GÉNERO: Los procesos de la construcción social de género han funcionado conforme a una oposición binaria del «masculino» y del «femenino». Dado que la política internacional ha estado dominada por los hombres, se suscitan preguntas muy importantes sobre los efectos de ello.

Al ser preguntado acerca de la motivación por la invasión de Iraq, la respuesta ofrecida por un exfuncionario de alto rango de George W. Bush fue
: «We were looking to kick somebody’s ass» —estábamos buscando a alguien para darle una paliza— (Lavender, 2013). Aunque resulta ingenuo reducir un acontecimiento político complejo a tales parámetros simplistas de causa-efecto, esta afirmación parece corresponder nítidamente con nuestra concepción del masculino en la política internacional. Se ofrece violencia de estado de manera frívola, como algo natural, que no obstante viene inevitablemente de una nación aún afectada por los ataques sufridos contra ella. Se trata de la lógica de venganza, si bien aleatoria, y entregada a través de una metáfora eufemística que nos trae imágenes de una pelea de bar. Un comentario que seguramente pareciera aborrecible incluso a los analistas políticos más agresivos.
No sólo en las memorias de funcionarios de Gobierno se pueden encontrar rastros de un género masculino. En todo caso, este tipo de comentario parece ser indicativo de un sistema político internacional que se ha creado, desarrollado y gobernado abrumadoramente por los hombres. Su funcionamiento es dependiente de una lógica que privilegia el poder, la competencia, el egocentrismo y la capacidad militar, los que conducen en última instancia al conflicto. La unidad principal sigue siendo el Estado-nación, entidad que se mantiene a través de discursos como «seguridad». ¿Es tan absurdo ver la figura masculinizada del hombre en el propio Estado? ¿El que se mantiene en forma por un discurso de «seguridad» que funciona para hacerlo impenetrable y apto para cumplir con su papel como defensor masculino? (Radstone, 2002)

Inevitablemente han surgido contestaciones y resistencia a la manera en que se lleva a cabo la política internacional. Al aplicar los métodos y las teorías posestructuralistas, teóricos de la geopolítica crítica han puesto en tela de juicio lo que hasta el momento se había dado por hecho, destapando las contradicciones y relaciones de poder inherentes. Gearoid Ó Tuathail ha definido la disciplina como «una de las culturas de resistencia dirigidas a la geografía como modo de fijar verdades imperialistas, conocimiento capitalizado por el Estado y el poder militar» (O Tuathail, 1996, p. 256). Al ser de algún modo una categoría libre, compuesta de una amplia gama de ideas, perece que ya existen dentro de la geopolítica crítica las herramientas para evaluar críticamente el papel del género en la geopolítica. Según algunos autores feministas, sin embargo, la disciplina ha sido negligente al respeto.
Desde una perspectiva feminista hay dos críticas que se han dirigido a estos autores. En primer lugar, les han acusado de reproducir meramente la visión masculina de la geopolítica por centrarse casi solamente en el análisis crítico de autores y líderes masculinos. La segunda crítica identifica lo que ha sido una dependencia sobre «discurso», la cual puede tener como consecuencia la ocultación de los aspectos materialistas del análisis en cada caso. Es decir, aunque uno puede sacar mucho valor explicativo con el énfasis puesto en el «discurso» —definido, según el trabajo de Michel Foucault, como «los rastros verbales materiales las que ha dejado la historia» o «una cierta manera de hablar»— quizás no permite la construcción y la realización de soluciones materiales concretas. Por ejemplo, es posible que un análisis de discurso crítico exponga las relaciones de poder por detrás de una intervención militar hipotética, no obstante puede que esto no se traduzca en acción real para aliviar el sufrimiento de las personas afectadas en la práctica.
Centrándose en un ejemplo concreto del efecto de género en la geopolítica, el que trata la representación de la guerra de Iraq, Jennifer Hyndman (2007) ha intentado corregir este vacío percibido. Lo que le interesa a la autora es la manera de representar los muertos provocados por el conflicto, tanto los que han procedido de Estados Unidos como los civiles iraquíes. Tal vez como era de esperar, ha conseguido demostrar que hay una gran disparidad en cómo se informan y se representan el «nosotros» y el «ellos». Hyndman es convincente con su argumento contra las «fatality metrics» de los «muertos civiles» en las que «el significado político y social se ve borrado por los números». Sugiere que los soldados estadounidenses que pierden su vida suelen ser representados conforme a un discurso de patriotismo, de «hacer el último sacrificio»; mientras que los civiles iraquíes son «commodified» —susceptibles de convertir o tratar algo o alguien como un objeto de comercio— en la medida en que corresponden al «precio justo que hay que pagar» por «la libertad y la justicia». Se trata de la valorización del uno sobre el otro, o en otras palabras del «nosotros» sobre el «ellos». La propuesta de Hyndman es subvertir esa «oposición binaria» —un concepto que Hyndman ha tomado de Jacques Derrida, quien sostiene que la tradición occidental de la filosofía y la política se caracteriza por «oposiciones binarias» tal como «nosotros» y «ellos»— por «relational accounting», es decir, por vincular a las víctimas iraquíes con las de Estados Unidos.
