MUNDO: La amenaza del Estado Islámico en la región del levante mediterráneo está provocando que distintas fuerzas políticas libanesas unan sus fuerzas para hacer frente a los yihadistas en el terreno militar. Desde las milicias falangistas cristianas hasta el movimiento chií Hezbolá, pasando por los paramilitares laicos pansirios o el propio ejército regular, los libaneses han enterrado temporalmente sus diferencias para enfrentarse al poderoso enemigo exterior yihadista, lo que supone toda una novedad en un país que siempre ha vivido en el enfrentamiento sectario entre comunidades religiosas.

Desde el pasado mes de agosto de 2014, el grupo terrorista Estado Islámico está tratando de penetrar en el territorio libanés a través de la cordillera del Antilíbano, el conjunto montañoso que separa al país de los cedros de Siria. Tras haber controlado extensos territorios en Siria e Irak, los yihadistas avanzaron en dirección al Mediterráneo conquistando la estratégica localidad libanesa de Ersal. A pesar de ser expulsados de ella a las semanas siguientes por tropas del Ejército libanés, los radicales islamistas han continuado combatiendo en la región aprovechándose del apoyo que le brindan algunas comunidades sunníes de Baalbeck. Desde entonces, vienen lanzando la arenga de que pueden conquistar Beirut cuando quieran y aniquilar a todos los cristianos, chiíes y drusos que allí viven, y para mostrar que su amenaza va en serio, ya han ejecutado a varias decenas de militares y civiles libaneses capturados durante estas últimas incursiones. Todo ello ha provocado lógicamente una seria voz de alarma en el seno de la sociedad libanesa, lo que ha tenido el efecto de unir militarmente a la mayoría de las 18 comunidades religiosas en las que está dividida el país, las cuales no son capaces de llegar a un acuerdo para la elección del presidente de la República —el puesto se encuentra vacante desde el pasado mes de octubre de 2014— pero en cambio sí que han logrado juntar sus fuerzas para combatir contra el grupo terrorista. De momento, falanges cristianas maronitas, milicianos chiíes de Hezbolá y paramilitares laicos pansirios están uniendo sus armas junto a las del Ejército regular libanés para enfrentarse a las unidades del grupo fundamentalista, y están logrando importantes avances sobre el terreno, habiendo logrado expulsar a los yihadistas de las cumbres más altas de la cordillera, puntos estratégicos desde los que se puede controlar la región a ambos lados de la frontera.
Sin duda, parece toda una novedad el hecho de que diferentes grupos religiosos que hasta hace pocos años estaban enfrascados en una cruenta guerra de todos contra todos, ahora estén logrando unir sus armas para combatir a un enemigo común. Sin embargo, este resurgimiento de lo que podríamos llamar un cierto «patriotismo libanés» no sólo ha irrumpido estos últimos meses a raíz de la amenaza exterior del Estado Islámico sino que se inicia desde hace justo una década tras la salida de las tropas sirias del país y la recolocación de las fuerzas políticas libanesas en dos grandes bloques: la alianza del 14 de marzo y la alianza del 8 de marzo. Estos bloques por primera vez huyen del sectarismo religioso y dan lugar a la confluencia de distintos grupos que hasta hace bien poco estaban aniquilándose entre sí. Pero así son los juegos de poder: el peor enemigo puede convertirse en el mejor amigo de repente si las circunstancias lo requieren, tanto a nivel nacional como internacional, y en un país tan complejo como el Líbano, sin duda todo puede ocurrir, ya que la excepcionalidad ha sido la característica esencial de este pueblo a lo largo de su historia.
1 – Una panorámica sobre la historia del Líbano: de los fenicios al siglo XXI.
La franja del levante mediterráneo donde se encuentra Líbano, un país cuya superficie apenas supera el tamaño de la comunidad autónoma de Asturias, ha sido poblada desde tiempos muy antiguos por una gran variedad de pueblos convirtiéndose en un auténtico crisol de civilizaciones que ha perfilado su identidad histórica y su realidad actual. Fue la tierra de Canaán, base desde la cual los fenicios erigieron todo un imperio comercial alrededor del mar Mediterráneo. Posteriormente, la hegemonía romana convirtió a la región libanesa en parte de la provincia romana de Siria, manteniendo así sus rutas comerciales. Más tarde, el Líbano se cristianizó muy rápido al encontrarse próximo a Palestina, creándose unas comunidades que van a mantenerse incluso después de la llegada del Islam y de la arabización de la región; la más importante será la de los católicos maronitas, fundada por San Marón en el siglo IV, pero también coexistirán ramas ortodoxas y arameas. El Líbano, como pequeña región geográfica rodeada de cordilleras, se convierte en el refugio idóneo para los perseguidos, de manera que no solamente se estacionan allí cristianos, sino también las minorías musulmanas hostigadas, como los chiíes o los drusos.
