MUNDO: Desde la derrota de la República en la Guerra civil el discurso en España en torno a la recuperación de Gibraltar ha sido hegemonizado por la derecha al apropiarse exclusivamente de los símbolos nacionales, por lo que la izquierda tiene enormes dificultades para hilvanar un relato de país con el que disputar el concepto de patria. Asimismo, buceando en la historia descubrimos cómo el supuesto patriotismo conservador no es más que mera hipocresía, pero logra sus frutos propagandísticos debido a los complejos posmodernos de la izquierda.

El conflicto de Gibraltar lleva décadas siendo utilizado por la derecha española como elemento de reafirmación de su supuesto patriotismo, con el que busca legitimar sus políticas en el momento en que sus ejecutivos comienzan a verse seriamente desgastados, al tiempo que se sirve del mismo para lanzar una cruzada ideológica frente a la izquierda, la cual a su juicio, apoya las tesis gibraltareñas, y por ende, es antipatriótica y antiespañola –acusaciones insertadas dentro de la concepción nacional-católica heredera del franquismo, que asocia el izquierdismo con el antiespañolismo, por lo que no resultan novedosas–.
En ningún caso se trata de una acción gubernamental con verdaderas pretensiones de recuperar la soberanía española sobre Gibraltar, quedando reducido a un discurso chovinista superficial, destinado a horadar a la oposición interna, y no a la potencia británica –José Luis Blanco, parlamentario andaluz, se refería a dicho discurso en un reciente artículo como patriotismo de salón, señalando un distanciamiento de la Moncloa con respecto a la compleja realidad del Campo de Gibraltar, pero reconociendo su efectividad a nivel propagandístico como elemento de distracción–. La erosión de la oposición se logra gracias a dos aspectos esenciales: por un lado, décadas de hegemonización de la idea de España por la derecha debido a la imposición y control de la simbología nacional a partir de 1939 –bandera, condecoraciones militares, jefatura del Estado, aconfesionalidad difusa– han logrado imponer un relato nacional dominante que identifica subliminalmente el patriotismo con la derecha.
Por otro lado, las dificultades de la izquierda para navegar a contracorriente en aguas adversas, cuyo mejor ejemplo es la indefinición en cuestiones de relato y modelo nacional en el PSOE, unido a ciertas corrientes posmodernas, globalizadoras y desnacionalizadas que han ido dominando el pensamiento del progresismo español, y especialmente en la socialdemocracia, aunque también en el ecosocialismo y en el comunismo. Así, han allanado el camino para que la derecha controle la cuestión de Gibraltar prácticamente a su antojo en cuestiones de política interna, al asumir la izquierda, explícita o implícitamente, que se trata de un debate molesto en el que tienen todas las de perder. En realidad, esto no tendría que ser así, ya que ha sido en esencia la derecha española la que ha vendido a lo largo de los años la soberanía española en Gibraltar.
El porqué de este intento sistemático de monopolizar la idea nacional de España por la derecha lo encontramos en la teoría de Antonio Gramsci, para el que la hegemonía es la capacidad de lograr el consentimiento de los pueblos hacia las élites, algo que se obtenía a través de aparatos de propaganda cultural con los que vender la opción que favorece a la élite como favorable al conjunto del pueblo, evitándose de este modo la revolución de las masas.
El principal teórico español de la propaganda, Alejandro Pizarroso, analiza con amplitud cada uno de estos aparatos de propaganda, así como las reglas de la misma, destacando las reglas de la repetición, de la simplificación, del enemigo único y la de la exageración. Observando la propaganda política de la derecha española a lo largo de los años con respecto a su idea nacional de España, y concretamente respecto a la cuestión gibraltareña, observamos cómo han aplicado estas reglas básicas repitiendo, una y otra vez, un mensaje simple y maniqueo concentrado en una idea nacional sui géneris, sincretizando monarquía, Estado de derecho y unidad de España, utilizando como chivo expiatorio a la izquierda y al separatismo, supuestamente aliada la una de la otra canalizando así al enemigo único.

Un reciente editorial del diario derechista La Gaceta es vivo ejemplo de ello, planteando abiertamente la cuestión de Gibraltar como un test de patriotismo hacia los socialistas, centrando la crítica hacia la izquierda española y no hacia Reino Unido o el Peñón. En un tono similar acusatorio contra la izquierda, el pseudo-historiador de extrema derecha Pío Moa llamaba a combatir los planteamientos de la izquierda tradicional antiespañola, según recoge el diario progresista El Plural.
