¿Cuántas veces hemos escuchado que no hay más alternativas para salir de la crisis económica que destruir empleos y derechos en los países afectados? ¿Cuántas veces hemos oído el falaz discurso moral del gobernante de turno que dice, para justificar dichas medidas, «es lo que hay que hacer, aunque no nos guste»? Probablemente, más de lo necesario. Y tanto, que dichas frases han ido perdiendo significado, sobre todo para aquéllos que han visto caer su calidad de vida hasta la miseria material más extrema.
Un ejemplo de manual es el del Gobierno de España, que ha comenzado a difundir el discurso de la recuperación. Ya se habla de crecimiento económico y, por ende, de una salida a la crisis en lo inmediato. Esto, que puede llegar a ser cierto, nunca ha resultado realmente beneficioso para la gran mayoría de ciudadanos de cualquier país del mundo ya que, si se piensa con serenidad, esto no significa una mejora en la calidad de vida de la población en sí mismo. Los países de África y Latinoamérica han crecido en forma sostenida durante la última década –muy por encima de Europa y Estados Unidos– y a nadie se le ocurriría decir que allí se vive mejor que en países como Suecia, Reino Unido o Alemania, que se han mantenido con bajo o nulo crecimiento económico durante la misma época. No obstante, hoy sólo basta con la caída en la calificación del riesgo o un mínimo crecimiento del PIB –construida en base a una legislación laboral que favorece la explotación– para que se llegue a sentenciar que se va por la buena senda.
Pero también hay algo más que ayuda a amplificar el discurso del optimismo. Desconocer la tasa de desempleo como un indicador del desempeño macroeconómico –que es lo que hace el Gobierno y sus medios afines– no obedece más que a un desvergonzado acto de manipulación política, con el único objeto de ocultar la realidad social a la mayoría de los ciudadanos. Lo primero que se enseña, en cualquier curso de economía básica, es que existen cuatro grandes indicadores macroeconómicos que sirven para medir la salud de cualquier sistema económico capitalista: la política fiscal y monetaria, la balanza de pagos, el nivel de empleo y el crecimiento económico. No se puede, desde ningún punto de vista, hablar de recuperación económica teniendo altos niveles de desempleo, como sucede en gran medida con los países del sur de Europa, especialmente Portugal, Grecia y España. Asimismo, no se puede desvincular la marcha macroeconómica de la situación microeconómica como si fuesen dos dimensiones paralelas que no se encuentran nunca. Es evidente –esto también es de Economía I– que toda decisión que se adopte en términos macroeconómicos incide directamente en la economía familiar. Así, si para generar un equilibrio fiscal se decide disminuir la asistencia hospitalaria o terminar con el financiamiento de la educación pública, obviamente obligará a hacer ajustes en la microeconomía familiar sí o sí, ya que aumentarán sus gastos y se rebajará su calidad de vida.
Aunque se publicite lo contrario, al parecer, el mundo no ha cambiado tanto durante el último siglo. Pero sí cambian las coordenadas en que se fijan los modelos de sociedad. Durante décadas se vio a la Europa del próspero capitalismo y sus Estados de Bienestar como el horizonte a alcanzar, por todos aquéllos que aspiraban al desarrollo. Hoy «por fin» son los modelos americanos y asiáticos el espejo en que buscan mirarse las élites políticas y económicas de países como Alemania, Francia, Holanda, Portugal o España, eso sí, para desgracia de toda la población asalariada –la gran mayoría de seres humanos– del mundo. Estos modelos de «competitividad», que se caracterizan por su alta eficacia para legalizar la mano de obra barata y el abuso empresarial, ya son el objetivo a alcanzar por aquéllos que promueven la inversión extranjera estilo «Eurovegas». Así, las reformas laborales que apuntan a la precarización –flexibilidad laboral– son las primeras en implementarse, como en los casos de diversos países sudamericanos tras la «crisis asiática» en el 2001, especialmente Chile. Ahí está la salida neoliberal para la crisis económica: terminar con la cohesión social y marginar a los que no se adapten –en España, por ejemplo, aumentó el porcentaje de ricos del mismo modo que se amplificó la pobreza entre sus ciudadanos–.
El mundo vuelve a dar otro giro en la misma dirección. Se aprieta más la tuerca de la pauperización para, como afirma Wallerstein, seguir manteniendo las excedencias del capital a toda costa. Seguir y aceptar estas fórmulas económico-sociales, diseñadas por la vulgar clase comercial que gobierna el mundo, llevará por un derrotero de malestar aún mayor a la gran mayoría de la humanidad.
Al final, el precio a pagar para salir de las cíclicas crisis del capitalismo, que –si se permite la suspicacia– parecen provocadas por los mismos individuos que sacan escandalosas ventajas de la desigualdad social, no será otra que la permanente caída de las clases medias hacia, ya no a la proletarización, sino a la esclavitud fabricada por un modelo de trabajo sobredemandado y de muy baja remuneración, sin beneficios sociales y con altos costes de vida.
nos da una magistral del neuroliberalismo, pero no nos da ninguna solución que es lo que necesitamos, si lo que dice la mayoría ya lo sabemos, pero lo que necesitamos son soluciones, y aquí no se exponen ninguna.
se podrían proponer muchas «soluciones», algunas más convincentes que otras. El objetivo de este artículo no es esa, es exponer el problema del abuso y del círculo vicioso del neoliberalismo para crear conciencia. No todos son conscientes de como esto realmente funciona. Excelente aporte.
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