Siglos más tarde llegaron los cruzados, principalmente franceses, a Tierra Santa, encontrándose para su sorpresa en el Líbano a estas poderosas comunidades cristianas e incluso católicas, como en el caso de los maronitas, por lo que se apoyarán en ellas para afianzar su dominio en la región, y aunque posteriormente son expulsados de Jerusalén por Saladino, logran mantenerse en el Líbano durante varios siglos, fortaleciendo aún más el carácter cristiano de la zona. En resumen: todos estos avatares históricos que se producen desde la Antigüedad hasta el final de la Edad Media van a perfilar dos de las características esenciales del Líbano: ser un mosaico de distintos pueblos y en donde el mundo cristiano será especialmente poderoso, a diferencia del resto de Oriente Próximo, donde los cristianos suponen solamente pequeños islotes minoritarios en medio de un océano musulmá). Además, la prolongada estancia de los cruzados francos comenzará a dotar a los libaneses cristianos de un fuerte vínculo con el mundo francés.
Ya en los albores de la Edad Moderna, Líbano al igual que el resto de la región es ocupada por el Imperio Otomano, lo que provoca la hegemonía turca sobre sus habitantes y la llegada también de grupos suníes, la rama mayoritaria del Islam a la que pertenecían los turcos, volviendo aún más complejo el mosaico libanés. Fruto de esta profunda heterogeneidad, las disputas entre comunidades religiosas no tardaron en aparecer durante todos estos siglos modernos, y en el siglo XIX, las tropas francesas de Napoleón III realizaron un desembarco en las costas libanesas para proteger a los cristianos maronitas de las matanzas perpetradas por los drusos, debido también a la desigualdad económica imperante entre ambos grupos. Fruto de esta primera intervención, la presencia francesa comienza a hacerse más patente en las décadas finales del decadente Imperio Otomano, hasta que al final de la I Guerra Mundial, dicho Imperio es troceado por los países vencedores, pasando Francia a ser la potencia colonial que administre el Líbano mediante un mandato de la Sociedad de Naciones. La ocupación francesa durará prácticamente treinta años, periodo durante el cual la francofonía se instala en el país y se produce una modernización de sus estructuras, si bien es cierto que también aumentan las desigualdades y conflictos sectarios entre religiones, al privilegiar los franceses a la mayoría cristiana maronita, en detrimento de los grupos musulmanes chiíes, sunníes y drusos, así como de las otras minorías cristianas de rito oriental. Por ello, cuando el Líbano alcanza un acuerdo de independencia con Francia (1943), la administración colonial deja redactada una constitución que reparte cuotas de poder entre todos los grupos religiosos, buscando un frágil equilibrio ante la atomización de la sociedad, si bien es cierto que los cristianos maronitas siguen siendo beneficiados en base a su mayor peso demográfico, al mantener una mayoría de escaños reservados en el parlamento: 54 escaños para cristianos frente a 45 para musulmanes. Así, la presidencia de la república siempre debe ser ocupada por un cristiano maronita, la jefatura del gobierno por un musulmán sunní y la presidencia del parlamento por un musulmán chií. Del mismo modo, el jefe de los ejércitos será en todo momento un cristiano maronita, mientras que la jefatura de la gendarmería la ocupará un musulmán sunní. Este frágil equilibrio logrará mantenerse hasta los años setenta, alcanzando Líbano una prosperidad y un bienestar durante la etapa posterior a la II Guerra Mundial que llevará al país de los cedros a ser bautizado como la «Suiza de Oriente Próximo«.
Sin embargo, tras la Guerra de los Seis Días y el posterior Septiembre Negro de Jordania, los refugiados palestinos comienzan a llegar en masa a Beirut y las principales regiones libanesas. En un país tan pequeño como el Líbano, esta oleada de inmigrantes quiebra completamente tanto la demografía libanesa y el frágil equilibrio de fuerzas entre confesiones que habían dejado estipulado los franceses en la Constitución, pasando los musulmanes a ser mayoría al ser ésta la confesión mayoritaria entre los palestinos. Además, las milicias de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) lideradas por Yasser Arafat también se instalan en el sur del Líbano, lanzando desde este país sus ataques contra Israel, con la consiguiente respuesta de los sionistas. Todo ello comienza a dividir a la población libanesa entre partidarios y detractores de la presencia palestina y generalmente, entre cristianos y musulmanes.