Casi simultáneamente, un artículo del abogado conservador Ramiro Grau planteaba tajantemente la cuestión del Peñón como una razón de Estado, encomendándose al rey de España y al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, como los únicos en quien podemos confiar los españoles para recuperar la Roca, tratando de nuevo de justificar el apoyo a una política y a unos líderes concretos como un apoyo al interés general de España, es decir, de nuevo, en términos gramsciano, se buscaría un modelo propagandístico que identificase al Partido Popular (PP) con el interés nacional de España. Resulta irónico, además de desalentador para la izquierda, que el conservadurismo neoliberal haya sabido utilizar mejor las estrategias gramscianas que sus potenciales lectores.
En cualquier caso, al margen de la división identitaria del arco ideológico español con respecto a los relatos y simbologías nacionales, una disputa territorial como la de Gibraltar puede servir a cualquier Gobierno en apuros, como bien demuestra la utilización que también hacen del mismo tanto el Ejecutivo británico como el gibraltareño, avivando el fantasma del ogro fascista español. Nicolás Maquiavelo ya señalaba en sus discorssi la funcionalidad del enemigo exterior como elemento cohesionador de la comunidad en torno al príncipe o líder, aconsejando a éste su utilización en el momento en el que temiese haber perdido el favor de sus súbditos o ciudadanos. De nuevo la derecha española también ha sabido utilizar esta máxima maquiavélica como elemento de distracción ante crecientes problemas de legitimidad interna, y el Gobierno conservador de Mariano Rajoy en la actualidad no es una excepción.
El diario de izquierdas Público ha sido de los primeros en reutilizar la expresión cortina de humo, con el objetivo de desenmascarar el supuesto patriotismo o razón de Estado del Gobierno del PP, y aludiendo al deseo de esconder el hasta entonces central debate sobre la corrupción al establecer la singular sincronía que se ha producido entre las comparecencias de los dirigentes populares María Dolores de Cospedal, Javier Arenas y Francisco Álvarez-Cascos, dentro del polémico episodio de corrupción denominado como caso Bárcenas, y el redescubrimiento de las ancestrales reclamaciones españolas sobre el Peñón. En una línea similar, Diario Progresista –publicación próxima al PSOE– sostenía que cuando a la derecha le aprieta el cinturón de sus propios despropósitos, desempolva el nacionalismo rancio franquista para distraer la atención, rescatando el discurso de la pérfida Albión (Gran Bretaña); es decir, de nuevo avivando al enemigo exterior del que hablaba el estratega italiano como argucia para fortalecer el consenso.
La derecha española no sólo no ha logrado recuperar el Peñón de Gibraltar, sino que ha sido cómplice del expansionismo británico a través del istmo, prefiriendo la pérdida de territorio español y la cesión de soberanía nacional a cambio de poder mantener su posición de élite gobernante en España frente al resto de ciudadanos del país.
En resumen, esta combinación de estrategias propagandísticas de construcción de hegemonía nacional y avivamiento del enemigo exterior parece que son el catecismo de base que la derecha española aplica a la cuestión de Gibraltar para sacarle el mayor rédito político-electoral. Pero, ¿hasta qué punto sus supuestas posiciones patrióticas e inflexibles son reales? ¿Es realmente el conservadurismo español el único que ha combatido por la integridad territorial española en contraste con la supuesta antipatriótica izquierda? Desde el mismo inicio del contencioso en Utrecht hasta el actual conflicto diplomático, los sectores monárquicos y tradicionalistas españoles no sólo no han logrado ningún avance en materia de la restitución del Peñón, sino que han sido cómplices del expansionismo británico-gibraltareño a través del istmo, prefiriendo la pérdida de territorio español y convirtiendo España en poco menos que un títere de los anglosajones a cambio de poder mantener su posición de élite gobernante en España frente al resto de ciudadanos del país.
Ya en la misma génesis del contencioso, en la cesión de la soberanía del Peñón a perpetuidad a Gran Bretaña, se encuentra la mano de la propia monarquía española. Al igual que ya había hecho Enrique IV de Francia con aquella famosa sentencia de París bien vale una misa, con la que se convirtió al catolicismo a cambio de obtener el Reino de Francia para los Borbones, podría decirse que Felipe V, el primer rey Borbón en España, y por tanto, primer ancestro de la dinastía que aún reina y que los conservadores españoles ponen como ejemplo de vanguardia patriótica, parafraseó a su tatarabuelo sosteniendo un Madrid bien vale perder Gibraltar, puesto que el Peñón se cedió a perpetuidad a Gran Bretaña a cambio de que ésta y sus aliadas reconociesen a Felipe V como legítimo monarca de España y concluyesen con las hostilidades en el marco de la Guerra de Sucesión. Es decir, que si la pérdida del Peñón se produjo por culpa de españoles antipatriotas, éstos precisamente no eran rebeldes del populacho, sino que portaban corona y cetro y residían en palacio.
