Por: Sergio Plaza Cerezo
SINOPSIS: El fútbol se impuso en Catar, con el remate de una final épica entre Argentina y Francia; pero, las polémicas sobre el conservadurismo del emirato, amplificadas vía críticas vertidas al efecto por Occidente, estuvieron muy presentes en vísperas e inicio del Campeonato del Mundo de 2022. Si Doha anhelaba proyectar el lujo y modernidad de las infraestructuras de esta ciudad-estado global, el recuerdo de la tesis del choque de civilizaciones afloró.
La celebración del Campeonato Mundial de Fútbol en una ciudad-estado de facto supone un éxito gigantesco para el emirato de Catar, máxime cuando las coordenadas geográficas junto al desierto han obligado a cambiar el calendario habitual para disputar los encuentros. La obsesión por promover imagen de marca y situar a Doha en la primera división de las metrópolis globales es seña de identidad. La búsqueda de nuevas fuentes de valor añadido aparece como objetivo, para capear la finitud en el horizonte de yacimientos gasísticos y petroleros. Los fondos soberanos de Catar, con deslinde confuso entre Estado y familia real, multiplican las inversiones multimillonarias en sectores muy diversos por todo el mundo. Hay uno, incluso, especializado en adquisiciones de entidades deportivas (QSI), cuya joya de la corona es el club de fútbol PSG, plagado de estrellas, como Messi o Mbappé, protagonistas de excepción en la final del Mundial, devenida en duelo de titanes.
La Península Arábiga es escala ideal en rutas aéreas que conectan Europa Occidental con Asia Meridional y Oriental, así como China con África Subsahariana. La compañía de bandera Qatar Airways compite exitosa, sin cesar de abrir nuevas líneas antes de la pandemia por covid-19. Si la vecina Dubái ha desplazado a Londres-Heathrow como aeropuerto con mayor densidad de pasajeros en vuelos internacionales, Doha también destaca cual –o “hub” en la jerga de la aviación comercial—que capta pasajeros con procedencias muy variadas. El nuevo aeropuerto es icono arquitectónico, sumado a dos contenedores culturales: Museo de Arte Islámico y Museo Nacional de Catar, diseñados ambos por profesionales afamados. Atraen turistas y promueven la marca-país.
Si Arabia Saudita es un estado muy opaco, cuya relación con Occidente resulta ambigua, Dubái y Doha apuestan por erigirse en enclaves más abiertos para expatriados e inversores extranjeros en la región, dentro de unos límites. Así, las mujeres con rostro tapado en su totalidad son muy habituales en Catar; pero, en términos generales, Doha es menos conservadora y más amigable (“western-friendly”) que Riad.
El carácter portuario del emirato y sus antecedentes, en tanto protectorado británico hasta 1971, ayudan a explicar la diferencia frente al gigante arábigo. Las metrópolis globales integran el tándem con atributo complementario de ciudades creativas; y los cataríes lo saben. Según destaca el académico estadounidense Richard Florida, padre del concepto, en estas últimas la tolerancia atrae talento y tecnología. Catar trata de recibir capital humano vía recursos financieros inagotables; y Al Jazeera –imitadora de los moldes formales de la CNN- emite como canal global de noticias en inglés desde Doha. Por tener, el emirato alberga, incluso, una orquesta de élite en el ámbito de la música clásica. Los petrodólares no escatiman esfuerzos.
Si el valor de las ciudades-estado –Londres o Miami también lo son en plano metafórico- queda realzado en el siglo XXI, las grandes metrópolis compiten entre sí en la era de la globalización, tal como lo hacían Venecia y Génova durante el Renacimiento. Desde la proximidad, geográfica y cultural, Catar y Dubái practican dicho juego. En los últimos meses, el primer emirato ha sufragado un espacio televisivo en Euronews, titulado “Qatar 365”, donde se resaltan muchos aspectos relacionados con la modernidad del emirato, desde gastronomía o deporte hasta urbanismo. Por su parte, el segundo emirato no quiere perder comba durante las jornadas de celebración del Mundial balompédico; y, así, en la misma cadena de noticias, aparece con recurrencia el comercial “Dubai, where the world celebrates”, cargado de fuerza visual. Bailes y jugadas preciosistas de fútbol, protagonizadas por Karim Benzema, conforman su trama, con acompañamiento coral de jóvenes vestidos a la manera occidental. Un intento por aprovechar el efecto de arrastre derivado de la cita deportiva en el emirato vecino. Las que eran dos ciudades mínimas, antes del boom petrolero de 1973, han aprendido las reglas del juego dictadas por el “marketing urbano”. Si la búsqueda de competitividad en negocios internacionales resulta prioritaria, Dubái y Doha han levantado sendos centros financieros, asesorados por consultores anglosajones, con objeto de obtener más réditos asociados a los petrodólares, en áreas como los mercados de futuros.