En 1975, toda esta tensión provoca el estallido de la guerra civil libanesa. Muchos cristianos maronitas se agrupan en milicias armadas —falanges libanesas, fuerzas libanesas— mientras que los musulmanes también forman las suyas propias. Los sectores laicos nasseristas y comunistas por su parte, también se unen a la contienda del lado palestino, quedando Beirut dividida en dos zonas: occidental y oriental. El conflicto se internacionaliza cuando una misión de Naciones Unidas (FINUL) interviene para tratar de pacificar algunas zonas. Siria, por su parte, penetra en el país para apoyar al bando falangista, aunque su apoyo posteriormente girará hacia el lado palestino cuando su enemiga Israel también su una «a la fiesta» e invada el sur del Líbano para atacar a las bases de la OLP, invasión que llega hasta Beirut posteriormente, momento en el que, como respuesta al asesinato del líder cristiano Bashir Gemayel, se producen las matanzas de refugiados palestinos de Shabra y Chatila, abandonados a su suerte tras la retirada de los fedayines de Arafat y de las fuerzas internacionales de la FINUL. La presión internacional tras las matanzas provoca que Israel se retire de nuevo hacia el sur, pero la guerra civil libanesa prosigue su curso, entrando en una fase aún de mayor degradación, en la que el combate ya comienza a ser de todos contra todos; cristianos contra cristianos, musulmanes contra musulmanes, etc. Para colmo de males, los nuevos actores islamistas chiíes patrocinados por Irán hacen su aparición en la escena militar, creándose los grupos armados de Amal y Hezbolá, en principio para luchar contra Israel y los falangistas cristianos, pero que finalmente terminan también enfrentándose entre sí. Por su parte, la batalla entre los propios clanes cristianos maronitas es también cruenta, ejemplificada en las luchas entre los líderes Samir Geagea, de las falanges libanesas, y Michel Aoun, primer ministro de la zona cristiana, personajes que aún hoy en día continúan siendo radicales enemigos políticos.
Finalmente, el conflicto entra en tal estado de colapso y desgaste por parte de todos los contendientes y sobre todo de la machacada población civil que termina alcanzándose un alto al fuego a finales de los años ochenta, ratificado jurídicamente en 1991 con los acuerdos de Taif.

En estos acuerdos, todas las partes implicadas se comprometen a volver al reparto de cuotas anterior a la contienda bélica, aunque la constitución se modifica sensiblemente para adaptarla al nuevo equilibrio de fuerzas tras el aumento de la población musulmana. El reparto de cargos confesionales seguirá siendo el mismo, pero el número de escaños del parlamento se amplía para que en esta ocasión, cristianos y musulmanes tengan el mismo número de parlamentarios, 64 cada uno de ellos. También se obliga al desarme de todas las milicias activas de las distintas facciones religiosas, aunque como bien lleva demostrando Hezbolá durante los últimos años, y ahora las milicias cristianas y pansirias, este acuerdo en ningún caso se ha cumplido. En cualquier caso, durante estas dos últimas décadas, el Líbano comienza a reconstruirse y a tratar de volver a la prosperidad económica, a la solvencia financiera y al desarrollo turístico anterior a la contienda bélica. Los antiguos líderes de clanes durante la guerra mantienen su hegemonía sobre el país, pero ahora como magnates económicos: los Gemayel del lado cristiano maronita, los Hariri del lado musulmán sunní, etc.
Geopolíticamente, en el año 2000 las tropas israelíes abandonan buena parte del sur del Líbano, en el año 2005 lo hacen las de Siria tras el asesinato del ex-primer ministro Rafikk Hariri, y un año más tarde, Hezbolá, tras una guerra de unas pocas semanas, expulsa a Israel de las zonas del sur definitivamente, empujando al ejército sionista al otro lado de la denominada Línea Azul, difusa frontera entre Israel y Líbano trazada por Naciones Unidas. Es a partir de este momento cuando puede decirse que el Líbano alcanza su plena soberanía en teoría, produciéndose fruto de ello una recomposición de sus alianzas políticas en clave nacional, aunque de facto, el país continúa siendo intervenido sistemáticamente desde el exterior, ya que como lleva ocurriendo desde hace siglos, es un enclave mediterráneo estratégico donde las potencias dirimen sus disputas regionales.