Las autoridades españolas bajo el reinado de Alfonso XIII, que no era precisamente un marxista-leninista –durante su reinado se sucedían gabinetes conservadores y liberales dinásticos gracias a la corrupción electoral y al caciquismo– no parecieron muy decididas a defender la patria cuando los británicos ocuparon gran parte del istmo –al consolidar en construcciones inmuebles las primitivas tiendas de campaña que habían colocado transitoriamente para atender a los afectados por una epidemia en la colonia– y levantaron una verja para consumar el territorio arrebatado a España.
Sin embargo, el episodio más inaudito tuvo lugar durante la Guerra Civil española. El bando sublevado filofascista, liderado por el General Franco, levantado en armas contra la II República y el Gobierno legalmente constituido, logró ocupar tras sucesivas matanzas el territorio gaditano prácticamente a comienzos de la contienda. Un año más tarde, en plena guerra todavía, los británicos iniciaron la construcción de un aeropuerto ilegal en la zona del istmo arrebatada y ampliando sus territorios marítimos a costa de España, contando con el acuerdo tácito de Franco, que miró hacia otro lado a cambio de que los británicos garantizasen el bloqueo internacional de armamento al Gobierno republicano español.

Es decir, Franco y los generales sublevados, supuestos adalides del patriotismo y de la España gloriosa frente a la antiespaña republicana, visión aún compartida por gran parte de la derecha española, que aún admitiendo los crímenes del franquismo reconocen al dictador su teórico patriotismo incondicional, prefirieron vender una parte de España y ser cómplices del expansionismo británico para poder seguir masacrando, con la ayuda inestimable de otras potencias extranjeras como la Alemania nazi y la Italia fascista, a los compatriotas que apoyaban al Gobierno oficial y legítimo republicano, español también.
Posteriormente, Franco buscó la legitimación internacional a su régimen cediendo la soberanía española a Estados Unidos –una de las cláusulas secretas de los acuerdos de bases de 1953 era que el Pentágono y la OTAN podrían disponer libremente del territorio español si percibían una amenaza comunista en la región– y reconociendo la base militar anglosajona de Gibraltar, es decir, reconociendo de facto una vez más el territorio del istmo sustraído a España.
Ya en la década de los ’60, la diplomacia franquista, liderada entonces por Fernando María Castiella, obtuvo un relativo éxito en el seno de Naciones Unidas al obtener una Resolución en 1967 que incluía a Gibraltar en la lista de territorios a descolonizar. No obstante, el Gobierno británico respondió organizando un referéndum en Gibraltar –en el que se obtuvo una inmensa mayoría favorable a la opción partidaria de permanecer bajo soberanía británica– y dotando a la colonia de una Constitución y de un Gobierno autónomo en 1969.
Ante esto, el régimen franquista reaccionó cerrando la frontera con Gibraltar e iniciando en el interior de España toda una política propagandística destinada a cohesionar al pueblo español en torno a la cuestión del Peñón, combinando una prensa nacionalista agresiva con la convocatoria de manifestaciones de adhesión al régimen, destinada a minimizar los efectos del creciente descontento popular hacia la dictadura. No obstante, la política de bloqueo a Gibraltar no tuvo efectos positivos para España. Al contrario, familias enteras quedaron divididas a ambos lados de la Verja, y el cerco tuvo en la colonia el efecto inverso, ya que cohesionó a los llanitos –los gibraltareños– en su deseo de permanecer bajo soberanía británica, dando lugar al nacimiento de un nacionalismo gibraltareño bastante potente, que según el sociólogo Francisco Oda, justamente eclosionó durante esta época del cierre de la Verja debido al sentimiento de solidaridad que se generó en la colonia, y cuyos efectos aún ha seguido padeciendo España ya en democracia, viéndose especialmente afectados los campogibraltareños cada vez que estalla una crisis diplomática.
Esto, una vez más, vendría a demostrar que las políticas del franquismo no perseguían la recuperación de Gibraltar, sino sencillamente la creación de un aglutinante que cohesionara a los españoles y ralentizara el hundimiento del régimen. De hecho, el propio ministro franquista Laureano López Rodó cuenta en sus memorias cómo Franco tenía miedo de enfadar a los británicos y a los estadounidenses –aunque el autor utiliza el eufemismo de pragmatismo para referirse a la actitud del dictador–, sus aliados indispensables, de modo que contuvo al nacionalista y belicoso Castiella para que no fuese más allá tras el cierre de la Verja, ya que había propuesto bloquear la bahía de Algeciras y las operaciones navales anglosajonas mediante globos y boyas.
