El liberalismo posdemocrático y la emergencia de Podemos

DEMOCRACIA: Desde su espectacular resultado en las últimas elecciones europeas, a Podemos se le ha rotulado, por parte de las élites y sus medios, como «partido populista» o «izquierda radical». Esta caricatura sintetiza una dialéctica discursiva del miedo, muy utilizada cuando una opción política no se ciñe al guion hegemónico oficial. Así es como las élites políticas y económicas neoliberales se enmarcan dentro del «acuerdo racional» excluyente que define a la posdemocracia.

Eduardo Alvarado Espina

Podemos-logo

En sus escritos sobre la clase obrera, Engels apuntaba, en referencia al surgimiento de partidos de extracción obrera, que se necesitarían años hasta que la conciencia de clase llegara a unirse en un partido político especial. Esto es, «un partido contrario, independiente y adversario que se opone a todos los viejos partidos formados por las clases dominantes» (Engels, 1845). Aunque esta observación del filósofo alemán hay que circunscribirla a la época y las circunstancias que dieron forma a los partidos obreros, también podría describir a partidos como Podemos, que legitiman su accionar en la crítica a la hegemonía del capitalismo neoliberal desde el antagonismo de las masas. Sin embargo, sería erróneo entender que los actuales partidos de izquierdas —los que buscan poner en entredicho el poder de las élites posdemocráticas— respondan a la ya clásica dinámica monolítica que caracterizaba a los partidos de la clase obrera, puesto que no vivimos en sociedades que basen su dinámica social, así como su política institucional, en lógicas premodernas propias de la primera etapa del capitalismo industrial. Por este motivo, se hace necesario comprender la estructura contextual que nos ofrece el liberalismo posdemocrático, que es donde discurre la política institucional del siglo XXI, y que explica mejor la contradicción pueblo/casta o abajo/arriba. Sobre todo porque esta es la realidad política de la que emerge Podemos como un partido ciudadano, contrahegemónico y masivo, que expresa con un claro mensaje antiélites: la casta.

El neoliberalismo corporativo y la posdemocracia

En primer lugar hay que explicar a qué hace referencia un contexto posdemocrático. Desde hace más de cuatro décadas, el despliegue global de un liberalismo económico corporativista ha inutilizado los tradicionales centros de poder político y, con ello, la efectividad de la democracia (Offe, 1990; Touraine, 2011). Esto es lo que se conoce conceptualmente como liberalismo posdemocrático o pospolítico (Crouch, 2002; Rancière, 2002; Mouffe, 2012). Esta conceptualización, que nos remite a la posmodernidad política, permite aproximarnos mucho mejor al análisis de la fuente de «legitimidad» que tiene el poder político y la aparición de partidos antiélite en la actualidad. Todavía más cuando las decisiones políticas están condicionadas por las élites económicas, sean éstas territoriales o extraterritoriales. Es lo que se entiende como un sistema político controlado por una especie de capitalismo corporativo (Dahl, 2002) que consigue definir y seleccionar los temas, intereses y resoluciones se incorporan al proceso político de toma de decisiones.

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Fuente: Eduardo Alvarado.

En la sociedad posdemocrática o pospolítica, el liberalismo prescinde de la soberanía popular y mercantiliza los derechos sociales como salud, vivienda, educación, pensiones —los que ofrecían un mínimo común en las condiciones de vida de los ciudadanos— con la excusa de mejorar la eficiencia y la eficacia. Pero lo que realmente persigue es abrir nuevos «nichos de negocio» para aumentar los excedentes de capital de las élites corporativas. Todo ello va vaciando de significado la política y haciendo cada vez más prescindibles las instituciones democráticas. Pero esta hegemonía ideológica ha provocado un vacío de legitimidad, donde el fenómeno Podemos encuentra una ventana de oportunidad, ante demandas insatisfechas por el modelo (Laclau, 2005), para desarrollar un discurso «democrático popular» en función al eje arriba/abajo o de exclusión/inclusión mientras, previamente, deja en un segundo plano el clásico eje ideológico de derecha/izquierda.

