¿Cuándo se piensa en populismo se piensa, necesariamente, en democracia? En el siguiente trabajo nos proponemos pensar el populismo desde la lectura de Benjamín Arditi para responder esa pregunta. Según el autor, este fenómeno vendría a ser la arista negativa de la democracia y/o aquel lugar al cual no se debería llegar. Arditi plantea tres niveles de populismo, los cuales tendrán cierta conexión con la democracia representativa liberal. El último nivel es el que pretende ser un problema, en la medida en que abre la posibilidad de que un gobierno autoritario atraiga al pueblo distraído e inocente a través de la demagogia.
Leandro Ezequiel Marasca
Discusión:
Benjamín Arditi escribió La política en los bordes del liberalismo en un contexto de tensión sociopolítica, cultural y económica presente en el mundo entero, principalmente, en Latinoamérica, en lo que algunos autores han denominado “giro a la izquierda” o “ruptura populista” (Laclau, 2007). En autor explora en un conjunto de ensayos formas de pensar y de hacer política en una zona gris donde los presupuestos liberales son interrogados y donde el encuentro entre estos presupuestos y sus desafiantes otros crean formas políticas “híbridas”. Así, va más allá de lo que representó tanto la caída del Muro de Berlín para las izquierdas, como de las ideas del fin de la historia como colapso total y el fracaso de las recetas neoliberales.
Teniendo en cuenta lo anterior, el autor se pregunta qué capacidad tienen las izquierdas para plantearse nuevos marcos políticos de revolución y reinventarse frente las demandas de un mundo cambiante. Estos movimientos, indica, han traído nuevamente a la agenda política principios como la igualdad y la solidaridad, pero ya no desde un libreto esencialmente marxista, es decir, que evidencian mixturas de pensamiento y de acción políticos más allá del ámbito económico.
Vale aclarar que este libro es una composición de artículos publicados en diferentes momentos de la literatura teórica política que giran en torno a lo que Arditi llama los bordes del liberalismo, los cuales agrupa en tres grandes rubros: identidad, diferencia y universales; populismo y democracia; agitación, revolución y emancipación.
Es posible afirmar que el autor se concentra, sobre todo, en el segundo aspecto mediante el cual profundiza discusión entre el populismo y la democracia, sin el afán de configurar escenarios prescriptivos o normativos, sino, más bien, de comprender lo que sucede en varios países latinoamericanos en donde la democracia liberal procedimental está en proceso de reconfiguración y existe una clara disputa por la hegemonía entre diversos actores políticos.
Si bien el Arditi no tiene el objetivo de definir el populismo, sí sostiene que “es un rasgo recurrente de la política moderna, uno que puede aparecer en variantes democráticas y no democráticas, y que esta recurrencia tiene que ver con temas claves del discurso populista, tanto las nobles como las más desagradables… Se trata de la invocación del pueblo, la crítica a las élites y a la corrupción, el imaginario participativo, el papel de líderes políticos fuertes y la impaciencia con las formalidades del proceso político” (p.127).
Así, el autor esquiva, tanto los análisis que encasillan al populismo en un adjetivo o en una visión apocalíptica, como los usos peyorativos del término por parte de los medios de comunicación. Arditi parece abrir el debate sobre las relaciones que se configuran entre un fenómeno de la política (el populismo) y un tipo de régimen (la democracia, pero con orientaciones liberales procedimentales). Para lograr tal propósito, entra en debate con Margaret Canovan (1999), quien había dicho, a manera de metáfora, que el populismo es una sombra. Ante ello, Arditi manifiesta que prefiere la figura del “invitado incómodo”.
Canovan afirma que el populismo tiene mayores posibilidades de aparecer como una “sombra” cuando existe una brecha entre la democracia pragmática y la democracia redentora, es decir, entre los procedimientos liberales que las instituciones democráticas defienden y reproducen en el sistema políticos, y la promesa redentora que señala que la democracia es por y para el pueblo. Parafraseando a Canovan, el populismo emerge cuando los procedimientos se instrumentalizan y sobredimensionan, perdiendo de vista lo simbólico, las aspiraciones y el significado que tiene para el pueblo un régimen que viene de la mano con una promesa: el gobierno del pueblo. A nuestro entender, Canovan no divide la democracia en dos, sino más bien trata de construir una imagen de la democracia como una moneda de dos caras.