2 – El mosaico político libanés actual: las dos grandes alianzas de marzo.
Como se ha analizado anteriormente, la historia del Líbano ha estado caracterizada por la división sectaria entre comunidades religiosas y la lucha constante entre todas ellas, avivadas de un modo u otro siempre por potencias exteriores. Sin embargo, la recuperación de la plena soberanía. al menos en términos militares, a partir de la retirada de las tropas sirias e israelíes en 2005 y 2006, respectivamente, ha hecho resurgir un cierto nacionalismo libanés, el cual no se veía desde los tiempos inmediatamente posteriores a la independencia, que ha producido una reconfiguración de los bandos políticos en función de cuestiones económicas y geopolíticas, más allá de los aspectos religiosos. Fruto de ello, las diferentes facciones libanesas, hasta hace unos pocos años enfrentadas militarmente entre ellas, se han reconfigurado más allá de cuestiones religiosas e identitarias, agrupándose en base a criterios puramente estratégicos, en dos proyectos de construcción nacional interreligiosas en base a sus alianzas internacionales. Estos dos bloques son los llamados Alianza 14 de marzo y Alianza 8 de marzo.
El primero de ellos, la Alianza 14 de marzo, toma su nombre de la fecha en la que se inicia la denominada Revolución de los cedros en 2005 tras el asesinato del primer ministro sunní y proocidental Rafikk Hariri. Las fuerzas políticas aliadas de Occidente y de los países del Golfo Pérsico culparon de su muerte a los servicios secretos sirios, y organizaron en la calle grandes manifestaciones que terminaron por provocar que el presidente sirio Bachar Al Asad retirase a las tropas sirias del territorio libanés. Este acontecimiento provocó una euforia temporal de estos sectores, que se agruparon a los pocos meses en una gran coalición, la cual por primera vez reunía tanto a cristianos maronitas y ortodoxos, como musulmanes sunníes y drusos. Las principales formaciones políticas que lo componen son el Movimiento del Futur, grupo del ex primer ministro asesinado y mayoritariamente musulmán sunní, el Partido Socialista Progresista, formación política drusa liderada por Wallid Jumblatt, hijo del histórico líder Kamal Jumblatt, asesinado durante la guerra civil libanesa, las Fuerzas libanesas, cristianas maronitas en su totalidad, las falanges libanesas, llamadas Kataeb, lideradas por Samir Geagea y representantes también de la derecha maronita, el Grupo Islámico, musulmán conservador, y el Partido Democrático Liberal, representante de la derecha cristiana armenia.
Se impusieron electoralmente tanto en las elecciones de 2005 como en las elecciones de 2009, y controlan una gran parte de los poderes fácticos en Líbano, además de representar a importantes sectores empresariales. Su hegemonía política se ha materializado a través de las presidencias de los primeros ministros Saad Hariri y Najib Mikati, ambos multimillonarios.
El segundo bloque, la denominada Alianza del 8 de marzo, surge como respuesta un año después. Tras la euforia de la Revolución de los cedros, los sectores políticos partidarios de la alianza geopolítica con Siria e Irán para garantizar la defensa del país contra Israel y encontrar una solución al problema energético que arrastra el país desde el final de la guerra civil, con cortes de luz y agua diarios, se reorganizan en el año 2006 en la fecha que da lugar a dicho nombre. Al principio son aún minoritarios, ya que cuenta principalmente con el apoyo de la población musulmana chií del país y de los sectores laicos izquierdistas. El partido de la resistencia Hezbolá, islamista chií, el movimiento Amal, también de mayoría chií, el Partido Social-Nacionalista Sirio, laico y pansirio, y el Partido Baath, también laico, además de panarabista y socialista, y el Partido Comunista Libanés forman la primitiva Alianza de Marzo. Sin embargo, la formación crecerá exponencialmente cuando se una a ella el nuevo movimiento político creado por el ex primer ministro cristiano Michel Aoun, tras su regreso al país tras un exilio en Francia de más de 15 años.

