Arturo Córdova Estruch / @Ac_estruch
Introducción
El presente trabajo es un acercamiento al concepto de totalitarismo visto a través de dos obras fundamentales que lo definen, Los orígenes del totalitarismo y Democracia y totalitarismo, de Hanna Arendt y Raymond Aron respectivamente. Aunque añeja, la discusión sobre este concepto aún está abierta y en permanente evolución. No obstante, el acercamiento a la obra de estos dos autores es una referencia obligada y necesaria a la hora de establecer dicho concepto.
Por tanto, el objetivo central de este trabajo, no es plantear una revisión bibliográfica, o de estado del arte de fuentes secundarias que versen sobre la discusión académica en torno al tema específico que se propone, sino realizar una reflexión y análisis a partir de la lectura directa de los textos originales de los autores escogidos. De ahí que, la bibliografía presentada en este breve trabajo sean los dos textos seleccionados para su estudio.
Igualmente, se propone la utilización de citas de ambos textos como apoyatura para los planteamientos hechos. Más que una simple crítica de los autores basada en fuentes primarias, o una crítica exhaustiva de ambos textos, lo que se pretende es una disquisición sobre los elementos fundamentales y constitutivos de la definición que cada autor propuso sobre el concepto de totalitarismo. Es decir, el foco de atención es el concepto en sí mismo y su evolución a través de estos dos autores, sus puntos de contacto, más que sus puntos de quiebres.
Las definiciones que realiza Hanna Arendt sobre totalitarismo, se pueden entender y resumir a través de cuatro puntos generales.
1) Como expresión violenta altruista. La autora define al totalitarismo como poseedor de un componente importante de construcción y control de imaginarios e ideas que, (auto)justifican, la creencia en un conjunto de valores más allá de cualquier filtro racional de la acción o el pensamiento. Resulta interesante el hecho de que, Arendt, tome como centro de su explicación sobre el éxito de las experiencias totalitarias reales (nazismo y bolchevismo) dicha (auto)justificación de la violencia como construcción psico-social, inclusive existencial. Constructo que, por un lado, define y delimita a un “otro” exento de valores o valor, y por consecuencia, de su humanidad; y, por otro lado, que la pertenencia a un “nosotros” quede desvirtuada y en un nivel jerárquico superior a la voluntad individual.
Dicho de otro modo, la masa a la que se pertenece, el proyecto, el movimiento, el “deber ser” mismo si se quiere, se coloca por encima del propio “ser”. Un “ser” diluido, supeditado, subyugado, adherido, fundido y alienado en una masa amorfa. Una especie de religión del “no ser”, en cuya identificación y sentido de pertenencia parecen haberse roto la capacidad misma de la experiencia o la argumentación, incluso en casos tan extremos como el temor a la muerte física. Donde afloraran lo subjetivo en el proceso de disolución del “yo” a favor del “nosotros”. Al respecto expresa:
“El factor inquietante en el éxito del totalitarismo es más bien el verdadero altruismo de sus seguidores: puede ser comprensible que un nazi o un bolchevique no se sientan flaquear en sus convicciones por los delitos contra las personas que no pertenecen a su movimiento o que incluso sean hostiles a este; pero el hecho sorprendente es que no es probable que ni uno ni otro se conmuevan cuando ellos mismos se convierten en víctimas de la persecución, si son acusados y condenados, si son expulsados del partido o enviados a un campo de concentración. Al contrario, (…), pueden incluso mostrarse dispuestos a colaborar con sus propios acusadores y solicitar para ellos mismos la pena de muerte con tal de que no se vea afectado su status como miembros del movimiento” (Arendt, 1998: 387-388).
2) Como organizaciones de masas. Es decir, la autora maneja la idea de la pretensión de los movimientos totalitarios de organizar a las masas por encima de la identificación con clases sociales, partidos políticos, o por encima de ciudadanos diversos con opciones múltiples de gobernar los asuntos públicos. Pues, “mientras que todos los grupos políticos dependen de una fuerza proporcionada, los movimientos totalitarios dependen de la fuerza del número” (Ibid.: 389).
Lo anterior implica, por tanto, un nivel de organización social en un régimen político específico y diferente de otros como las dictaduras u otros regímenes autoritarios. Esto explica, además, que inclusive experiencias como el fascismo italiano de Mussolini, u otros regímenes no democráticos de Europa central y del este, no sean referidos por la autora como regímenes totalitarios completos, puesto que no avanzaron más allá del establecimiento de un régimen unipartidista y una dictadura. En resumidas plantea que: “Los movimientos totalitarios son organizaciones de masas de individuos atomizados y asilados (…) su más conspicua característica externa es su exigencia de una lealtad total, irrestringida, incondicional e inalterable del miembro individual” (Ibid.: 405)
3) Como variante extrema de la despolitización convertida en movilización por un proyecto colectivo. Arendt apunta a una característica específica del totalitarismo que se constituye, también, en una premisa para el mismo. La característica es, el reclutamiento de una masa de personas aparentemente indiferentes, a quienes el sistema político había desechado de sus cálculos por su apatía o su supuesta indiferencia. La premisa sería la existencia de ese grupo numeroso de personas con capacidad para articularse.
