MUNDO: Durante la guerra de Libia de 2011 los principales medios de comunicación internacionales lanzaron una feroz campaña contra Muamar Gadafi para justificar la intervención militar de la OTAN en favor del bando rebelde islamista del Consejo Nacional de Transición (CNT), con cuya victoria se alcanzaría supuestamente una nueva Libia democrática, moderna y libre. Sin embargo, la caótica situación que vive el país mediterráneo tres años después demuestra que el tablero libio real es muchísimo más complejo que el que nos trataron de vender, lo que nos debe llevar a cuestionar los mitos construidos por la propaganda occidental.

En unos días se cumplirá el tercer aniversario de la caída de Sirte y de la ejecución de Muamar Gadafi, momento en el que concluía la guerra civil libia entre los partidarios y detractores del coronel, una guerra en la que las potencias occidentales, con la OTAN a la cabeza, decidieron intervenir militarmente a favor del bando rebelde para expulsar a Gadafi del poder, al calor de la oleada de protestas y revoluciones acontecidas en la ribera sur del Mediterráneo a comienzos de 2011.
Por un lado, los intereses petrolíferos que muchos países tenían en Libia deberían llevarnos a plantear un posible doble rasero entre esas potencias que decidieron intervenir en el país para expulsar a Gadafi y que, por el contrario, no tomaron esa misma decisión en otros países que, al igual que Libia, están gobernados por dictadores pero no encierran intereses geoestratégico. No obstante, lo importante es preguntarse si realmente esta guerra sirvió para liberar al pueblo libio del yugo abominable al que supuestamente estaba sometido; si realmente se trató de una contienda entre la dictadura y la democracia, y si efectivamente el bando rebelde del Consejo Nacional de Transición (CNT) representaba al conjunto del pueblo libio mientras que Gadafi solamente a una minoría.
Un breve análisis de la guerra en clave geopolítica demostraría cómo todas estas afirmaciones eran falsas y solamente formaban parte de la propaganda de desinformación para lograr el apoyo casi unánime de la opinión pública mundial a favor de uno de los dos bandos, aprovechando el clima de agitación surgido en la contexto de la Primavera Árabe, contrario a los gobiernos autoritarios árabes.
La guerra de Libia es una contienda que puede analizarse desde tres perspectivas clave: una tribal, una energética y una ideológica. En clave interna, relevante fue la lucha regional entre las tribus de la zona tripolitana y las de la zona cirenaica, dos mundos muy alejados el uno del otro y que fueron artificialmente unidos tras la creación del moderno Estado libio por las potencias coloniales. Desde el punto de vista ideológico, se trataba del enfrentamiento entre el panarabismo socialista —o lo que quedaba de él— y el islamismo tradicional —bien es verdad que en alianza con ciertos movimientos liberales—. Finalmente, en clave internacional, constituyó un enfrentamiento entre los países gobernados por movimientos socializantes de tradición nasserista —Siria, Argelia— de un lado y las petromonarquías del golfo pérsico —Arabia Saudí, Qatar—, los nuevos gobiernos islamistas moderados —Túnez, Egipto, Turquía— y las potencias occidentales —Estados Unidos, Reino Unido, Francia— del otro.
Libia en la historia reciente del mundo árabe (1912-2011)
Antes de abordar el estudio del conflicto libio, echemos una rápida mirada a la historia del poder en Libia para comprender mejor su compleja realidad. Este territorio situado entre Túnez y Egipto fue una creación artificial de la administración colonial italiana, que unificó las regiones de Tripolitania y Cirenaica tras haberlas invadido en 1912, dentro del reparto de África por las potencias europeas que se había iniciado a finales del siglo XIX. En 1951, las potencias vencedoras de la II Guerra Mundial deciden otorgar finalmente la independencia a Libia, situando en su trono al rey Idris I. Este nuevo estatus, en la práctica, permitió a los europeos mantener un poder de facto en el nuevo país.
