Un argumento a favor de la desnuclearización universal

A FONDOLa crisis nuclear que se está produciendo en la Península Coreana ha vuelto a destacar la importancia de buscar un mundo sin armas nucleares.  Para ello, resulta fundamental  socavar las justificaciones realistas e  imaginar otro futuro. 

Matthew Robson

Fuente: cubadebate.cu
Fuente: cubadebate.cu

«The winds of destiny seemed to favor certain Japanese cities that must remain nameless. We circled about them again and again and found no opening in the thick umbrella of clouds that covered them. Destiny chose Nagasaki as the ultimate target».

William L. Laurence (Periodista del New York Times y testigo a bordo el B29 bombardero que se utilizó para el ataque nuclear estadounidense en Nagasaki, 1945).

Por mucho que esta versión de un testigo presencial pretenda atribuir un sentido de casualidad al ataque nuclear en Nagasaki, no hay nada de  casual en el uso de armas nucleares.  Este acontecimiento fue la culminación del proceso de desarrollo de una tecnología  sintética,  utilizada para poner fin a una guerra provocada por los políticos, la cual había estallado dentro de un sistema político internacional creado por los hombres.  Al Igual que cualquier guerra, las identidades de los involucrados son las que diferencian a los aliados de los enemigos,  pero tampoco esto se puede reducir a la naturaleza fortuita de la vida.  Estas identidades  crecen y se forman, en gran parte, gracias a las élites nacionales y  a las estructuras  de conocimiento construidas a lo largo del tiempo.

La bomba lanzada sobre Nagasaki fue incluso más potente que la que había estallado anteriormente en Hiroshima.  El equivalente a 40.000 toneladas de TNT. La explosión dejó miles de muertos en ese mismo instante, seguida por mucho más hasta llegar a aproximadamente a 60.000 – 70.000 personas (cifra del Atomic Bomb Museum).  Asimismo, el número de personas lesionadas fue enorme.  Sin entrar en el debate sobre las justificaciones que llevaron a realizar este ataque, no cabe duda de que los sucesos de Nagasaki e Hiroshima representan dos de los fallos más catastróficos que se han visto en la historia del ser humano.  Un nivel inconcebible de destrucción y pérdida de vida que no tiene precedente.

La explosión nuclear en Nagasaki, 1945.
La explosión nuclear en Nagasaki, 1945.

Así pues, para gran consternación de la humanidad, estos tipos de armas siguen estando consideradas necesarias por algunos estados.  Este hecho,  puede relacionarse directamente con la crisis geopolítica que ha surgido recientemente en la Península de Corea, la cual,  a pesar de no ser novedosa, ha desencadenado ciertamente un grado elevado de preocupación en la región y más allá.  Esto se debe a tanto la inexperiencia relativa del líder de Corea del Norte, Kim Jong Un,  como a la escala de las amenazas declaradas por Pyongyang.  Así, en marzo de este año, la agencia oficial de noticias de Corea del Norte advirtió: «puesto que Estados Unidos está a punto de provocar una guerra nuclear, ejerceremos nuestro derecho de llevar a cabo un ataque nuclear preventivo contra la sede del agresor para proteger nuestro interés supremo» (Reuters, 03/07/2013).

Aunque las autoridades occidentales han restado importancia a estas amenazas, considerándolas como parte de una táctica más amplia para fomentar la posición geopolítica del país, la mera mención de armas nucleares es suficiente para agravar la situación. Esto También trae recuerdos del horror de lo sucedido en las ya mencionadas ciudades japonesas y ofrece, incluso, la oportunidad de volver a formular un argumento en contra del desarrollo, almacenamiento y uso de las bombas.

El objetivo de este artículo sería entonces cuestionar los fundamentos teóricos que establecen la percibida necesidad de poseer armas nucleares.  Se argumenta que es posible superar esta visión sucintamente realista y buscar nuevas maneras de asegurar un futuro a salvo de la catástrofe nuclear.

 

      El carácter contradictorio de la «biopolítica» liberal

Mientras que es importante poner de manifiesto los costes humanos devastadores asociados con las armas nucleares, estos factores en sí no constituyen un argumento definitivo en su contra.  Al fin y al cabo, seguramente los teóricos políticos y estudiosos de relaciones internacionales de todas las tendencias  estarían de acuerdo al respecto.  Por lo tanto, la construcción de un argumento que defiende un mundo desnuclearizado debe ir más allá.  Dicho argumento debe enfrentarse con los supuestos políticos y filosóficos que apoyan la supuesta necesidad  de la posesión de tales armas, subrayando las contradicciones aparentes, antes de llegar a imaginar otro tipo de futuro.  Esto, en esencia, supone la crítica del paradigma aún dominante el realismo.