Un resultado de lo anterior en las experiencias históricas analizadas en el texto de Arendt, fue el hecho de que un gran número de personas ajenas al ámbito político irrumpieran en este de forma súbita y prácticamente inadvertida. Asimismo, esto permitió la introducción de nuevos métodos de hacer política como, la utilización de propaganda como forma de desvirtuar al pensamiento de la experiencia y la realidad; la apatía frente a la argumentación política de los adversarios que rápidamente derivó en intolerancia. Intolerancia que, a su vez, conllevó en la práctica política, a la ausencia de la necesidad de refutar los argumentos opuestos y, posteriormente, a la utilización de métodos violentos y el terror como forma de supresión, control y represión sobre las personas portadoras de dichos argumentos. Con la consecuencia extrema de su eliminación física, como acción ejemplarizante, educativa y profiláctica, imprescindible para la construcción de una nueva sociedad.
“Los movimientos totalitarios son posibles allí donde existen masas que, por una razón u otra, han adquirido el apetito de la organización política. Las masas no se mantienen unidas por la conciencia de un interés común y carecen de esa clase específica de diferenciación que se expresa en objetivos limitados y obtenibles. El término de masa se aplica sólo cuando nos referimos a personas que, bien por su puro número, bien por indiferencia, o por ambos motivos, no pueden ser integradas en ninguna organización basada en el interés común, en los partidos políticos, en la gobernación municipal o en las organizaciones profesionales y los sindicatos. Potencialmente, existen en cada país y constituyen la mayoría de esas muy numerosas personas, neutrales y políticamente indiferentes, que jamás se adhieren a un partido y difícilmente acuden a votar.” (Ibid.: 392)
Sin embargo, la autora alemana también recuerda que “la indiferencia ante los asuntos públicos, la neutralidad en los asuntos políticos, no son en si mismas causas suficientes para el auge de los movimientos totalitarios” (Ibid.: 394). De esa forma llama la atención sobre una condición más esencial al fenómeno, y es el deseo de disolución en esa masa disolución, la perdida de las ambiciones personales y la identidad individual a favor de un proyecto futuro y “no tan solo durante el momento de la acción heroica colectiva” (Ibid.: 395) sino de forma permanente.
4) El terror como esencia de la dominación totalitaria. La implantación del terror como herramienta para organizar la sociedad, es para Arendt una característica esencial y definitoria del totalitarismo. Sin embargo, no se refiere a una utilización del terror por el simple hecho de dominación y subyugación colectiva por medio de la violencia en todas sus formas (legítimas o no) y el miedo, sino como fórmula para moldear la sociedad de forma tal que todo sea posible.
La dominación total se da necesariamente a través de la creencia de que “todo es posible”. Incluso, es posible, la transformación y el cambio mismo de la naturaleza humana, para ello pone como ejemplo, los campos de exterminio. En ellos se sometía y destruía la pluralidad, la singularidad y hasta la espontaneidad de los individuos, reduciéndolos a entes reactivos a estímulos físicos y psicológicos basados en la expresión extrema del miedo, el terror.
“La presunción central del totalitarismo de que todo es posible conduce así, a través de la eliminación consistente de todos los frenos de hecho, a la absurda y terrible consecuencia de que debe ser castigado cada delito que los gobernantes puedan concebir, sin tener en cuenta si ha sido o no ha sido cometido” (Ibid.: 533). Por lo que, esa forma de dominación donde todo es posible “niega la libertad humana más eficazmente que lo que podría negarla cualquier tiranía” (Ibid.: 527)
Todo lo anterior hacen del totalitarismo, según el concepto arendtiano, un fenómeno radical y totalmente nuevo, caracterizado por la radicalización de expresiones políticas del siglo XIX y que se materializan con particular fuerza a principios del siglo XX. Fenómenos como el antisemitismo, el racismo, la expansión del capital, la crisis de la democracia y la decadencia del Estado-nación europeo, si bien no explican por sí solos el totalitarismo, su conjunción en la misma época histórica cristalizó en el triunfo de las experiencias totalitarias.