Esta situación se mantiene hasta 1969, cuando un grupo de jóvenes coroneles panarabistas y socializantes llega al poder mediante un golpe de estado, siendo elegido Muamar Gadafi como nuevo líder de la Gran República Árabe Popular y Socialista. Así se inicia el régimen conocido como Yamahiriya, que se desarrollará hasta 2011 y que convertirá a Libia en el país africano con mayor esperanza de vida y con la renta per cápita más alta. Todo esto, gracias a los ingresos obtenidos por el petróleo y a las políticas socializantes del Gobierno de Gadafi, que combinando autoritarismo y redistribución buscó unificar a las más de 150 tribus que componen el país.
A nivel geopolítico, el régimen de Gadafi pasó por diversas etapas a lo largo de sus 42 años de existencia. Debido a su alineamiento con la Unión Soviética y a sus políticas panarabistas y filosocialistas —siguiendo la oleada de socialismo árabe iniciada por Gamal Abdel Nasser en Egipto en el contexto de la Guerra Fría— terminó siendo satanizado por Estados Unidos durante el Gobierno de Ronald Reagan, que lo incluyó en el denominado Eje de Estados Canallas en 1986. El Ejecutivo libio fue acusado entonces de promover el terrorismo internacional, e incluso se intentó eliminar a Gadafi un año después, durante un ataque aéreo contra el complejo gubernamental tripolitano, donde la CIA suponía que debía encontrarse el líder libio. Ya en los albores del siglo XX y tras unos años de aislamiento internacional, Gadafi se reconcilió con Occidente persiguiendo el terrorismo yihadista y abriendo sus mercados a las multinacionales extranjeras, principalmente francesas, británicas y estadounidenses. Por ello fue recibido con grandes honores de Estado por los principales líderes mundiales. Sin embargo, a comienzos de 2011 la política exterior occidental hacia Libia volvió a dar un giro radical, tras el estallido de las denominadas Primaveras Árabes: revueltas y revoluciones que alterarán el orden geopolítico en la ribera sur del Mediterráneo, y que tras iniciarse en Túnez y Egipto, terminan irrumpiendo también en Libia.
El desarrollo de la guerra (febrero 2011-octubre 2011)
El actual conflicto se origina el 16 de febrero de 2011, tras una concentración de manifestantes convocados a través de Facebook que protestaban por la detención del abogado Fethi Tarbel en Bengasi, la segunda ciudad del país y principal capital de la región de la Cirenaica. Las fuerzas de seguridad libias responden abriendo fuego y varias personas mueren y resultan heridas. Esta es la chispa que inicia la rebelión libia en la región de la Cirenaica, al este del país. Esta zona es tradicionalmente hostil a Gadafi, debido a que sus habitantes consideran que el líder libio les había marginado y reprimido durante las décadas de la Yamahiriya, quitándoles los privilegios que habían gozado durante la monarquía del rey Idris I.
En los días siguientes a la protesta, los manifestantes invaden Bengasi y toman el control del cuartel general de la ciudad y de su depósito de armas. Inmediatamente, muchos altos mandos del Ejército libio se pasan a las filas rebeldes, bando al que también se suman los islamistas moderados y radicales —incluyendo la facción de Al-Qaeda en Libia—. Así, y gracias al apoyo de la principal tribu del este, la Zuwayya, consiguen controlar militarmente toda la región de la Cirenaica. La situación por unos días es confusa y no se sabe nada del líder libio en los medios de comunicación, por lo que se comienza a especular con su huida a Venezuela o algún otro «país amigo». Los rebeldes entonces tratan de extender la sublevación a las ciudades del oeste del país —la zona Tripolitana—, pero esta región es mayoritariamente leal a Gadafi, así como sus dos principales tribus, Magahira y Qadaffa —esta segunda a la que pertenece el propio líder libio—, por lo que los insurgentes son contenidos, y el Gobierno logra conservar su capital, Trípoli. También consiguen mantener el conjunto de la zona Tripolitana, donde solamente la ciudad de Misurata cae en manos de los rebeldes.