Un periodo importante de la historia, tanto para las armas nucleares como  para el neorealismo fue la Guerra Fría, durante la cual, las dos superpotencias, Estados Unidos y la Unión Soviética, acumularon grandes cantidades de armas  en su intento de conseguir la supremacía.  En Occidente, la carrera de armamentos fue acompañada y justificada por teorías realistas de las relaciones internacionales.  Teorías que aseguran la naturaleza anárquica del sistema internacional, el egoísmo inherente de las unidades más importantes, los mismos estados, y cómo el choque de estas dos ideas conduce, en última instancia, al conflicto.

Con todo, según Waltz, en algunas ocasiones es posible conseguir un «equilibrio de poderes» (Waltz, 1979), en el que las armas se usanmatt2 para disuadir  ataques desde fuera.  De hecho, en la actualidad, Waltz ha utilizado la misma teoría para respaldar la existencia de las armas nucleares.  Con referencia al Oriente Medio, Waltz argumenta que la estabilidad de la región está en entredicho por el hecho de que sólo existe una potencia nuclear, Israel.  Para resolver esta situación,  Waltz se muestra a favor de que Irán desarrolle una bomba atómica.   Esto, asegura, «probablemente sería el mejor resultado: el que es más propenso a restaurar la estabilidad del Oriente Medio» (Waltz, 2012).

Así, queda de manifiesto una de las premisas fundamentales de las teorías realistas, a saber, que la inestabilidad del sistema internacional o la naturaleza conflictiva del ser humano lleva a las aspiraciones militares.  Conceptualizado en cualquier de las dos formas, las armas nucleares existen como una necesidad, puesto que resulta imprescindible defenderse de las intenciones de los demás estados.  Sin embargo, es posible poner en duda esta visión.  Se trata de reformular las concepciones del poder militar y la guerra, y reflexionar sobre cómo el estado se relaciona con ellas.  De esta manera, se puede demostrar que las suposiciones de la visión realista no son ontologías políticas, sino el resultado de una imaginación geopolítica.

Según Foucault, la idea de «guerra», a diferencia de la concepción realista, no sólo se puede aplicar a violencia entre estados.  Con respecto a los estados liberales,  existe como una forma de «biopoder» que tiene como referencia la promoción de la «población», entendida como la «especie humana» en sí.  Es decir, un poder que tiene como su objetivo: «hacer que viva la vida».  Sin embargo, desde la misma lógica, la «biopolítica» debe «determinar cuál tipo de vida puede promoverse y cual no.  Cual tipo de vida es productiva y cual es ajeno al fomento de la vida».  Por lo tanto, «la biopolítica liberal declara la guerra sobre lo que pone en peligro la existencia de la especie por medio de las prácticas discursivas, las que pretenden asegurar la promoción de la vida» (Dillon y Neal, 2008:7).

Para explicar esta idea, Foucault ha rastreado los estados liberales modernos para demostrar que estos han surgido de la guerra, hecho que sigue teniendo impacto sobre las maneras de conceptualizar la política.  De este modo, según el autor, por política se entiende «la guerra por otros medios» (Foucault, 2004), siendo esto la otra cara de la moneda del máxime famoso de Von Clausewitz.  En la concepción tradicional de «guerra» como «la política por otros medios», la guerra existe como una extensión de la política.  Pensándolo a la inversa, la política se convierte en la misma guerra.

La biopolítica, entendida como la promoción de la especie humana, funciona a través de la maquinaria de seguridad o dispositif de securité.  Esto significa que «la paz liberal existe como un necropolitics de seguridad que declara la guerra permanente contra la vida y por parte de la vida».  Además, «el principio subyacente de las tácticas de batalla – que uno tiene que llegar a ser capaz de matar para seguir viviendo – ha sido el principio que define la estrategia de los estados» (Foucault, 1990:137).  No obstante, de manera crucial, la idea de que uno tiene que matar o entrar en guerra por el bien de la vida en sí es claramente paradójica (Neal, 2011).

