniciándose una campaña a favor de las sanciones contra Pyongyang en los principales medios de comunicación occidentales. Sin embargo, con frecuencia se olvidaba mencionar que la península coreana está nuclearizada tanto por parte del Norte como del Sur, ya que Estados Unidos mantiene un despliegue militar de más de 250.000 efectivos en Corea del Sur, incluyendo también el despliegue de armas nucleares en dicho territorio coreano. En este sentido, hay que admitir que del mismo modo que el rearme norcoreano es visto desde Corea del Sur como una amenaza a su seguridad, el despliegue estadounidense en este territorio es igualmente inquietante para su vecino del Norte.

En conclusión, el denominado Club Nuclear, liderado por Estados Unidos, se ha convertido en un selecto grupo de países VIP, cuyo estatus privilegiado de potencias nucleares es aparentemente legítimo, pero en el que se reservan el derecho de admisión, dictando qué países tienen derecho a poseer dichas armas y cuáles no. Dentro de esta estrategia, la OIEA y el TNP actúan más como instrumentos jurídicos justificadores del mantenimiento de la hegemonía militar por parte de estas grandes potencias hegemónicas que como verdaderos organismos imparciales y arbitrarios del derecho internacional. El resto, no es más que una retórica internacionalista, que tal como señalaba Antonio Gramsci, solamente busca vender los intereses de la clase dominante como intereses comunes al conjunto de la comunidad[7].


[1] GÓMEZ BARATA, J. 2012: Hegemonía y geopolítica nuclear. Argenpress. Enlace en http://www.argenpress.info/2012/01/hegemonia-y-geopolitica-nuclear.html

[2] KENNEDY, P. 2006: Auge y caída de las grandes potencias. De Bolsillo Ediciones, Barcelona.

[3] AGNEW, J.  2005: Geopolítica: una re-visión de la política mundial. Trama Editorial, Madrid.

[4] VERSTRYNGE, J. 2005: La guerra periférica y el Islam revolucionario. El Viejo Topo. Madrid.

[5] TAUBMANN, M. 2007: La bombe et le Coran: Mahmud Ahmadineyad. Editions Ou Moment. Paris.

[6] ROZMAN, G. 2004: The geopolitics of the Korean nuclear crisis”, Strategic Asia 2003-2004.

[7] GRAMSCI, A. 1972: Cuadernos de la cárcel. Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno. Ediciones Nueva Visión. Buenos Aires.

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