El inicio del Campeonato Mundial de Fútbol ha puesto a Catar en el mapa desde las vísperas; pero, algunas cuestiones ajenas al deporte han constituido foco informativo. Nos referimos al déficit en derechos, tanto civiles –homofobia y falta de igualdad de género- como laborales. Algunas fuentes señalan una elevada mortandad en la construcción de estadios; mientras, los obreros, procedentes en su mayoría de Pakistán, Nepal y restantes países de Asia Meridional, debían pagar comisiones excesivas a intermediarios para lograr una colocación.
Una de cal y otra de arena. Ante presión internacional y deseos por mejorar imagen, Catar había aprobado un salario mínimo, junto a la eliminación del sistema de patronazgo llamado kafala. Según el mismo, los trabajadores extranjeros solo podían cambiar de empleo o abandonar el país vía permiso de su empleador. En cualquier caso, la dureza en las condiciones de trabajo ha sido denunciada por los medios internacionales.
Catar ha permitido el consumo de bebidas alcohólicas en zonas acotadas a los aficionados al fútbol extranjeros; pero, no ha gustado la prohibición de última hora para hacer lo propio en las inmediaciones de los estadios, algo que ha dejado entredicho a la FIFA. Por su parte, la homosexualidad está prohibida en Catar; pero el emirato se ha comprometido a no causar problemas a los hinchas con dicha orientación sexual.
En relación a estas polémicas, afluye el recuerdo de la tesis de Samuel Huntington, relativa al choque de civilizaciones. El politólogo de Harvard, ya fallecido, planteaba cómo Occidente considera que democracia y derechos fundamentales son universales; mientras, algunas sociedades del resto del mundo no perciben la cuestión de la misma manera. El debate ha reaparecido en torno a Catar y su Mundial de Fútbol: las diferencias culturales son fuente potencial de fricciones.
Según la llamada teoría de la modernización, crecimiento y desarrollo conducen a la consolidación de unas clases medias que, en última instancia, reclaman democracia. La transición hacia una monarquía parlamentaria en España, a mediados de los años setenta, tuvo un preámbulo: la bonanza económica iniciada en la década previa, cuando, de forma adicional, la llegada masiva de turistas europeos trajo usos y costumbres más liberales.
¿Se cumple la profecía de la teoría de la modernización más allá de Occidente? Una influencia enorme ejercida por los Estados Unidos habría contribuido a reproducir el patrón en Corea del Sur, donde el milagro económico iniciado hacia 1960 fue antesala para la democratización posterior. No obstante, el modelo no se ha contrastado en Singapur, riquísima ciudad-estado del Sudeste Asiático con mayoría relativa de población de origen chino. Si el presidente fundacional, Lee Kwan Yew, ejerció como patriarca confuciano, un periodista definió a esta jurisdicción como “Disneylandia con pena de muerte”.
Catar es una monarquía absoluta; y, tal como ocurriera en las sociedades europeas del despotismo ilustrado –siglo XVIII-, los posibles cambios aperturistas solo pueden venir desde arriba. Por ejemplo, la prensa internacional ha glosado la modernidad y papel activo de madre y hermana del emir en país tan conservador. Desde un doble rasero, las autoridades de Doha y Al Jazeera apoyaron la Primavera Árabe de Egipto, que acabó como el rosario de la aurora; pero, evitan la democratización puertas adentro.
En la percepción de Catar, Occidente parece no tener en cuenta que, salvo en el caso de las revoluciones, muchos cambios sociales tienden a ser graduales. Desde el discurso de lo políticamente correcto, se olvida que la lucha por los derechos civiles, todavía inconclusa, ha llevado muchas décadas en los países más desarrollados de Europa, Norteamérica y Oceanía. Por ejemplo, los aborígenes australianos solo fueron reconocidos como ciudadanos de pleno derecho en 1967. Cuando llegaron los primeros trabajadores jamaicanos a Gran Bretaña -mediados del siglo XX-, se enfrentaron a graves episodios de racismo. En Alemania, durante muchos años, los hijos de los emigrantes turcos han tenido vetado el acceso a la nacionalidad, pues la naturalización de los extranjeros se vinculaba al derecho de sangre. La aprobación del matrimonio homosexual en España, un país pionero en la materia, solo data de 2005.