Por otra parte, Gadafi también controla las brigadas acorazadas estacionadas en Sabha y las fuerzas aéreas libias con base en Sirte, lo que le proporciona, por el momento, una sólida capacidad militar para contener la rebelión (Echeverría, 2011). El coronel entonces, sintiéndose de nuevo poderoso, reaparece en televisión, así como su primogénito Saif al Islam, y juntos arengan a las masas para sofocar la rebelión y lanzar una contraofensiva gubernamental, la cual se produce a comienzos de marzo. Gadafi lanza a sus mejores unidades terrestres, con cobertura marítima y aérea y contando con el apoyo de las tribus leales tripolitanas. Mal equipados, los rebeldes ya no eran rival para las bien pertrechadas y mejor organizadas tropas gubernamentales y comienzan a perder la mayoría de ciudades que habían conquistado en los primeros días de la rebelión, iniciando su repliegue desesperado hacia Bengasi, el núcleo de la revuelta. Una a una, van cayendo las ciudades de Ras Naluf, Brega y Ajdabiya, y con la conquista de esta última —a tan solo 80 kilómetros de Bengasi— queda abierto el camino hacia el bastión de los rebeldes. Es aquí donde se ha formado el Consejo Nacional de Transición (CNT) como Gobierno provisional insurgente, liderado por Mahmud Jibril, un antiguo ministro de la rama más liberal y opuesta al socialismo de la Yamahiriya. Gadafi sabe que si Bengasi cae, toda la rebelión se derrumbará como un castillo de naipes, al encontrarse allí el Gobierno del CNT. Por ello, lanza sus carros de combate e insta a los ciudadanos de Bengasi a rendirse incondicionalmente o atenerse a las consecuencias.

Sin embargo, el líder libio no cuenta con que el CNT lleva ya semanas negociando con Francia, Reino Unido y los países de la OTAN para obtener su apoyo. El bloque occidental, que durante años se ha servido del régimen de Gadafi y ha hecho importantes negocios en suelo libio, recela ahora de las últimas medidas renacionalizadoras y socializantes del líder. Es entonces cuando, aprovechando la ventana de oportunidad abierta por la primavera árabe y el clima de opinión pública favorable a todo lo que sea una revuelta contra un Gobierno autoritario, creen que ha llegado el momento de acabar con Gadafi aprovechando la guerra civil, por lo que deciden apoyar al CNT, bando que consideran que representa una lógica más neoliberal en términos económicos.
En marzo comienza una campaña antigadafista en la mayoría de medios de comunicación, a través de las agencias internacionales y, sobre todo, de Al Jazeera. Qatar, país propietario de esta cadena, al igual que las demás petromonarquías del golfo pérsico, deciden apoyar a los rebeldes para librarse también de Gadafi, ya que históricamente, el bloque panarabista y socialista árabe —Nasser, Sadam, Gadafi, Al Asad— había sido una constante amenaza para este grupo de monarquías islámicas tradicionales. Esta convergencia de intereses geopolíticos y geoestratégicos entre los países de la OTAN y las ricas monarquías árabes, unida al apoyo de los nuevos Gobiernos revolucionarios de países como Túnez o Egipto, le dan al CNT toda una cobertura internacional inesperada. El 17 de marzo, con el respaldo de la Liga Árabe, la Organización de la Conferencia Islámica y el Grupo de Cooperación del Golfo, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas aprueba, gracias a las abstenciones de Rusia y China la Resolución 1973, que complementa la ya existente Resolución 1970. Bajo el argumento legal de la responsabilidad de proteger al pueblo libio, decreta una zona de exclusión de aérea que, de facto, da luz verde a la OTAN para iniciar los bombardeos sobre las posiciones gadafistas, en una operación que la organización atlántica denominará Protector Unificado. Esta vez, Estados Unidos opta por no cargar con el peso principal de las acciones bélicas y se mantiene en una segunda línea. Esta es la política exterior del presidente Barack Obama, que no desea bajo ningún concepto un nuevo fracaso como el del Ejecutivo de George W. Bush en Irak ocho años antes. Así, las principales acciones militares las llevarán a cabo Francia y Reino Unido (Álvarez-Peralta, 2011). España, país también miembro de la OTAN, decide sumarse decisivamente a la intervención militar en apoyo de los rebeldes libios y comienzan a escucharse en el Gobierno, en el Parlamento y en los medios de comunicación españoles los primeros discursos belicistas contra la Libia de Gadafi.
