«Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos»
Eduardo Galeano
DEMOCRACIA: Ningún evento electoral precedente en la Unión Europea había provocado un debate tan espinoso sobre su construcción institucional, sus políticas de ajuste estructural e, incluso, sobre su vigencia. Pero también ha impuesto un examen a la legitimidad de los grandes bloques políticos europeos: socialdemócratas y neoconservadores. En cierta forma, lo que ahora está en juego es la reivindicación de la política democrática ante un trasnochado discurso nacionalista y neoliberal que podría hacer retroceder a Europa seis décadas en su historia.

¿Por qué la abstención?
En la Europa «integrada» la movilización política de los ciudadanos, especialmente en las últimas décadas, ha sido francamente escasa. Desde el año 1979 –legislatura constituyente– que se vienen realizando elecciones de europarlamentarios al interior de los Estados miembros. En ese primer evento electoral se consiguió una participación del 61,99% de los ciudadanos con derecho a voto, dentro de los 9 Estados que componían la precedente CEE. No obstante, estos niveles de participación no se volvieron a ver en los procesos posteriores. Es más, desde aquella elección la abstención ha crecido a tal nivel, que la curva de la participación ha decrecido constantemente hasta llegar a un 43% en las elecciones de 2009, estancándose en ese porcentaje. Un elemento interesante de estudiar, aunque escapa al análisis de este artículo, es que la desmovilización política en la UE es inversamente proporcional a la ampliación de sus miembros. Aunque esto no significa que en los más «antiguos» se vote más que en los «nuevos». De hecho, son los ciudadanos franceses, alemanes y españoles los que más parecen haber modificado, a la baja, su participación electoral.
Como señalan algunos analistas, la abstención puede llegar a reflejar una actitud contraria al sistema político o una crítica del mismo, originada en elementos contextuales y/o estructurales de cada sociedad. La abstención electoral es casi un acto reflejo para aquellos que no ven una solución a sus problemas materiales en la política. El aumento del paro y la relativización de los derechos sociales terminan mermando la legitimidad democrática del sistema político, haciendo menos fiable la política ante los ojos de las personas que alguna vez confiaron en ella. Este es uno de los aspectos que explicaría la alta abstención que se produjo en las elecciones al parlamento europeo. Otro es la ya conocida acción de «protesta» en que se funda la abstención para ciertos sectores de la izquierda más crítica de la construcción europea actual, aún más después de que las políticas económicas para enfrentar la crisis –o recesión– hayan enfatizado en el rescate de la élite financiera y empresarial en detrimento de los trabajadores.
La pérdida de vigencia del bipartidismo
Tomando el ejemplo de España, si bien los medios y los dos partidos mayoritarios se esmeraron en expresar lo contrario, las elecciones al parlamento europeo dejan serios cuestionamientos a la legitimidad política del bipartidismo y a sus conocidos clichés discursivos: «nosotros somos los únicos que podemos derrotar a la derecha» o «no sirve de nada votar a partidos pequeños». Así, PP y PSOE no obtienen en este caso ni el 50% de los 54 escaños que se elegían en España. Con ello, y mirando a los futuros eventos electorales, no podrán hegemonizar el debate político ni seguir negando la evidencia: la sociedad española no está dispuesta a seguir el insensato camino de recortes y miserias que estos dos partidos han impuesto en los últimos años. Se le ofreció a la población española una elección europea en clave interna y ésta respondió dando un portazo al bipartidismo de los mayoritarios, como se puede observar en el siguiente gráfico.

Pero lo que resulta verdaderamente importante es saber si el resultado de estas elecciones tendrá un efecto de continuismo o de cambio en las políticas neoliberales adoptadas tanto por los gobiernos de los países miembros como por la «troika» europea –antes y durante la crisis económica– o sólo es un simulacro democrático más que no tendrá ningún valor futuro en la conducción de las instituciones de la UE. Aunque es difícil aventurar cambios en esa dirección, ya sea por el avance de partidos euroescépticos, esencialmente neoliberales (Partido para la Independencia del Reino Unido, Verdaderos Finlandeses) o porque el neoconservadurismo de los populares paneuropeos se impuso como mayoría relativa al obtener 212 escaños.
¿Se cumplirá con lo propuesto? ¿Se hablará algún día de la unión política y fiscal? ¿Pervivirán los emergentes partidos democráticos de cambio o, por el contrario, aumentarán los grupos políticos basados en sentimientos de odio, xenofobia, racismo y clasismo de carácter nacionalista?