El Movimiento Patriótico Libre, aunque formalmente laico, representará a un importante sector de la población cristiana maronita debido al carisma de su líder, atrayendo con ello el voto de los cristianos maronitas los cuales por primera vez quedaban coaligados con Hezbolá, una alianza en principio contra natura. Pero así es la política. La Guerra de liberación de 2006 en la que los milicianos de Hezbolá lograron repeler la invasión de Israel y recuperar el control del sur del Líbano hizo que el movimiento chií comenzase a lograr un mayor prestigio en el seno de la sociedad libanesa, incluso entre sectores cristianos y laicos, al considerar muchos libaneses a Hezbolá como una fuerza patriótica que, por encima de su ideología islamista, pone muertos al servicio de la soberanía del Líbano, además de la amplia red de asistencia social que articula para las familias más pobres y necesitadas de las áreas territoriales que controla. Sin duda, este auge del prestigio de Hezbolá entre los sectores cristianos ha facilitado la alianza entre Michel Aoun y Hassan Nasrallah, este último el líder actual de Hezbolá. Hasta la fecha esta alianza ha sido derrotada electoralmente, pero su apoyo va aumentando paulatinamente.
Así pues, nos encontramos con dos bloques enfrentados entre sí, antagónicos en términos geopolíticos y geoestratégicos, pero que se ven obligados a cooperar en algunos momentos para garantizar la estabilidad institucional y el funcionamiento del propio gobierno libanés. Por ejemplo, en la actualidad el mayor reto al que se enfrenta la política interna libanesa es la imposibilidad para la elección del nuevo presidente de la República, tras el fin del mandato de Michel Sleiman en octubre de 2014. El presidente de la república debe ser según la constitución un cristiano maronita, y en la actualidad, ambos bloques tratan de imponer a sus respectivos candidatos: el falangista Samir Geagea, por parte de la Alianza 14 de marzo, y el laico Michel Aoun, por parte de la Alianza 8 de marzo. Para generar mayor polémica además, resulta que ambos líderes políticos, aunque miembros de la misma confesión religiosa, son enemigos acérrimos desde la etapa final de la guerra civil libanesa, en la que las distintas facciones cristianas se enfrentaron violentamente entre sí, lo que dificulta aún más la elección de cualquiera de los dos, por el veto sistemático del bloque contrario.
El último intento fallido del Parlamento de elegir a un presidente fue el pasado mes de febrero de 2015, con lo que el país lleva ya casi medio año sin presidente, lo que complica sin lugar a duda la ya de por sí difícil administración del país, puesto que el presidente de la república no es una mera figura de representación y tiene por ley amplias competencias ejecutivas. La situación en este sentido es tan surrealista, que hace unos meses hasta la actriz porno libanesa Mia Khalifa ironizaba sobre ello, cuando ante las acusaciones por parte de los líderes políticos (tanto cristianos como musulmanes) de que su profesión manchaba la reputación del Líbano, ella contraatacaba argumentando que unos políticos que son incapaces de ponerse deacuerdo para elegir al presidente del país no eran quienes para dar lecciones de reputación nacional a nadie.
3 – La influencia del contexto geopolítico: choque de potencias en el país de los cedros.
En tercer lugar, también hay que situar la situación política libanesa interna en el contexto geopolítico, ya que el reposicionamiento de las distintas fuerzas sectarias en estos dos grandes bloques, también ha tenido consecuencias a nivel geopolítico. Por un lado, la invasión israelí del sur del Líbano en 2006 no solo provocó el aumento de la reputación de Hezbolá como movimiento de resistencia nacional, sino también llevó a una nueva oleada de antisionismo en el país, y en general, de mayor crítica a la política exterior estadounidense, sobre todo por parte de la Alianza del 8 de marzo. Por su parte, el estallido de la guerra civil siria en el año 2011 propicio la llegada de una avalancha de refugiados sirios al Líbano, rompiendo de nuevo los equilibrios demográficos en el país y provocando el recelo de muchos libaneses, ya que muchos de ellos pierden sus empleos debido a que la mano de obra refugiada siria resulta muchísimo más barata para los empresarios. En este sentido, la situación del Líbano con respecto a Siria es muy contradictoria: por un lado, la larga ocupación siria del país ha provocado muchos recelos y odios antisirios en una buena parte de la población debido a los excesos que las tropas de Damasco efectuaron en Beirut, como sucede en cualquier ocupación extranjera generalmente, pero por otro lado, hay una gran parte también de la población libanesa que considera que los sirios ayudaron a la creación de estructuras modernas en el país, y que ante todo debe haber una gran cooperación ya que los dos son pueblos hermanos, divididos artificialmente por la administración colonial francesa (por ejemplo, el Partido Social-Nacionalista Sirio niega la legitimidad de las fronteras, y reclama una unión de los dos países).