Una vez aprobada la resolución, la OTAN inicia inmediatamente los bombardeos sobre las principales ciudades en poder de Gadafi, incluyendo Trípoli, donde hasta parte de su palacio presidencial queda en ruinas. Estos bombardeos, que tienen lugar diaria y sistemáticamente durante los siguientes meses, poco a poco van diezmando a las fuerzas gadafistas y destruyendo sus principales centros militares, lo que permite al CNT romper el cerco a Bengasi y comenzar a recuperar las ciudades que en marzo había perdido a manos del Gobierno. Entonces, vuelve a adentrarse en la zona tripolitana en dirección a Trípoli.
A pesar de los bombardeos de la OTAN y del avance rebelde, el líder libio aún cuenta con grandes apoyos en Tripolitania y consigue mantener el control de esta región, incluyendo su ciudad natal, Sirte, y la capital. Ante la defensa gubernamental y la posible situación de estancamiento militar a la que se llegará en verano debido a la imposibilidad del CNT de derrotar por tierra a las tropas leales a Gadafi, la OTAN intensifica sus bombardeos entre los meses de junio y julio, y países como España piden una prórroga en sus diversos Parlamentos nacionales para que las acciones militares continúen.
Francia, Reino Unido, Estados Unidos y los demás países de la OTAN saben que la llegada del invierno aumentará el gasto energético y dificultará seguir con el coste militar de la guerra, por lo que durante los meses estivales intensifica su campaña de bombardeos y planifica un plan con los líderes del CNT para tomar Trípoli, gracias a un triple avance de los milicianos de Misurata que aún resisten en la Tripolitania, las tropas de la Cirenaica, los rebeldes de las montañas de Nafusa en el oeste y finalmente, con la ayuda también de las células durmientes que se encuentran en la capital. Aunque Gadafi reaparece en los medios en junio jugando una partida de ajedrez con un emisario ruso para escenificar que todavía resiste y cuenta con apoyos internacionales, su situación ya comienza a ser muy delicada debido. Cinco meses de bombardeos han destruido su Ejército y sólo logra mantenerse atrincherado en Trípoli y que sus últimas fuerzas disponibles mantengan la capital y las ciudades de las tribus leales, como Bani Wallid, Sabha y Sirte. Finalmente, el 20 de agosto se produce la ofensiva final rebelde sobre Trípoli con la cobertura aérea de la OTAN, y en pocos días, la capital es conquistada por el CNT, escenificada mediáticamente con la toma del palacio presidencial Bab-al-Aziziya y de la histórica Plaza Verde de Trípoli.
Tras la conquista, se da por concluida la guerra y se piensa que Gadafi ha huido del país para siempre. Sin embargo, durante dos meses el líder resiste con sus últimos partidarios en su ciudad natal, donde goza de una fidelidad prácticamente unánime. Los rebeldes lentamente prosiguen su avance y tras conquistar Sabha y Bani Wallid con grandes esfuerzos, toman finalmente el último bastión gadafista, Sirte, que es prácticamente arrasado por los bombardeos de la OTAN, en un ataque que provocó una crisis humanitaria peor que la de Bengasi a comienzos de marzo.