A diferencia de la autora, Arditi hace énfasis en las complejidades que habitan en la relación entre populismo y democracia que identifique las tensiones y también contradicciones entre este fenómeno y el tipo de régimen, sin que ello signifique optar por una postura ambigua o permanecer en un punto neutral. Señala, por ejemplo, que “la reivindicación democrática es parte del imaginario populista, aunque la persistencia de sus variantes autoritarias es un recordatorio de que debemos mantener la cabeza fría y reconocer que su relación con la democracia es compleja y a menudo tensa” (p.126).
Más que una sombra, el populismo, bajo la lectura propuesta por Arditi, apuesta en algunos momentos por la inclusión y la defensa de elementos democratizantes. Por otro lado, y en sintonía con ciertas coyunturas de disputa electoral o gestión en el gobierno, el fenómeno saca a relucir su lado “oculto”: el autoritarismo, la sobredimensión de la figura del líder y la actitud reverencial de las masas hacia el conductor de la promesa redentora. Recurriendo a su metáfora, se podría decir que el populismo actúa como un invitado “incómodo” para la democracia, especialmente en América Latina, debido a que ingresa y sale cuando quiere y sin invitación previa por parte del sistema político. Ahora bien, ello no significa que el fenómeno abra la puerta para sustituir este régimen, sino, más bien, para introducir ciertas variantes que terminan generando resistencia a los defensores de la democracia liberal procedimental y republicana. Aquí el populismo apela por la no mediación de las instituciones entre el líder y el pueblo. Donde antes habrían fracasado los criterios institucionalizados de la representación política, el populismo privilegia la actuación discrecional del gobierno, respaldada por el apoyo popular; acepta la personalización de la política y la generación de un estilo confrontador, con la intención de provocar un escenario se suma cero (están conmigo o contra mí) vulnerando de este modo el pensamiento diverso
Si bien la postura de Arditi se concentra, en alguna medida, en la emergencia del populismo debido a una crisis de representación como respuesta a la incapacidad o a la negativa de las élites para responder a las demandas del pueblo (p. 130), su tesis tampoco se distancia de la propuesta de Canovan, pues la crisis de representación sería un síntoma de la democracia pragmática. No obstante, nos permitimos considerar que el populismo emerge la mayoría de las veces en contextos de crisis y tensión, lo cual lo constituye como un fenómeno reactivo. Como el invitado incómodo de Arditi no respeta los modales civilizados o convencionales de la mesa de la democracia liberal, tiene la posibilidad de convertirse en un espejo para la democracia, como sostiene Panizza (2009), porque muestra todas las imperfecciones de esta “en un descubrimiento de sí misma y de lo que le falta”.
En esta perspectiva, tal como lo expresa Arditi, el populismo tiene una dualidad democratizante – no democratizante, es decir, no logra sustituir la democracia por otro tipo de régimen (ya que llega bajo la potenciación y ampliación de los derechos políticos) pero pugna por ampliar la democracia con la inclusión de los derechos sociales y articular de otra manera la representación política.
Aun así, el populismo corre el riesgo de generar un contrasentido: la sobredimensión del líder, olvidándose de la trayectoria política de los actores que le acompañan y le sostienen. Por tal manifestación es que Arditi sostiene que el populismo puede resultar un invitado incómodo, ya que enfrenta a la democracia pragmática y a quienes la interpretan como algo exclusivo y referente a los derechos políticos en una especie de versión minimalista relacionada con elecciones libres y competitivas.
Respecto a lo que venimos analizando, Arditi piensa al populismo a través de tres modos. El primero establece una relación de interioridad entre populismo y democracia (concebida como régimen político), la cual radica allí donde se personalizan las opciones electorales, donde los medios de comunicación establecen una inmediatez virtual entre candidatos y electores, y donde la rapidez de los eventos que enfrentan los gobernantes les da una creciente autonomía en relación con el cumplimiento de sus promesas electorales. En esto la representación populista es prácticamente idéntica a la de cualquier otro grupo político de las democracias liberales. Así, es posible afirmar que hoy en día en democracias representativas mediatizadas es cada vez más difícil ver el populismo como un afuera de la política democrática, ya que aparece más bien como un modo de representación mediática.