El artículo de Hyndman es interesante también por la manera en que reconoce el funcionamiento de género en la representación de las víctimas de la guerra de Iraq. La autora construye un argumento sofisticado en la medida en que evita las trampas en las que acaban tantos otros comentaristas feministas; a saber, la adopción del sujeto «femenino» en oposición a la posición masculina hegemónica. Judith Butler podría tener razón en llamar a estas categorías «phantasmic», en alusión a su vinculación a las teorías de construcción social. Según este razonamiento, las categorías de «masculino» y «femenino» existen sólo como parte de una dicotomía ilegítima, en la que el «masculino» se encuentra en la posición privilegiada. Hyndman evita reafirmar esta dicotomía abogando por una representación justa y equilibrada de tanto los cuerpos «masculinizados» de «nosotros» como los «femeninizados» de «ellos». En otras palabras, logra subvertir la misma «oposición binaria».
No obstante, una de las debilidades del análisis de Hyndman parece surgir de sus esfuerzos de otorgarse un grado de agency para contestar las prácticas geopolíticas que quiere derrumbar. Es decir, quiere fomentar «maneras de conocer epistemológicamente encarnadas», lo que vuelve a destacar su objetivo de alejarse de puro «discurso» y forjar un espacio para contar las historias de las víctimas sin cara. Así, en vez del modo de representar la guerra de las fuerzas hegemónicas de poder geopolítico, ella asume la posición de truth-teller. No obstante, cabe preguntarse: ¿es su manera de representar más fiable? Ella reconoce la imparcialidad de la representación pero al mismo tiempo, pide que se acepte su versión de los hechos. Esto es una maniobra hecha por Hyndman para librarse de las cadenas de la geopolítica crítica, su fijación con el análisis crítico de «discurso» y su sospecha y cesión habitual de subjetividad. Pero es una maniobra que parece ser susceptible a acusaciones de hipocresía. ¿Y no es el caso que acaba reafirmando todas las prácticas de «truth telling» —en todas sus manifestaciones— y paradójicamente le otorga validez a la manera numérica de contar los muertos de la guerra?
«Así, en vez del modo de representar la guerra de las fuerzas hegemónicas de poder geopolítico, Hyndman asume la posición de ‘truth-teller‘»
Por todo ello, no se pretende que este artículo sea una crítica del concepto «geopolítica feminista» ni de la autora. Se trata del análisis del problema del género en la geopolítica y los problemas que surgen cuando uno se aleja del ámbito del «discurso». En cualquier caso, seguramente Hyndman es consciente de que las representaciones de la guerra de Iraq y todas las víctimas no pueden ser más que representaciones parciales. Nunca conseguirá presentarnos la verdad del conflicto, por mucho más equilibrada que sea su versión. En su artículo consigue subvertir algunas de las oposiciones binarias que han caracterizado la política occidental y sus estrategias geopolíticas, pero quizás el verdadero interés reside en cómo estas categorías se han construido discursivamente a lo largo del tiempo. Con todo, el trabajo de Hyndman señala un activismo político que quiere atacar nuestra «realidad» geopolítica de género, algo que resulta imprescindible.
MÁS INFORMACIÓN:
BUTLER, J. Gender Trouble. Feminism and the subversion of identity. Nueva York: Routledge, 1990.
HYNDMAN, Jennifer. «Towards a feminist geopolitics» en Memorial Susanne Mackenzie. Canadá: Universidad de Brock, Ontario, 2000.
HYNDMAN, Jennifer. «Mind the gap: bridging feminist and political geography through geopolitics» en Political Geography, vol. 23, pp. 307-322, 2004.
HYNDMAN, Jennifer. «Feminist Geopolitics Revisited: Body Counts in Iraq» en The Porfessional Geographer, vol. 59, pp. 35-46, 2007.
Ó TUATHAIL, et. al. The geopolitics reader. Londres/Nueva York: Routledge, 2006.
RADSONTE, Susannah. «The war of the fathers: trauma, fantasy and September 11th» en Journal of Women in Politics and Culture, pp. 457-459, 2002.