Gadafi, al contrario de lo que se pensaba, se mantiene en suelo libio para luchar hasta el final y el día de la caída de Sirte, el 20 de octubre, es capturado y ejecutado en directo por los rebeldes del CNT, donde los islamistas vinculados a Al Qaeda son cada vez más mayoritarios. En esta ocasión, dicho elemento parece no haber preocupado excesivamente ni a Estados Unidos ni al resto de países occidentales. Con la conquista de esta última ciudad que todavía mantenía la bandera verde de la Yamahiriya, la guerra civil en Libia toca su fin y el CNT se convierte en la nueva autoridad en el país, imponiendo un nuevo régimen y restaurando la antigua bandera de la monarquía de Idris I. Sin embargo, la brutal represión que llevan a cabo contra las tribus que se mantuvieron leales a Gadafi reaviva los enfrentamientos entre las regiones tripolitana y cirenaica, lo que imposibilita la paz.
Caos, postguerra y situación actual (2011-2014)
A tres años del final de guerra, la situación ha empeorado todavía más en términos de inseguridad y pobreza y la existencia de milicias armadas impide la estabilización del país y está llevando poco a poco a una crisis humanitaria, a la pérdida de los óptimos índices de desarrollo humano (IDH) que el país libio mantenía en tiempos de Gadafi y a una ausencia de seguridad en las fronteras que es aprovechada por el tráfico ilegal de personas y por el terrorismo yihadista. Además, durante los últimos meses el deterioro ha sido mayor al producirse, de facto, una nueva división del territorio libio entre los partidarios del Gobierno provisional del CNT —que ha gobernado el país durante los tres años de posguerra— y el nuevo Ejecutivo formado tras las elecciones del 25 de junio de este año. El primero opera con base en Trípoli y el segundo con sede en Tobruk, ambos se niegan a reconocerse el uno al otro y se encuentran cada uno de ellos fuertemente apoyados por tribus y milicias de uno y otro signo, pero con fuerte contenido islamista.
Además, se han producido ataques aéreos sobre Trípoli detrás de los cuales parece que se encontrarían Egipto y Emiratos Árabes Unidos —que apoyarían al general renegado Jalifa Hafter—, por lo que el conflicto podría volver a internacionalizarse. En resumen: la situación vuelve a ser prácticamente de guerra civil tres años después del final de Gadafi.
Recordar estos hechos nos invita a no olvidar las mentiras que nos contaron durante la guerra de Libia dentro de esos discursos propagandísticos que se llevaron a cabo y que fueron asumidos por gran parte de la opinión pública mundial, ya que como se está demostrando, desgraciadamente, los rebeldes del CNT no eran «hermanitas de la caridad» que luchaban por la paz, la libertad y la democracia. De hecho, en la actualidad son los mismos miembros de este bando «demócrata» y vencedor en la guerra los que, tras exterminar a los partidarios de Gadafi e iniciar una progresiva islamización en un país que era virtualmente laico durante la era del exlíder, están nuevamente llevando a los libios a un baño de sangre, creando enfrentamientos entre ellos por ver que facción reentabiliza la victoria militar contra Gadafi. Esta victoria, a la que contribuyó decisivamente Occidente con la propaganda internacional y los aviones de la OTAN, nos convierte en directos responsables de la tragedia que está viviendo el pueblo libio y ahora, más que nunca, no podemos mirar hacia otro lado mientras Libia desciende hacia el ocaso.
MÁS INFORMACIÓN:
ÁLVAREZ ACOSTA, M. E. 2011: Las guerras contemporáneas, el caso de Libia. Documento de trabajo. Nº 88. Centro de Estudios Interdisciplinares para el Desarrollo (CEID). Universidad Externado de Colombia.
ÁLVAREZ-PERALTA, M. 2011: La construcción mediática del monstruo Gadafi: análisis de la operación de manipulación que ha justificado la intervención militar en Libia. Revista El Viejo Topo. nº 280.
ECHEVERRÍA, C. 2011: Revueltas, guerra civil tribal e intervención militar extranjera en Libia. Anuario Español de Derecho Internacional. Volumen 27.
FUENSANTA, J. y LORCA A. 2011: Tribus, armas y petróleo: la transición hacia el invierno árabe. Algón Editores. Madrid.