Por todo ello, esta reformulación del concepto de «guerra» y su relación con el estado tiene implicaciones importantes para cómo se
ve la supuesta necesidad de las armas nucleares.  Dentro de la visión realista-estructural, esta necesitad surge del mismo sistema internacional que se caracteriza por su inestabilidad y el conflicto.  En cambio, si se entienden las armas nucleares como parte de la guerra biopolítica, siendo por su gran capacidad de quitar la vida la expresión máxima de «biopoder», su justificación se hace más cuestionable.  Al igual que otras formas de «biopoder» que pretenden «matar para dejar vivir» (Dillon, 2008), las armas existen en plena contradicción a la promoción de la especie humana.  Aún más, esta contradicción socava la misma legitimidad de la guerra patrocinada por el estado y de igual medida, la creencia que el estado tiene el derecho a guardar y a usar armamentos tan destructivos.

 

Poniendo fin a dobles estándares

 Una de las consecuencias de la «biopolítica» liberal es que da lugar a dobles estándares dentro del sistema internacional.  Como ya se ha señalado, la lógica de la «biopolítica» pretende ordenar la vida conforme a su percibida armonía o antagonismo al fomento de la especie humana.  En la «biopolítica» liberal, los elementos nocivos son los que no encajan con las ideas liberales y por lo tanto, se encuentran sometidos a ciertas medidas de control.  Esto es particularmente evidente en el caso de las armas nucleares y los mecanismos que deciden qué estados pueden poseerlas y cuáles no.  Krause ha notado que estados tales como India, Pakistán, China, Egipto, Corea del Norte e Irán rechazan «la manera en que las prácticas tradicionales del control de armas han reforzado o legitimado ciertas interpretaciones de quien puede (o no puede) poseer, utilizar, o amenazar utilizar armas particulares» (Krause, 2011).

En la actualidad, tanto Irán como Corea del Norte han sido sujetos a sanciones paralizantes por su negativa a parar sus programas nucleares actualmente en marcha. En consecuencia, los dos se consideran una amenaza a la seguridad y a la estabilidad de la región, si bien esto parece más claro en el caso de Corea del Norte.  A diferencia de este país, el gobierno de Irán ha asegurado en diversas ocasiones que sus programas del enriquecimiento de uranio son para fines pacíficos.  En cualquier caso, parece que no existen las mismas dudas acerca de las armas nucleares que permanecen en otros estados ni sobre su derecho a tenerlas.

Se puede sugerir entonces que hay argumentos válidos que apoyan este tipo de doble estándar.  Por ejemplo, uno podría argumentar que no se rinden las mismas cuentas en todos los estados, lo cual implica que algunos gobiernos tienen más libertad para tomar decisiones radicales.  En el caso de Corea del Norte, la centralización del poder y la falta de escrutinio público pueden facilitar la toma de decisiones unilaterales.  A la inversa, en Estados Unidos, la separación de los poderes junto con cierta libertad de prensa dificulta mucho más el uso de armas tan destructivas.

Pero este argumento no convence y de hecho, es típico de la parcialidad occidental que ha caracterizado y sigue caracterizando las formas de ver la política y el espacio geográfico.  Es una visión que aboga por una versión idealizada de la democracia liberal como la única forma de gobierno válida. Los demás modelos son deslegitimizados y representan amenazas al modo de vida Occidental.  Por eso, ciertos estados deberían ser frenados.  Pero esta manera desproporcionada de repartir derechos y privilegios es cada vez más problemática por varias razones.

matt 1Por ejemplo, aunque uno puede tener el sentido de que su forma de vivir es mejor que la del «otro», lo más probable es que el «otro» crea lo contrario. Por lo tanto, la imposición institucional de dobles estándares causa un sentimiento de injusticia que no se disipa fácilmente.   Lo crucial aquí es que estos sentimientos conduzcan al desafío de las percibidas injusticias, como sería el caso de Corea del Norte.  Este ejemplo demuestra también la dificultad, o más bien, la imposibilidad de contener un país con aspiraciones nucleares, por muy duras  que sean las sanciones impuestas.  Se estima ampliamente que Pyongyang ha logrado desarrollar una bomba atómica, aunque todavía no tenga los medios de lanzarla.  Seguramente, el progreso incesante en tales casos se debe a los avances de la tecnología y la proliferación del conocimiento científico.  Dos procesos que no se pueden parar.