La idea de contingencia histórica del totalitarismo se ve reforzada en el análisis de Arendt, cuando admite que el totalitarismo no necesariamente deriva en el desarrollo de la modernidad, sino que es uno de los posibles caminos de dicho desarrollo. Lo trascendente del planteamiento arendtiano es la afirmación de que el racismo o el antisemitismo estaban presentes en las democracias liberales occidentales del siglo XIX, y, por tanto, su influencia en las propuestas totalitarias es fruto de una evolución y sedimentación.
Por otro lado, reafirma la idea de que el totalitarismo no puede ser implantado por decreto. Por el contrario, lo que dice Arendt, es que determinados rasgos contextuales en las sociedades van derivando en el desplazamiento de unas hegemonías por otras, con la consecuente imposición y prevalencia de nuevas identidades -de carácter totalitarias- en una comunidad.
Parecería contraintuitivo pensar, sobre todo si se tiene en cuenta las construcciones contemporáneas sobre conceptos accesorios al totalitarismo como el de fascismo y su utilización verdaderamente excesiva en el debate público político, como descalificación del oponente más que como reflexión fundamentada, en que el totalitarismo que nos presenta Arendt no necesariamente puede entenderse como una posición tendente al conservadurismo. Entendido dicho conservadurismo como una práctica política y social que busca mantener, conservar cierta tradición, valores o status quo preexistente. Una cosa es que el nazismo, incluso el bolchevismo, tuvieran tintes nacionalistas bien marcados que buscaban asideros para su discurso movilizador en la cultura del folk pangermano en el caso del primero, o la grandeza de la madre patria rusa en el caso del segundo; y otra cosa es que esto lo convierten en proposiciones netamente conservadoras. Antes bien, el totalitarismo presentado por Arendt pretende barrer con lo existente, y fundar, en evidente discurso androcéntrico, un «hombre nuevo», o, si se quiere un nuevo tipo de sociedad, utilizando del pasado solo aquello que le era útil a su discurso político y propagandístico. En ese sentido, privar del carácter transformador, incluso revolucionario, a la propuesta totalitaria, arguyendo y basándose en preferencias éticas o superioridades morales, significaría contaminar la reflexión, para luego no escapar del asombro que produce ver la reproducción de características totalitarias en sociedades que se dicen encaminadas a aliviar la miseria económica, social o política.
Incluso Arendt llega más lejos y dice que: “Las soluciones totalitarias pueden sobrevivir a la caída de los regímenes totalitarios bajo la forma de fuertes tentaciones que surgirán allí donde parezca imposible aliviar la miseria política, social o económica de forma valiosa para el hombre” (Ibid.: 557)
Más que una práctica netamente estatal o política, el totalitarismo en Arendt se entiende, además, como una identidad cultural. También como un sistema donde un grupo, no despreciables de integrantes de una comunidad (sociedad) está de acuerdo con la opción de eliminar la pluralidad humana por medio de la represión y el terror. En definitiva, suprimir de forma violenta las prácticas políticas, jurídicas, económicas, culturales y sociales que sostienen y dan cabida a dicha pluralidad.
Si alguna reflexión deja la concepción de totalitarismo en Arendt, es que, a pesar de haber tenido una expresión en experiencias históricas concretas como el nazismo o el bolchevismo, la experiencia totalitaria no se circunscribe exclusivamente a esos hechos históricos, ni a una época concluida. Por el contrario, parece decirnos que de repetirse ciertas características y configuraciones político-sociales, incluso psicológicas, el totalitarismo afloraría como opción posible, inclusive deseable, por más descabellado que nos parezca. Es, dicho de otro modo, un peligro latente, una especie de espada de Damocles.
Precisamente, es el intento por desentrañar dichas configuraciones y características a donde va dirigida la definición de totalitarismo que propone Raymond Aron. Esto es una de las cuestiones que permiten afirmar que Aron recoge gran parte de la teoría de Arendt y la instrumentaliza para llegar a su definición del fenómeno.
Raymond Aron basa su conceptualización sobre el totalitarismo en una explicación sobre el logro de la obediencia de los miembros de una sociedad a través de la limitación de su libertad, y la represión como herramienta del poder político institucionalizado. Poder político definido por el autor “en sentido estricto por la capacidad de adoptar decisiones.” (Aron, 1968: 61).
Para ello, fija su foco en la teoría de los regímenes políticos. Los estudia y analiza más allá de la simple su descripción. Los compara a través de la determinación de características que permiten comprender sus lógicas internas. De esa forma, centra su atención en el Estado y en la forma en que este constituye sus instituciones. Con ello establece distinciones a la vez que compara unos regímenes con otros, explicando sus funciones y componentes.