Hay una segunda modalidad del populismo (de la que veníamos hablando anteriormente) que es un poco más problemática pero no necesariamente externa a la democracia. Esta radica en el hecho de que el populismo no suele demostrar gran paciencia por las formalidades del proceso judicial ni la toma de decisiones a través de comités o reuniones con especialistas, etc. Hay una tendencia a ver en estas instancias una especie de estorbo, es decir, de camisa fuerza para la expresión de la voluntad popular. Este tipo de populismo podría ser parte de la cara redentora de la participación democrática y de la promesa democrática de realizar la voluntad popular dada su inclinación por la política del pueblo en las calles como mecanismo de presión a las instituciones, su ocasional desapego de las formalidades legales del proceso político y sus modales de mesa.
Sin embargo la aspereza de la movilización populista hace que entre en tensión con la visión liberal de la democracia que ve justamente a la democracia como inseparable de los procedimientos institucionales normados por un apego al Estado de derecho. Esta segunda variante del populismo ya no se da tanto a nivel de régimen político como conjunto de instituciones, sino, más bien, se monta sobre el imaginario de la participación democrática, la idea de democracia como expresión de la voluntad popular. El populismo aparecería así como una suerte de expresión no adulterada de la voluntad popular. Metafóricamente, el populista funciona como el huésped incómodo que hace chistes de mal gusto o que decide orinar en el jardín en vez de ir al baño. Para el anfitrión no es fácil deshacerse de él dado que es un huésped (o sea, parte del sistema de relaciones sociales aceptadas) aunque se dé cuenta que dicha presencia incomoda dentro de la casa.
La tercera variante o modalidad del populismo es decididamente antitética a la democracia: es su némesis. Es evidente que el populismo no es autoritario ni democrático en sí mismo (puede ser uno u otro), pero se bifurca de la democracia cuando predomina el principio de la infalibilidad del líder; cuando toda disidencia a sus dictados es vista como traición; cuando el control verticalista de las bases anula toda expresión autónoma de éstas; cuando la oposición es tildada de antipatriótica; y cuando todo amarre institucional es visto como una limitante para la voz del pueblo.
En suma, si estamos dispuestos a pensar seriamente el sentido del término populismo y no usarlos simplemente como insulto aplicable a nuestros adversarios políticos, entonces debemos tener bien presente que cuando hablamos de populismo nos estamos refiriendo a por lo menos tres modos de darse el fenómeno. Esto impide establecer el carácter democrático o antidemocrático del populismo, convirtiéndolo más bien en un espectro de la democracia, algo que puede ser una visita benigna u ominosa.
Conclusión:
Concluyendo nuestro punto de inflexión, decimos que Arditi intenta demostrar que no hay una relación de exterioridad pura y simple entre democracia y populismo como sugieren los críticos conservadores, para quienes la democracia es liberal o no es democrática. Cierto es que sectores progresistas de Latinoamérica vieron al populismo con bueno ojos en la medida que tenía un discurso antimperialista y, en el caso de Argentina y Brasil (por ejemplo), fue el vehículo para la incorporación de los desposeídos en la esfera política. El caso es que el carácter democrático de las experiencias populistas no puede establecerse a priori. En tal sentido, La política en los bordes del liberalismo da cuenta de las fronteras, así como de las suturas que el individuo y la sociedad enfrentan en las parejas identidad/diferencias culturales, democracia/populismo y revolución/reinvención de los ciclos políticos, en un contexto de cambios permanentes y cada vez más acelerados.
Bibliografía
Arditi, Benjamín (2017). La política en los bordes del liberalismo. Diferencia, populismo, revolución, emancipación. Editorial Gedisa. Barcelona (España).
Canovan, Margaret (1999). Trust the People! Populism and the Two Faces of Democracy.
En Political Studies, N° 47: 2-16.
Laclau. Ernesto (2007). La razón populista. Buenos Aires: FCE.
Panizza, Francisco (2009). El populismo como espejo de la democracia. Buenos Aires: FCE.
Leandro Ezequiel Marasca

Licenciado en Ciencia Política por la Universidad Nacional de Villa María (UNVM). Becario Doctoral en Conicet (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas), organismo público perteneciente al Ministerio de Ciencia y Tecnología del Gobierno Nacional de Argentina. Doctorando en Ciencia Política en Centro de Estudios Avanzados (CEA)- Universidad Nacional de Córdoba. Diplomado en Populismo e Identidades Políticas en la Universidad Nacional del Chaco Austral (UNCAUS). Docente Universitario (UNVM-UNC).
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