Según López Rodó, en estas discrepancias sobre Gibraltar se encontró la causa del cese de Castiella y su posterior caída en desgracia. Incluso la versión de un franquista convencido vendría a demostrar la tesis de que Franco en ningún caso deseó la recuperación de Gibraltar, por lo que sus intereses habrían sido exclusivamente de política interna y fortalecimiento de su régimen, y en ningún caso nacionalista y patriótico. La diplomacia británica vendría también a confirmar dicha tesis, ya que según cita el diario La Vanguardia en base a los documentos desclasificados del Foreign Office, los británicos y gibraltareños se sentían de cara a sus intereses muchísimo más cómodos y seguros con una España dominada por Franco, ya que la supervivencia de su régimen dependía casi exclusivamente de los anglosajones, lo que suponía un Estado títere de facto. En cambio, la democracia que en 1978 llegaba al país, hacía temer por el statu quo, una prueba más de que la derecha española franquista tampoco contaba con esa fuerza nacionalista del centinela de Occidente que clamaban, y aún claman, sus defensores.
Finalmente, en la etapa ya democrática la nueva derecha parlamentaria tampoco se ha destacado por defender con ahínco la soberanía española sobre Gibraltar ni desafiar a la potencia británica. Tras su ingreso en la OTAN y en la Unión Europea, la derecha ideológicamente evolucionó hacia el proatlantismo, aceptando de nuevo la sumisión de España a los dictados de Washington y de Londres. El tímido conato de proyecto cosoberano para Gibraltar que trató de aprovechar tanto el presidente José María Aznar como su ministro Josep Piqué en 2002, partió más de una iniciativa británica del Ejecutivo laborista de Tony Blair. Asimismo, el Ejecutivo del PP atravesaba también problemas de legitimidad interna debido a una polémica reforma laboral en 2001 y a la política de alianza con el Gobierno de George Bush, por lo que desenfrascar la cuestión gibraltareña obedeció más a un nuevo intento por desviar la atención de la opinión pública hacia otra parte, que a una verdadera pretensión nacionalista.
De hecho, el proyecto de cosoberanía se saldó con un profundo fracaso, ya que los ciudadanos gibraltareños lo rechazaron por más del 90%, oponiéndose también a Reino Unido gracias al consolidado nacionalismo llanito, nacido también como consecuencia de la torpe política franquista hacia el Peñón. Ya en 2013, el nuevo rebrote de las tensiones entre España, Reino Unido y Gibraltar, obedece más a la estrategia de tres gobiernos en apuros ante sus respectivas ciudadanías que a cuestiones netamente nacionalistas. Respecto a la derecha española, el Gobierno de Mariano Rajoy se ve cuestionado por una gran mayoría de españoles ante los escándalos de corrupción que salpican a su partido y las impopulares medidas de austeridad adoptadas en el marco de la grave crisis económica que padece el país. Tal como señala Tania Sánchez Melero, diputada por Izquierda Unida en la Asamblea de Madrid, resulta paradójico que el Gobierno del PP enarbole por enésima vez la bandera del patriotismo español frente a Gibraltar, cuando vende la soberanía española sin dilación a los organismos económicos internacionales que nos dictan las políticas de austericidio. Del mismo modo, el Ejecutivo demuestra poca sensibilidad hacia las poblaciones de Algeciras y de la Línea de la Concepción, cuyas economías se sustentan, principalmente, en el comercio con Gibraltar.
Las fuerzas progresistas y republicanas españolas deberían plantearse la construcción de un nuevo discurso nacional desde la izquierda para recuperar Gibraltar, denunciando el colonialismo británico, los privilegios gibraltareños y la hipocresía patriotera de la derecha y sus cesiones de soberanía española.
Finalmente, tras el análisis histórico realizado para desenmascarar la realidad de los hechos detrás del discurso patriótico que la derecha española ha mantenido a lo largo de los años, hay que referirse también a los problemas de la izquierda para situarse con comodidad en el conflicto de Gibraltar, que no deberían ser tales, ya que la derecha ha sido la principal responsable de la pérdida de soberanía española en el Peñón. Quedan por tanto, los elementos ideológicos. En efecto, la izquierda española tiene muchos problemas para construir un relato nacionalista español debido a la derrota de la República en la Guerra civil española y la hegemonización exclusiva por parte de la derecha de los símbolos nacionales, pero también, por la propia incapacidad del Partido Socialista de construir un discurso nacional claramente definido: un PSOE que no se atreve a reclamarse abiertamente republicano, por lo que su republicanismo ha sido sustituido por un monarquismo light, cabizbajo y avergonzado, que solamente sirve de comparsa al nacionalismo de la derecha.
