Colombia atraviesa uno de los momentos más importantes en su historia republicana. Tras más de 60 años de conflicto armado, guerras civiles, desapariciones sistemáticas de partidos políticos de izquierda y el asesinato de líderes y lideresas sociales (entre muchos otros), el país está ad portas de lo que sería el primer gobierno alternativo a las élites tradicionales y el fenómeno del narcotráfico que se incrustó profundamente en la política nacional.
Juan Villalobos Forero / @juancovillacdlm
Las pasadas elecciones donde el Pacto Histórico se ha consolidado como la primera fuerza política del país, no vienen solas. Para entender este fenómeno social, es necesario remitirnos a dos momentos que rompieron con el discurso de miedo que determinaba el espíritu crítico de la ciudadanía: la firma de los Acuerdos de paz con las FARC-EP y el estallido social.
Durante años, el imaginario colectivo estaba delimitado por un enemigo común ‘’causante’’ de todos los daños que aquejaban al país y pesar de que la extinta guerrilla fuera una de las tantas respuestas a la dictadura blanda de la oligarquía colombiana, distintos factores hicieron que el discurso hegemónico les situara como un agente antagónico. ¡Pero qué acertado fue el paso hacia la paz! Un paso que no demostraba una derrota, sino la prueba más clara de que ese anhelo de una Colombia reconciliada pasaba por ceder el fusil, esa garantía de lucha y de vida en un país donde reina y gobierna el paramilitarismo. De hecho, hoy en día, según INDEPAZ más de 300 firmantes del Acuerdo han sido asesinados y asesinadas.
Ahora bien, el malestar general que precedió al estallido social no fue espontáneo. Poco a poco el país empezó a entender que su papel iba mucho más allá de participar cada 4 años en una democracia moribunda e ilegítima. El 21 de noviembre del 2019 se prendió una luz que hasta el día de hoy sigue brillando, el Paro Nacional. Un escenario de disputa que empezó a recoger el descontento popular y lo canalizó hacia el nacimiento de asambleas, primeras líneas, encuentros culturales y subjetividades al calor de los neumáticos quemados. Y, a pesar de la pandemia, el pueblo colombiano se volvió a encontrar en las calles la noche del 9 de septiembre del 2020, día en el que fue torturado y asesinado el abogado Javier Ordóñez a manos de la Policía Nacional.
Entonces parecía que las cosas iban cambiando de rumbo, ahí, en lo común, dentro de las discusiones familiares, entre amigas y trabajadores, entre campesinas y obreros. Fue en ese momento que se cristalizó toda la rabia contenida y acumulada tras años. Llegó el 28 de abril del 2021, donde las masas empobrecidas exigían la derogación de una Reforma Tributaría nefasta, el cumplimiento de los Acuerdos de Paz y el fin de una violencia desbordada que parecía poner a Colombia ante un espejo, en la que se veía desangrada como en sus peores años de existencia.
Nos arrebataron cientos de vidas, muchos aparecieron desmembrados en ríos y carreteras, otras no sabemos donde están, pero sin duda, en palabras de Gabo ‘’la muerte no llega con la vejez, sino con el olvido’’. El pueblo colombiano retumbó las calles y dejó una ventana que sigue abierta. Una ventana por la cual hoy pasa con la frente en alto el Pacto Histórico. Un proyecto político que, más allá de Gustavo Petro y Francia Márquez, representa el sueño frustrado de construir un país distinto, donde las diversidades se encuentran en el tejido y no en las fosas, donde no son olvidados aquellos que ya no nos acompañan.
El reto es inmenso, la disputa trasciende inclusive de lo legal. Hemos visto cómo la Registraduría ha intentado robarle más de 500.000 votos a este movimiento político. Sin embargo, la experiencia organizativa y voluntaria del Paro, ha permitido no ceder, estar alertas y cuidar lo que nos pertenece. Ahora tenemos al menos dos tareas, la primera está en no permitir un fraude masivo el 29 de mayo y la segunda en seguir movilizándonos, sobre todo de forma autocrítica, lejos de los dogmatismos y la permisividad que han caracterizado a nuestro contendor.
Hoy, la historia nos reclama aquello que siempre nos fue negado. Ya no están con nosotros Gaitán, Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo ni Carlos Pizarro, pero han vuelto siendo millones. Ahora es nuestro turno.
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