Además, los problemas de suministro energético del país también dividen geopolíticamente a las fuerzas políticas libanesas de uno y otro bloque, ya que algunos clanes del 14 de marzo han hecho importantes negocios implantando generadores eléctricos llegados desde las petromonarquías islámicas del Golfo Pérsico (Arabia Saudí, Qatar, etc.) en los barrios que sufren los mayores cortes de luz, pero al mismo tiempo, grupos del 8 de marzo están buscando un acuerdo económico con Irán para que el gobierno de Teherán suministre la energía con el patrocinio de Siria, lo que convierte el conflicto también en geoeconómico, entre un gran bloque sunní capitaneado por Arabia Saudí y otro gran bloque chií liderado por Irán que tratan de extender su influencia aprovechando y en muchos casos avivando los conflictos internos del pueblo libanés. En consecuencia, la opinión pública libanesa se ha dividido desde el inicio de la guerra civil siria entre una parte que apoya al gobierno laico de Bashar Al Asad, y otra parte que apoya a los rebeldes sirios de mayoría sunní.

Finalmente, en verano de 2014 los yihadistas radicales sunníes del Estado Islámico se unen a las milicias del Frente Al-Nusra, y proclaman un califato islámico en amplias regiones de Siria e Irak. Tras conquistar la estratégica ciudad de Mosul incrementan exponencialmente su potencial económico a través de la venta clandestina de petróleo y de la incautación de los bancos del segundo municipio más importante de Irak, iniciando su gran ofensiva militar y llegando hasta la frontera sirio-libanesa. La despiadada crueldad del grupo y sus continuas amenazas de incendiar Líbano han dado lugar al último y más reciente desafío político para los principales grupos libaneses. La consecuencia inmediata ha sido la colaboración de una gran variedad de milicias, tanto cristianas, como musulmanas y laicas, que han enterrado temporalmente sus diferencias para hacer frente a la amenaza exterior fundamentalista. Falanges cristianas, fuerzas libanesas, paramilitares pansirios y milicias de Hezbolá, entre otros, están uniendo sus fuerzas junto a las del ejército regular libanés para enfrentarse a la poderosa maquinaria bélica de los yihadistas del Estado Islámico.
Gracias a esta unión, los libaneses han logrado expulsar a los yihadistas de la localidad de Ersal y están obligándoles a retroceder en la cordillera del Antilíbano, tras haberles arrebatado las estratégicas cumbres de más de 2.000 metros de altura, desde donde tenían la posibilidad de dominar toda la franja oriental del territorio libanés. Una vez más, la realidad geopolítica externa reconfigura la política interna libanesa, como ya sucedió tras la llegada de los palestinos en los años setenta o tras la invasión israelí en 2006.
En resumen, el complejo espectro ideológico libanés se ha reconfigurado desde hace unos años, quedando polarizado en dos grandes alianzas: la del 14 de marzo, proocidental y prosaudí, y la del 8 de marzo, prosirio y proiraní, y en cierto modo también prorruso. De las alianzas religiosas parece que se haya pasado a las alianzas geopolíticas, aunque en ningún caso se puede hablar de una laicización del país, ya que las cuotas de poder del Estado continúan estando repartidas entre los diferentes grupos confesionales, así como la realidad social de los libaneses. Sin embargo, la unión de las diferentes comunidades, a nivel político en los dos grandes bloques electorales y ahora también a nivel militar en la defensa contra la amenaza yihadista, demuestra que a pesar de toda la atomización religiosa y de los crueles conflictos sectarios que han asolado el país a lo largo de los años, pervive aún una fuerte identidad nacional libanesa que es capaz de funcionar como aglutinante de las diferentes identidades cuando se percibe una amenaza exterior, ya sea israelí o yihadista. Los milicianos pansirios cuando combaten en las montañas frente a las incursiones del Estado Islámico, del mismo modo que cuando los guerrilleros de Hezbolá hostigan a las tropas invasoras de Israel, no están luchando como cristianos o como musulmanes, están combatiendo como libaneses.
MÁS INFORMACIÓN:
CORM, Georges. 2006: El Líbano contemporáneo: historia y sociedad. Bellaterra. Barcelona.
SÁNCHEZ, Pedro. 2009: El conflicto del Líbano. Ministerio de Defensa. Madrid.
ZAHAR, León. 2004: Líbano: espejo del Medio Oriente. Colegio de México. México D. F.
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