Ahora, para llegar a esta realidad hubo primero que declarar oficialmente la supremacía de la economía frente a la política. Con este objetivo el neoliberalismo se instituyó, a mediados de los años ’80, como la «ideología natural o religión oficial» de los Gobiernos occidentales, a la vez que oficiaba como benéfico mantra de las grandes corporaciones. Este es un factor preponderante para conseguir que «el capitalismo —sin límites legales y territoriales— se impusiera sobre la democracia»[1], sin contrapesos. Esta sería, no obstante, la forma más simple con la que identificar el concepto de liberalismo posdemocrático. Por ello, este concepto que describe la forma de legitimar el poder político de las élites corporativas, requiere un mayor, aunque no excesivo, desarrollo.

La posdemocracia o la antidemocracia

Partamos estableciendo que un régimen posdemocrático se caracteriza por la siguiente estructura: «las instituciones de la democracia parlamentaria —elecciones periódicas, lucha electoral, competencia partidaria, división de poderes— se mantienen en su aspecto formal completamente intactas y justamente por ello se diferencian fundamentalmente de las sociedades predemocráticas. Pero por otro lado, las reales circunstancias apenas coinciden con la figura de la legitimación del actuar político por medio de la participación del pueblo» (Jörke, 2008: 142). Por tanto, el liberalismo posdemocrático tiene que ver con un espacio contextual global que hace nominal la incidencia del pueblo en las decisiones adoptadas por sus representantes. Es la ausencia de los aspectos que legitiman el control de la política por parte de los ciudadanos, haciendo irrelevantes las elecciones como forma de control de los partidos y representantes políticos. Con ello se consigue desplazar las decisiones políticas de los ámbitos democráticos, para trasladarlas a espacios difusos u opacos en que intervienen expertos, tecnopolíticos y lobbistas. Esto significa que «el consenso que subyace a las principales políticas estatales ya no proviene de un proceso democrático como el antes suministrado por instituciones democráticas, sino un consenso que proviene de negociaciones informales, altamente inaccesibles, entre representantes pobremente legitimados de grupos funcionales» (Offe, 1990: 157-158).

Esta manera en la que se estructura el poder —impuesta hace más de cuatro décadas— también representa, como ya hemos apuntado, el vaciamiento de contenido de la democracia. Es el divorcio entre dicho régimen político y el liberalismo. Una vuelta atrás que nos consigna nuevamente a una representación política oligárquica que parecía superada para la teoría democrática. Sin embargo, no debería llevarnos —como señala Juan Carlos Monedero, el número tres de Podemos— a una sensación de carencia ante la pérdida de las formalidades que hacían de los partidos y las elecciones los únicos valedores de los anhelos de los ciudadanos. Esta es la forma en que lo ve C. Crouch (2002) en su nostálgico reclamo por la pérdida de las formas clásicas de la política liberal. Para este autor la posdemocracia es, en gran medida, «el abandono de las actitudes excesivamente respetuosas hacia el Gobierno, en especial hacia el trato dispensado a los políticos por los medios de comunicación; la insistencia en una apertura total por parte del Gobierno y la reducción de los políticos a una figura más parecida a la de un tendero que a la de un gobernante, siempre tratando de adivinar los deseos de los «clientes» para mantener a flote el negocio» (Crouch, 2002).

La emergencia contrahegemónica de Podemos

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Fuente: Eduardo Alvarado

Para los fundadores de Podemos este escenario de ruptura entre liberalismo y democracia es más una oportunidad que una tragedia. Y es aquí donde el discurso antiélite o de contrahegemonía se torna central. Así, Podemos transmite otro lenguaje democrático, uno alternativo que identifica la desilusión posdemocrática con la oportunidad de profundizar en los fundamentos originales de la democracia, como son la igualdad y la libertad positiva –no la libertad de acumulación privada– junto con hacer efectivos los mecanismos de control o de responsabilidad política de los representantes. Lo que se comunica es que el vacío de los regímenes políticos posdemocráticos «se expresa de manera cruda en la persistencia o el aumento de las desigualdades, en el ahondamiento de la brecha entre el Norte y el Sur, en la devastación medioambiental, en el desempleo y en la precariedad laboral» (Monedero, 2012). Todos asuntos en que la decisión del ciudadano no es incumbente para el antiguo modelo político liberal. Y donde el Estado democrático ha desaparecido para dejar todo al arbitrio de los intereses privados. Estos efectos son la verdadera expesión política del consenso de las élites, propio de un proceso político que se da «en forma de una interacción privatizada entre Gobiernos elegidos y élites» (Jörke, 2008: 143). Y es aquí que el discurso de Podemos se justifica como una expresión de realidad, otorgando sentido al eje de diferenciación arriba/abajo. Donde lo de arriba es la casta y lo de abajo es la ciudadanía.

