Cuando el pasado 24 de febrero medio mundo se quedaba atónito con el estallido de una nueva guerra, no por anunciada menos sorprendente, pocos sospechaban que estaríamos hablando de ella con la misma intensidad un mes después. Menos aún que, al parecer, seguiremos hablando de ella, y de sus consecuencias, por un tiempo indefinido. Siempre y cuando, una escalada del conflicto, no nos deje bajo el manto de un invierno nuclear que ningún tipo de gas, ni licuado, ni proveniente de gaseoductos, nos ayude a calentar.
Lo cierto es que a nivel noticioso nadie imaginó que el virus SARS-Cov2 tuviera tan rápida cura. Y, sí, como por arte de magia, como si de un verdadero milagro se tratase, el coronavirus ha dejado de ser “la noticia”.
Ni las gigantes farmacéuticas Pfiser, Moderna, AstraZeneca, Sinovac-Biotech, ni siquiera la tan cacareada Sputnik V, han sido tan efectivas a la hora de relegar al Covid a un segundo o tercer plano informativo. Ello se lo debemos al doctor Putin, como desde ahora llamaremos, a esa especie de Zar trasnochado que sueña con reunir y reinar sobre los territorios que otrora también formaran parte de la URSS.
El mismo que nos constriñe a golpe de misil y mortero, y, sobre todo, de mucho sufrimiento humano, a replantearnos la política contemporánea. El mismo que, haciendo uso de una ética de la responsabilidad llevada al extremo, nos convida a alcanzar las últimas consecuencias morales, al proponernos la aceptación de cualquier medio eficaz para alcanzar su fin, cuando nos habla de su “operación militar especial” “desnazificadora” de un territorio soberano y vecino. Por cierto, ¡que métodos tan profilácticos utiliza este doctor Putin! No recuerdo dónde lo he visto antes…
Sin embargo, la faena de este galeno no culmina en la erradicación de la pandemia de coronavirus de todos los medios informativos y desinformativos. Tampoco en su pretensión de curar el nacionalismo ajeno con la medicina de la guerra. El doctor Putin ha realizado otras grandes aportaciones dignas del Nobel de la Paz. No cuesta nada otorgárselo como premio de reconciliación este 2022… Si, a fin de cuentas, el Nobel de la Paz a premiado por igual a Teresa de Calcuta, Desmond Tutu, Henrry Kissinger y Barak Obama, este último con cinco guerras a cuestas.
«…la faena de este galeno no culmina en la erradicación de la pandemia de coronavirus de todos los medios informativos y desinformativos. Tampoco en su pretensión de curar el nacionalismo ajeno con la medicina de la guerra. El doctor Putin ha realizado otras grandes aportaciones…»

La cuestión es que el doctor Putin también ha revivido a un paciente en estado de “muerte cerebral”, la OTAN. Y miren que no lo digo yo, sino que lo ha afirmado el presidente de la República Francesa Emmanuel Macron, quien en 2019 decretara como tal a la alianza, y que ahora, con más horas de vuelo que un piloto profesional, recorre el orbe celebrando que el paciente ha despertado.
Y es que no solo, al parecer, se ha reactivado la alianza atlántica; sino ha logrado que los países europeos se echen en brazos de los Estados Unidos a una velocidad de vértigo ¿Seguirán pensando los países europeos en cohesionarse en materias de política exterior y de seguridad? Nadie lo sabe con certeza. Creo que ni los propios “líderes” europeos. De no existir una rivalidad histórica entre Estados Unidos y Rusia que, evidentemente no quedo zanjada cuando se disolvió la URSS en 1991, y que ahora vuelve a estallar ante nuestros ojos dando al traste con la ya maltrecha tesis del fin de la historia, cualquiera pensaría que Putin le está haciendo el trabajo pesado a los norteamericanos.
No obstante, el doctor Putin tiene otros logros dignos de mención. Así tenemos la reconversión del dictador Nicolas Maduro en un ferviente demócrata amante de la paz, quien, a su vez, cambio su postura de intransigencia revolucionaria de “apoyo irrestricto y total al pueblo de Rusia” por un puñado de dólares frescos.
También, tenemos la enésima lavada de cara a regímenes autocráticos como las monarquías árabes, o, los más recientes, y no menos preocupantes, acercamientos al clan de los Aliyev o, a Gurbanguly Berdimuhamedow, un dictador de manual. Por no hablar de la recomposición de la política internacional española sobre el Sahara occidental en claro guiño a otro autócrata.
Para tales proezas, Putin ha contado con la ayuda del mismísimo presidente de los Estados Unidos encarnando en el papel de un diligente y eficaz enfermero. Biden, sin dudas, en lugar de un pragmatismo realista en política internacional, ha hecho suya aquella frase de Groucho Marx que decía: “estos son mis principios, sino le gustan, tengo otros”. El resto de “líderes mundiales” no se quedan a la saga del “líder” norteamericano.
El doctor Putin ha curado de la xenofobia a Polonia y Hungría, también a media Europa y volvió a hacer tentador retomar el acuerdo nuclear con Irán. En esta racha de logros y milagros solo le falta, aunque va camino a ello, que logre sacar a los chinos de su muralla de sesgada impavidez. Neutralidad aparente que daría para otro comentario.
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