Por otra parte, las ideologías postmodernas –altermundialismo, feminismo, pacifismo…– no han sido a la larga buenas compañeras de viaje para socialistas y comunistas, ya que han terminado imponiendo una visión antinacionalista del mundo, que aun pudiendo estar de acuerdo con ella en su esencia y en la búsqueda de un mundo globalizado igualitario, resulta nefasta a la hora de construir mayorías populares que agreguen diferentes identidades colectivas, algo especialmente patente en la incapacidad de IU para aglutinar a las clases bajas, tal como ha sido posible en diversos países de América Latina, donde la izquierda reclama con más efusividad aún que la derecha la recuperación de las Islas Malvinas o de Guantánamo, sin tener que sentir ninguna vergüenza por ello.
En ese sentido, las fuerzas progresistas y republicanas españolas deberían plantearse la construcción de un nuevo discurso para, desde la izquierda, recuperar Gibraltar, enarbolando con orgullo la bandera tricolor republicana, no sólo como icono de la libertad sino también como símbolo español, y denunciando tanto el colonialismo británico y los privilegios gibraltareños como la hipocresía patriotera de la derecha y sus cesiones de soberanía española.
Maquiavelo y Gramsci abren el camino al análisis de la estrategia de la derecha española a través de la hegemonización del patriotismo español en torno a Gibraltar, buscando por un lado la concreción de un enemigo exterior que le granjee más apoyos internos y desvíe la atención de la ciudadanía de otras cuestiones, y por otro, horadando a la izquierda acusándola de antipatriota a través de un debate en el que ésta se encuentra desarmada.
Sin embargo, las causas de este desarme la izquierda, también en parte responsable debido a sus complejos, se encuentran en su indefinición en clave nacional al no plantearse la construcción de un relato nacional progresista. Esta izquierda, lectora de Maquiavelo y sobre todo de Gramsci, debe plantearse urgentemente el paso de la teoría a la práctica, algo en lo que su enemiga tradicional de derechas le lleva una ventaja notable.
PARA MÁS INFORMACIÓN:
GRUPPI, Luciano. 1978: El concepto de Hegemonía en Gramsci. Capítulo I. Ediciones de Cultura Popular. México D. F.
MAQUIAVELO, Nicolás. 2011: Obras más importantes de Maquiavelo: El Príncipe y Discursos. Editorial Gredos. Madrid.
DEL VALLE GÁLVEZ, José Alejandro (coord.) y GONZÁLEZ GARCÍA, Inmaculada (coord.). 2004: Gibraltar, 300 años. Publicaciones de la Universidad de Cádiz.
VIÑAS, Ángel (coord.). 2008: Al servicio de la República: diplomáticos y Guerra civil. Historia. Marcial Pons. Madrid.
PEREIRA, Juan Carlos (coord.). 2003: La Política Exterior de España. Arial. Barcelona.
ODA, Francisco. 1998: Gibraltar, la herencia oblicua. Diputación Provincial de Cádiz.
LÓPEZ RODÓ, Laureano. 1987: Testimonios de una política de Estado. (Págs. 173-174). Colección Espejo de España. Editorial Planeta.Barcelona.
CARRASCAL, José María. 2012: La batalla de Gibraltar. Actas. Madrid.
Puede que la derecha sea una cínica con todo el tema de Gibraltar, pero la izquierda dice claramente la verdad: se la suda completamente si el pais se divide en 17 y si somos el hazmerreír del mundo.
Sólo hay que ver la gestión de Moratinos y ZP, concediendo todo a Gibraltar y cometiendo errores que va a costar mucho reparar. Y recordemos quién abrió de nuevo la verja.
Solamente con referirse este texto a un articulo del periódico El Plural, ya se ve queda desacreditado totalmente.El periódico que cita el autor como progresista es el más reaccionario y de toda la prensa digital.Todos sus artículos destilan odio y ponzoña hacia todo lo que no sea PSOE y demás izquierdas,además de emplear un lenguaje deleznable y ruin.O sea que Pio Moa es un seudohistoriador de extrema derecha,porque lo dice tu santa voluntad y en cambio los de izquierdas son verdaderos historiadores.Ya basta del discurso de dividir España.Aquí los mas cobardes y traidores de todos respecto a Gibraltar fueron Zapatero y Moratinos que,a cambio de nada, les dieron a Gibraltar status de nación, y todos los privilegios gracias a los cuales Gibraltar es actualmente lo que es.