El fracaso en impedir que algunos «rogue states» (Estados gamberros), desarrollen capacidades nucleares, además de las dificultades de asegurar la no-proliferación de la material a entidades no estatales, tal como grupos terroristas, proporciona una base sólida para argumentar a favor del desarme nuclear universal.  Si bien la misma idea se ha considerado, a menudo, como una noción fantasiosa, el producto de una manera de pensar demasiado idealista o incluso utópica, esto solo es cierto si se adopta una perspectiva realista. En cambio, si se rechaza la visión estadocéntrica, la que señala la inevitabilidad del conflicto, se hace posible contemplar nuevos caminos hacia un mundo libre de los peligros de la devastación nuclear.

La construcción de instituciones capaces de regular el control y en última instancia, el desarme de las armas nucleares, es fundamental para garantizar un mundo libre de las peores formas de la guerra.  A través de estas instituciones, se pueden alcanzar acuerdos que interesan a todos los gobiernos, puesto que en la actualidad, cualquiera de ellos puede ser expuesto a la proliferación de las armas o de la material nuclear necesaria. De esta manera, los acuerdos pueden servir a todos los estados, con tal de que sean pasos hacia el desarme total. Lamentablemente, mucho trabajo queda por hacer en este ámbito, siendo uno de los retos más grandes la formación de instituciones imparciales que no favorecen ciertos estados.

Además de la esperanza en los pactos multilaterales, también importante es la acción unilateral o bilateral. Un ejemplo, aunque limitado, es el acuerdo llegado entre Estados Unidos y Rusia.  El tratado «New START» entró en vigor en 2011 y ha tenido el efecto de «reducir el número de sus fuerzas nucleares» (SIPRI, 2012).  El tratado demuestra que los estados con las dos grandes cantidades de armas nucleares pueden trabajar juntos frente a la amenaza y peligro que supone la proliferación de armas.  La clave será mantener el impulso para llegar, paulatinamente, a la posibilidad del desarme nuclear total.

Sin embargo, para conseguir un verdadero cambio en cómo se ven las armas, será necesario superar la dependencia del estado como la unidad única que puede fomentar cambio.  Una parte importante de eso, es la deslegitimación de la violencia en sí, lo cual debe ser un objetivo de todos los interesados en la paz (Dalby, 2011). Esto puede tomar forma de varias maneras pero el principio tiende a ser lo mismo, el rechazo de la violencia en todos los niveles.  Para empezar, es importante el análisis de cómo los temas de guerra y seguridad entran, perniciosamente, en la esfera de la cultura popular (Dalby, 2011). Asimismo, cómo se forman las identidades «en peligro», refiriéndose a las justificaciones para las intervenciones extranjeras.  De hecho, se puede extender esta observación para englobar la formación de todas las identidades del «otro».

Por último, el contexto rápidamente cambiante del mundo ofrece oportunidades para la colaboración que no ha existido en el pasado.  Los procesos de globalización, la innovación tecnológica continuada, además del cambio climático y la inestabilidad económica, implican oportunidades nuevas para establecer vínculos y buscar respuestas conjuntas. (Dalby, 2009) Si bien estos factores no están relacionados directamente con el desarme nuclear y la desmilitarización, pueden crear un clima de cooperación que supera las visiones de las relaciones humanas caracterizadas por el egoísmo.  También pueden ayudar a desafiar visiones que destacan la prevalencia del estado, conduciendo a erosionar las fronteras geográficas las que separan los pueblos del mundo.

 

PARA MÁS INFORMACIÓN

Cooper, N. y Mutimer, D. (2011) Arms Control for the 21st Century: Controlling the Means of Violence.

Krause, K. (2011) Leashing the Dogs of War: Arms Control from Sovereignty to Governmentality.

Dillon, M. y Neal, A.W. (2008) Foucault on Politics, Security and War. Palgrave MacMillan.

Foucault, M. (2004) Society Must be Defended: Lectures at the College de France, 1975-76.  Traducido por David Macey.

Laurence, W.L. (1945) Eyewitness Account of Atomic Bomb Over Nagasaki. http://www.atomicarchive.com/Docs/Hiroshima/Nagasaki.shtml

‘Counting the Dead’. Atomic Bomb Museum.org. http://atomicbombmuseum.org/3_health.shtml

Kim, J. y Charbonneau, L. (07/03/2013) ‘North Korea threatens nuclear strike, U.N. expands sanctions.’ Reuters.  http://www.reuters.com/article/2013/03/07/us-korea-north-attack-idUSBRE9260BR20130307

Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI) http://www.sipri.org/research/disarmament/nuclear

Waltz, K. (1979) Theory of International Politics.  McGraw Hill.

Waltz, K. (2012) Why Iran Should Get the Bomb. Foreign Affairs.

 

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