Esta es una cuestión que introduce cierta incertidumbre en los sistemas políticos, ya sean estos paneuropeos o estatales, al abrir un espacio político que parecía no existir en la «bipolar» competencia electoral. Esto podría ser beneficioso o nocivo para el desarrollo de la democracia europea dependiendo de la naturaleza, de la fuente de legitimidad y de los objetivos de estos nuevos actores políticos europeos y nacionales. Sería beneficioso, por ejemplo, si las nuevas formaciones políticas que escoran por la izquierda a los antiguos partidos de la socialdemocracia consiguiesen revertir las decisiones que han favorecido a las élites económicas y diesen coherencia al discurso y el programa político con la responsabilidad institucional. Por el contrario, resultaría perjudicial si terminan imponiéndose los partidos de ultraderecha que se sostienen en un sentimiento nacionalista de carácter racista y excluyente, como es el caso del Frente Nacional francés, o de carácter xenófobo y neoliberal, como el Partido por la Independencia del Reino Unido.
¿Una nueva Europa social y democrática o el socavamiento de lo comunitario?
En este nuevo proceso electoral europeo se introdujo un cambio institucional del que no se ha hablado lo suficiente: la elección del Presidente de la Comisión por parte del Parlamento. Este cambio apunta a otorgarle alguna credencial de legitimidad democrática a las decisiones que adopta la Comisión, de la cual adolecen estas en la actualidad. Sin embargo, los europeos parecen no entusiasmarse con esta modificación, quizás porque, como advierte el III informe sobre el estado de la Unión de la Fundación Alternativas, uno de los mayores problemas de la integración es «su déficit de ciudadanía europea», lo cual redunda en una baja legitimidad de sus instituciones. Se podría aventurar que a esto contribuyen dos elementos: la inexistencia de un verdadero gobierno democrático europeo que neutralice la supremacía de los intereses de las oligarquías económicas de los estados frente a los objetivos comunitarios, y las destructivas políticas neoliberales implementadas desde el centro político-financiero de la Unión, que han ampliado la desigualdad social especialmente en los países de la Europa meridional. Así se profundiza la relación de dependencia entre los países del centro y los de la periferia continental.
La respuesta de la ciudadanía europea ha sido en gran medida rechazar la oferta de los partidos «tradicionales», pero de una forma diametralmente distinta en cuanto a las alternativas buscadas. En ambas, eso sí, el más castigado es el PPE, el cual pasa de 285 a 212 escaños, aunque no deja de ser el grupo europeo más votado.
En los países del sur se ha producido un vuelco hacia los partidos de izquierda, lo que queda reflejado en el triunfo de partidos socialdemócratas y socialistas o comunistas en Italia, Portugal, Grecia y España. En este último caso, y aunque el partido de derechas (PP) obtuvo la primera mayoría relativa, la suma de todos los votos de los partidos de izquierda dobla porcentualmente a éste. En los países del centro y el norte de Europa, no obstante, la respuesta del electorado fue apoyar a partidos euroescépticos, racistas y nacionalistas que pueden llegar a bloquear el avance democrático en la UE. Así, las políticas de ajuste, la implementación de recortes sociales, la corrupción, el salvataje del sector financiero y/o las facilidades para el despido, de todo lo cual son responsables tanto los gobiernos del conservadurismo neoliberal como los de la socialdemocracia, están lejos de recibir un apoyo mayoritario. Hoy, el Parlamento Europeo es un espacio político más plural y conflictivo, por ello más democrático pero no necesariamente más soberano.
Es probable que Europa no se rompa, como desean los que llegan enarbolando las banderas del nacionalismo y la xenofobia. No obstante, los países están viviendo un cambio de ciclo político que las democracias nacionales deberán saber encajar con el objeto de gestionar los conflictos sociales, colocando por delante la responsabilidad política, la soberanía popular, el cumplimiento del estado de derecho, y la igualdad política y social.
La integración está obligada a recuperar sus objetivos políticos y sociales, avanzando siempre hacia la mejora de la calidad de una democracia comunitaria al servicio de la ciudadanía, y a la que deben someterse los intereses de las oligarquías económicas nacionales.
Seguir por el actual camino es socavar los cimientos de la idea europea.