Asimismo, estudia la relación de dichas instituciones con actores políticos como los partidos y sistemas de partidos. En ese sentido llega a distinguir dentro del sistema dos clases de hombres, organizaciones, subsistemas y funciones: las burocráticas-administrativas y las políticas -sistema electoral, parlamentario, o de partidos-. Y concluye “son los hombres políticos los que aseguran la obediencia de los gobernados ante las decisiones de los gobernantes, poner en relación el subsistema político con los más altos valores de la colectividad, a los cuales el régimen pretende servir” (Ibid.: 61-62).
Lo anterior constituye la variable principal para establecer las características esenciales de los regímenes.
“No es en el orden administrativo donde hallaremos lo que constituye la especificidad de cada régimen. La función administrativa presenta necesariamente grandes similitudes de régimen a régimen (…) El sistema político, en el sentido estricto del término, determina las relaciones entre gobernados y gobernantes, fija el modo de cooperación de los hombres en la gestión de los asuntos públicos, orienta la acción estatal, organiza el relevo de los gobernantes, y es, pues, el que nos permitirá reconocer los rasgos originales propios de cada régimen” (Ibid.: 64)
A lo anterior se suma la distinción, de raíz weberiana, entre poder legal y toma del poder que realiza: “el ejercicio legal del poder difiere, por su naturaleza, de lo que se llama la toma del poder. El primero es, por esencia temporal. Quien ejerce el poder no se cree destinado a hacerlo indefinidamente.” (Ibid.: 64-65); le permiten a Aron allanar su análisis hacia el establecimiento de las características que deben darse para la toma del poder, ese control efectivo sobre las decisiones contra o por la voluntad de los gobernados. Y se haga efectiva a través ciertos rasgos definibles.
En consecuencia, y en líneas generales, Aron define al totalitarismo como un régimen con una ideología que busca la dominación total de la sociedad, y se sirve de un sistema de partido único como herramienta política más eficaz para lograrlo.
De esa manera, arriba a la conclusión de que el fenómeno totalitario, si bien puede ser definido de múltiples formas por diferentes autores, presenta cinco rasgos que lo tipifican. Esos rasgos son, según el orden en que aparecen en el texto:
1) Partido único: “El fenómeno totalitario sobrevive en un régimen que concede a un partido el monopolio de la actividad política.”
2) Una ideología que otorga autoridad absoluta: “El partido monopolístico esta animado o armado por una ideología a la cual se le confiere una autoridad absoluta y que por consiguiente se transforma en la verdad oficial del Estado.”
3) El control monopólico del Estado sobre los medios de coacción, persuasión y comunicación: “Con objetivo de difundir esta verdad oficial, el Estado se reserva a su vez un doble monopolio, el de los medios de fuerza y el de los de persuasión, y el conjunto de los medios de comunicación (…) los dirige y ordena (…)”
4) El control de las actividades económicas por el Estado: “La mayor parte de las actividades económicas y profesionales están sometidas al Estado y acaban siendo, en cierta manera, parte del mismo. Como el Estado es inseparable de su ideología la gran parte de las actividades económicas y profesionales están coloreadas por la verdad oficial.”
5) La politización del terror: “Dado que de ahora en adelante todo es actividad del Estado y dado que toda clase de actividad está sometida a la ideología, una falta cometida dentro de una actividad económica o profesional es simultáneamente una falta ideológica, por lo que en último término se produce la politización, la transfiguración ideológica de todas las faltas posibles de los individuos y, para concluir, el terror a la vez policíaco e ideológico.” (Ibid.: 236-250)
En resumen, lo que viene a decir Aron es que la definición de totalitarismo sólo es posible cuando el monopolio del partido, la estatización de la vida económica y social, o el terror ideológico están presentes de manera conjunta.
Conclusiones
La conceptualización del totalitarismo ha evolucionado desde la caracterización filosófica-política estricta, de experiencias históricas precisas, realizada por Hanna Arendt, hasta la identificación de la aplicación de la ideología en un régimen de partido único como forma de dominación total y efectiva de la sociedad que vemos en Aron.
Lo que para Arendt es un movimiento, una práctica netamente estatal y hasta una identidad cultural e ideológica, construida y basada en el control y la violencia/terror para lograr un dominio total sobre la sociedad; para Aron se convierte, además, en la estructuración de un régimen institucional/estatal bajo características precisas, necesarias y suficientes cuando se encuentran conjugadas.
La dominación total a través de la destrucción del espacio político y por la disolución del individuo en las sociedades de masas; la cancelación de las libertades; la eliminación de la diversidad y la pluralidad humana por intolerancias contingentes o sistémicas, conducen, para ambos autores, por un único derrotero, el totalitarismo.
Referencias bibliográficas
Arendt, H. (1998). Los orígenes del totalitarismo. Taurus, España.
Aron, R (1968). Democracia y totalitarismo. Editorial Seix Barral S.A., Barcelona
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