Podemos transmite un lenguaje alternativo que identifica la desilusión posdemocrática con la oportunidad de profundizar en los fundamentos originales de la democracia

En definitiva, es en las entrañas de este liberalismo posdemocrático donde Podemos busca ganar el debate por los significantes vacíos (Laclau, 1996). Para ello utiliza un lenguaje plagado de «mecanismos de sotura social» (Laclau & Mouffe, 1987) que intentan movilizar al pueblo como unidad masiva de cambio. Por este motivo se rehuye la definición ideológica. En vez de eso se sitúa en una apelación constante a la ciudadanía, utilizando conceptos como «proceso constituyente», «casta», «gente común» o «asamblea ciudadana». Así siguen los postulados de Laclau, en cuanto a que la política es un enfrentamiento discursivo que busca hacer de los particularismos una universalidad transitoria. No obstante, esta estrategia entraría en una contradicción interpretativa si menosprecia el valor antagonista que aún genera la división entre izquierda y derecha en nuestras sociedades posindustriales. Ya que creer, y aunque la clasificación izquierda/derecha pueda resultar inadecuada para enfrentar los problemas que vivimos en el siglo XXI, «que los antagonismos que esas categorías evocan hayan desaparecido en nuestro mundo globalizado es ser víctima del discurso neoliberal hegemónico que dicta el fin de la política» (Mouffe, 2012). Es decir, se pondría frente a un modelo social antipolítico un discurso que elimina otros puntos de diferenciación o de antagonismo político de igual manera.

La lucha por el poder, por conseguir la hegemonía del aparato estatal, se hace más plausible para las mayorías sociales cuando el sistema político institucional expulsa a todos sus antagonistas fuera de sus límites; cuando los envía al extrarradio de la política. Así consigue que las demandas por una sanidad pública, un trabajo digno, una educación de calidad, una vivienda, una mejor calidad de vida, pensiones dignas y más democracia converjan en una demanda popular única, la cual se contrapone al sistema ideológico dominante que, en gran medida, ya se encuentra corrompido. La desigualdad y la corrupción que reproduce el liberalismo posdemocrático es tierra fértil para deconstruir su realidad ideológica y Podemos lo sabe muy bien. De hecho, su diagnóstico empieza señalando que: la crisis del sistema abre la posibilidad histórica de una apertura popular y constituyente.

MÁS INFORMACIÓN:

CROUCH, C., 2002. Post-Democracy. Cambridge: Polity Press.

DAHL, R., 2002. Democracia económica. Barcelona: Hacer.

ENGELS, F., 1845. La situación de la clase obrera en Inglaterra. Barmen: s.n.

JÖRKE, D., 2008. Post-democracia en Europa y América Latina. Revista de Sociología, Issue 22, pp. 141-156.

LACLAU, E., 1996. Emancipación y diferencia. Buenos Aires: Ariel.

LACLAU, E., 2005. La razón populista. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

LACLAU, E. & MOUFFE, C., 1987. Hegemonía y estrategia socialista. Primera ed. Madrid: Siglo XXI.

MONEDERO, J. C., 2012. ¿Posdemocracia? Frente al pesimismo de la nostalgia, el optimismo de la desobediencia. Nueva Sociedad, Issue 240, pp. 68-86.

MOUFFE, C., 2012. La paradoja democrática. Segunda ed. Barcelona: Gedisa.

OFFE, C., 1990. Contradicciones en el Estado del Bienestar. Madrid : Alianza.

RANCIÈRE, J., 2002. Das Unvernehmen. Frankfurt: Surhkamp.

TOURAINE, A., 2011. Después de la crisis: por un futuro sin marginación. Barcelona: Paidós.

[1] La frase original completa es «En la Unión Soviética el capitalismo triunfó sobre el comunismo. En Estados Unidos, el capitalismo triunfó sobre la democracia» y pertenece a la periodista neoyorquina Fran Lebowitz.

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