Occidente ejerce su poder blando con el fútbol, susceptible de introducir aires liberalizadores en el mundo árabe. A partir de la globalización del deporte rey, se ha llegado a disputar la Supercopa de España –entre los campeones de Liga y Copa del Rey- en Arabia Saudita. ¿Saben una cosa? Por primera vez, se permitió el acceso de las mujeres autóctonas a los estadios.
En 1998, cuando visité Dubái, la obtención del visado fue un tanto complicada. Se debió hacer una reserva hotelera; y, recoger el documento a la llegada en el aeropuerto. Todo fue mucho más sencillo, años después, al hacer una escala aérea en Catar; y aprovechar la ocasión para conocer Doha (2010). Las peregrinaciones a La Meca para musulmanes eran el único turismo permitido –más allá de viajes restringidos por negocios- en Arabia Saudita, hasta hace muy poco tiempo; pero, ahora, miles de forofos del fútbol han visitado Catar. Los propios saudíes, incluso, están abriendo las puertas al turismo de ocio. Avances aperturistas y graduales en la interconexión de la Península Arábiga con Occidente y resto del mundo.
Como corolario, cabe destacar el activismo de Catar en política exterior y diplomacia comercial, a pesar del tamaño reducido del emirato. Además, téngase en cuenta que, entre sus tres millones de habitantes, los inmigrantes extranjeros constituyen un 88 por ciento de la población, frente a una minoría exigua de nacionales con pasaporte catarí.
Las sospechas sobre posibles irregularidades en la adjudicación, por parte de la FIFA, de la sede de este Campeonato Mundial de Fútbol han estado en el candelero desde el primer momento. La imagen de Catar se ha visto todavía más empañada por cierta noticia, conocida en los últimos días, coincidente con el transcurso del acontecimiento deportivo.
Eva Kaili, una de las vicepresidentas del Parlamento Europeo, ha sido destituida, tras acusación por cargos de corrupción; y su conexión catarí –negada por Doha- estaría, de forma presunta, detrás del escándalo más grave acaecido en esta institución. Según parece, la eurodiputada griega podría haber recibido pagos por actuar como cabildera ante Estrasburgo y Bruselas.
En última instancia, el fútbol se impuso. La sede catarí del Campeonato del Mundo ha sido agraciada con una final épica y emocionante, que otorga el pase de Lionel Messi a la categoría de mito argentino. Las imágenes aéreas de televisión mostraron la espectacularidad del estadio de Lusail, devenido en icono arquitectónico dentro de ciudad iluminada de nueva planta, alzada a la mayor gloria del acontecimiento deportivo.

Sergio Plaza Cerezo
Sergio Plaza Cerezo es Licenciado con grado de Premio Extraordinario (1990) y Doctor en Ciencias Económicas y Empresariales (1994) por la Universidad Complutense de Madrid. Desde 2004, ejerce como Profesor Contratado Doctor en el Departamento de Economía Aplicada III, integrado recientemente en el nuevo Departamento de Economía Aplicada, Pública y Política de la Universidad Complutense de Madrid. Previamente, ha sido profesor asociado en la misma universidad (1995-2004), así como en la Universidad San Pablo-CEU (1995-1998). El profesor Plaza también ha disfrutado de estancias como profesor visitante en la Universidad del Norte (Asunción, Paraguay, 2002), así como en la Universidad de Costa Rica (2004).
El profesor Plaza tiene una amplia experiencia docente en programas de postgrado. Desde 2008, imparte una asignatura sobre “Globalización y Desarrollo” en el Máster de Comunicación Social (UCM). También ha sido profesor del programa de Doctorado en Estudios Asiáticos (Instituto Complutense de Estudios Asiáticos, 1995-1997). Como conferenciante y profesor invitado también ha participado en numerosos programas de postgrado: Máster de Seguridad y Defensa (CESEDEN-UCM); Curso Superior de Estudios territoriales y Urbanísticos (Instituto Nacional de Administración Pública); Máster de Comercio Internacional (UCM), Máster de Urbanismo (URJC); etc.
Es autor de un libro titulado Los bloques comerciales en la economía mundial. Coordinador, junto con Pablo Bustelo, de la obra Desarrollo económico e integración comercial en Asia Oriental. Sergio Plaza también es autor de varios capítulos editados en libros de autoría colectiva, así como de numerosos artículos publicados en revistas como Política Exterior, Economía Exterior, Comercio Exterior o Información Comercial Española. En el campo del análisis político, el profesor Plaza es autor de varios artículos sobre la sociología electoral del voto hispano en los Estados Unidos, que han sido publicados en la revista Política Exterior.
El profesor Plaza colabora de forma habitual en varios medios de prensa escrita, tanto latinoamericanos como españoles.
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